La esperada corrida de La Quinta fue un fiasco. Sus otrora bicornes normalmente encastados y exigentes, varios años triunfadores en el bello coso mudéjar albacetense, debieron quedarse en la finca. Así, salvo el codicioso segundo, que tampoco era para tirar cohetes, el resto eran la antítesis del toro de lidia por su mansedumbre con nobleza supina -les pones la divisa de los 'juanpedros', por ejemplo, y nadie se entera- que evitaba la mínima emoción. El Cid -sustituto del herido Fernando Adrián-, que a medio gas revivió viejos tiempos al natural se llevó un trofeo con justicia y justeza, y al local José Fernando Molina, el cada día más público de talanqueras en connivencia del palco, echó en su esportón una oreja 'paisana' sin ningún relieve ni mérito.
Poco más merece lo acontecido en el ruedo en cuanto a torería, aunque es menester destacar como Manuel Jesús, también muchas tardes triunfador en Albacete, tras limitarse a apuntar sin disparar en el que abrió la gris función, brilló con el cuarto, una especie de mimosín que iba y venía sin un extraño. No obstante, su matador, que empezó con la diestra, tomó sus precauciones y ventajas a base de pico de la muleta con la izquierda al principio, por lo que no caló mucho en el público, que no pedía música.
Y el sevillano tuvo el feo gesto de pedirla él con aspavientos y mirada retadora a esa buena banda con un gran maestro al frente, Alberto Nevado, fiel continuador del extraordinario Manuel Garcia Sánchez. Quizás por ello, El Cid subió el nivel de su muñeca prodigiosa e incluso, a veces, se fue olvidando del pico, se colocó en el sitio para nuevas tandas casi como en sus mejores tiempos, mientras que el público de la tierra se puso de parte del torero (ver para creer).
Como es lógico, ya no sonó la música, faltaría más, defendiendo Nevado la dignidad del coso albacetense, a pesar de que el sevillano, tras errar con su primer intento con el estoque y con un bajonazo posterior, obtuvo una oreja, con bronca del público -de talanqueras, recuérdese- al palco -para una vez que lo hace bien...- por no conceder la segunda y luego a la banda (ver para creer), mientras El Cid daba dos vueltas al ruedo.
El otro apéndice fue para Molina, ante un toro con un punto de casta, el segundo, que a veces le desbordó, impidiéndole otra cosa que algunas series movidas y arovechando viaje. El albacetense buscó la otra con el quinto, rebrincado y distraído, y seguro que la habría logrado pero marró repetidas veces con las armas toricidas.
La otra brizna de toreo la puso Alejandro Peñaranda, exalumno de la Escuela de Tauromaquia, donde aprendió algo tan esencial como el temple y ligazón, a los que añadió buenas series por ambos pitones lo poco que duró el fondo de su primer animal, pero también los fallos con la tizona le impidieron llevarse un trofeo. Intentarlo con el último, salvo unas buenas verónicas de recibo y un ajustado quite por chicuelinas, era misión imposible, porque el animal huía despavorido de la flámula. El más descastado e ilidiable de lo que llevamos de Feria, lo que sirvió para cerrar el borrón de La Quinta.
Y un imprescindible apunte final: otro feo e improfesiional detalle de El Cid -¡vaya tarde en tal aspecto!-, porque durante la actuación de Peñaranda en el último, en lugar de estar atento, como el director de lidia que era, el sevilano se pasó todo el tiempo charlando sentado en un burladero del callejón, ajeno lo que ocurría o pudiera ocurrir en el ruedo. ¡Vaya tarde en tal aspecto!
FICHA
Toros de LA QUINTA, excelentemente presentados, nobles, descastados, excepto 2º, y flojos. EL CID: ovación; oreja con petición de la segunda. JOSÉ FERNANDO MOLINA: oreja; ovación tras aviso. ALEJANDRO PEÑARANDA: palmas; silencio. Saludaron tras lucirse con las banderillas los subalterns José María Arenas, Basilio Mansilla y Vicente Herrera. Plaza de Albacete, 15 de septiembre, 8ª de Feria. Dos tercios de entrada.