Estos americanos son la leche: no saben qué inventar para controlar al resto del mundo, y por esa razón siempre están maquinando algo.
Lo último que hemos conocido es que hace trece años el Departamento de Defensa de los Estados Unidos se gastó 7,5 millones de dólares en un estudio que contemplaba la posibilidad de crear una bomba gay y así cambiar las tendencias sexuales del enemigo que, en caso de conflicto, harían el amor entre ellos en vez de la guerra contra los demás.
En principio esa arma, fabricada a base de hormonas, no sería letal aunque en el fondo amariconaría bastante el planeta, sin más consecuencias que un desequilibrio en el actual reparto de tendencias sexuales y en consecuencia en el reparto de poder.
Las informaciones disponibles sobre este proyecto, que al final no prosperó, