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Así es la dura vida en Guerrero, una de las zonas más violentas de México

Cementerio en uno de los pueblos de Guerrero (México)
Cementerio en uno de los pueblos de Guerrero (México) (Foto: Juan Carlos Tomasi/MSF)
lunes 02 de julio de 2018, 11:21h

La llegada de López Obrador a la presidencia de México tendrá una clara tarea por delante: atajar la violencia. Guerrero es uno de los estados más violentos del país. Aquí, el crimen organizado controla los pueblos y deja a sus habitantes sin escuelas, transporte ni cobertura médica. Viven angustiados sabiendo que pueden ser las siguientes víctimas, según el relato Médicos sin Fronteras que pueden leer a continuación:

Tierra Caliente, Norte y Centro son, junto con la ciudad de Acapulco, las zonas más violentas del estado de Guerrero (y, por ende, de las más violentas de México). Trabajamos en ellas, -Acapulco incluido-, en 11 comunidades que, víctimas de la criminalidad y la falta de recursos, no disponen de suficiente cobertura médica.

Se trata de territorios disputados por grupos del crimen organizado por el control de las carreteras, las cabeceras municipales, el sometimiento de la población, a quien extorsionan con pagos de piso, reclutamiento forzado o cobros de ‘impuestos’. Territorios que han visto, unos, cómo se cerraban sus escuelas. Y que también han visto, otros, cómo sus médicos se iban para no volver nunca más. En ellos se respira la voluntad de conquista de los grupos criminales, se vive la presencia de hombres armados en policías comunitarios y la tensión y el miedo prevalentes amenazan con destruir su tejido social.

Territorios sumidos en la desconfianza y el silencio, omertá requerida para seguir con vida.

Los siguientes testimonios se recogieron bajo pseudónimo y sin cámaras, a petición de los entrevistados (*).

“No podemos salir con libertad o hablar libremente. Vemos las cosas, pero no las podemos decir. Nos asaltaron la casa hace unos meses, entraron armados, estaban los niños, de 10 y 11 años. Desde entonces miran con temor. No los podemos ya dejar solos”.

Juan tiene 61 años y es agricultor. Desde hace meses su pueblo está bloqueado: el transporte público ha sido amenazado por los narcos, que pretenden desviar toda actividad económica hacia sus dominios en Arcelia, cuando la cabecera de la que depende el pueblo (para ir al hospital, para cobrar subvenciones, resolver papeles) se encuentra al sur.

“Si hay una emergencia médica, ahora tenemos que pagar hasta 1.500 pesos (unos 64 euros) para ir en camioneta privada, cuando la tarifa pública es de 60 o 100 (y cuando un jornal en el campo se paga entre 120 y 200 pesos). Se siente feo, nadie quiere hacer las tres horas y media de camino hasta poder llegar a transporte público, y de noche ni pensarlo, con el riesgo de que te asalten en los caminos”.

Descuartizado en público

“Cada rato aparecen muertos. Sufres por ver cómo la gente es descuartizada. Sí, yo lo he visto. Estábamos jugando al baloncesto. Llegó un grupo, armado. Nos corrieron a balazos. Nos tiraron al suelo. Nos quitaron los móviles, las cadenas, el dinero. Nos pegaron con los machetes. Entonces cogieron a mi amigo. Lo mocharon. Primero, le cortaron la pierna. Luego, el brazo. Ya se desmayaba cuando le cortaron la cabeza”. El asesinato en la cancha hace tres años, -un acto de reafirmación del narco de su control sobre la localidad-, traumatizó el pequeño pueblo. Los policías comunitarios luego se hicieron fuertes allí y dicen que ahora está más tranquilo, pero se sigue hablando de “lo que pasó en la cancha” en susurros.

Abel, un joven en la veintena, lo explica porque pronto emigra a Estados Unidos. No aguanta más. La falta de oportunidades, la pobreza, el riesgo de que lo recluten los narcos para ser un halcón (vigilante) primero, sicario después, lo abocan a la huida. Ser un varón joven en Guerrero confiere un estatus de vulnerabilidad más elevado.

Guerrero exporta marihuana y amapola, pero también exporta seres humanos, como Abel. El concepto de pueblos fantasma, desolados, abandonados a la fuerza, está a la orden del día.

Pueblos vacíos

De muchos pueblos se han ido yendo ya familias enteras o los jóvenes. Pero en San Felipe de Ocote, por ejemplo, ya solo quedan los animales. San Felipe se levantó en armas en enero para defenderse del crimen organizado. Cuya última fechoría, la gota que colmó el vaso, fue que “secuestraron al conductor de una excavadora, estaba arreglando la carretera. No se ha vuelto a saber más de él”, explica Estefanía, una vecina.

Pero los de San Felipe no aguantaron el embate de los narcos cuando estos llegaron con refuerzos. Ante el riesgo de morir en el combate o ser represaliados luego, los 600 habitantes decidieron salir. Con lo puesto.

Andando, en coches, en tractor, en mulos. Se encuentran en Apaxtla, en un centro social, durmiendo en aulas. Creen que ya nunca podrán regresar a sus casas y demandan un pedazo de tierra donde asentarse. Según datos de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (CMDPDH), 7.598 personas han huido de sus casas y pueblo en Guerrero en los dos últimos años.

La inseguridad y los picos de violencia tienen afectación directa en la atención médica en las poblaciones rurales. Muchos pueblos pueden darse por afortunados si disponen de una enfermera (por lo general sola, por lo general en la veintena, destinada a un centro de salud en el que también duerme). Pero si la situación se tensa más de lo debido, los centros de salud también se cierran, (en localidades del municipio de Heliodoro del Castillo por ejemplo, durante más de dos meses a fines de año).

Son estas enfermeras las que, con falta de medios, llevan el peso de la salud en las comunidades. Las visitas de nuestros equipos, mensuales, también les sirven de apoyo.

Cuatro años sin un médico

Bruno, un vecino, explica: “los médicos ya no quieren venir, las enfermeras sí, menos mal, casi obligadas si quieren entrar en el servicio público. Nos han llegado a decir que busquemos nosotros al médico, algún conocido, algún amigo de algún familiar. Llevamos cuatro años sin un médico, así que las visitas de MSF son muy necesarias, claro”.

Hasta once centros de salud de Tierra Caliente, Norte y Centro permanecen cerrados, algunos desde hace hasta cuatro años, otros hace tan solo unos meses.

Desde el comité de salud de otro de los pueblos de Tierra Caliente, que ayuda a la enfermera en lo posible, inciden: llevan cuatro años también sin médico y si la enfermera se tiene que ausentar, “para llevar informes, para lo que sea”, se quedan sin nadie.

Ahora, con el servicio de transporte suspendido, “si pasa algo por la noche, ya nos podemos morir”. Piden que les envíen un médico, “pero nos dicen que no hay recursos”.

El comité de salud organiza una reunión con una docena de mujeres (algunas del comité de salud anterior, dado que rota cada año) que explican cómo la inseguridad ha afectado al pueblo: “hay temor, hay desconfianza, ya no hay alegría, antes salías por la noche sin problema, ahora a lo que anochece ya estamos en casa, te acuestas y ya no sabes qué va a pasar”, apunta una de las integrantes.

Hay ansiedad: “somos un grupo de pollos en el corral, no sabes cuál va a ser jalado para la olla”, dice otra. Las reuniones del comité sí sirven para que ellas, al menos, puedan tejer complicidades. “Pero aun así hay desconfianza. Incluso aquí, ahora, con lo que decimos. No sabes quién va a malinterpretar lo que se ha dicho y a quién se lo va a explicar”, concluyen. Se miran y asienten. Omertá.

(*) Los testimonios se recogieron durante las clínicas móviles que realizamos y que les llevan a las poblaciones de Tetela del Río, Huautla, Puerto Colorado, Las Margaritas, Pueblo Viejo, Buenavista del Aire, Buenavista de Guadalupe, Totoltepec, Santo Tomás, Campo Morado y Coronillas. Juan y Abel acababan su consulta con los psicólogos de nuestra organización. Bruno llevaba a su nieto al médico. Los de San Felipe, en una visita de seguimiento, después de que los equipos realizaran actividades psicológicas con los desplazados, recién llegados a Apaxtla.

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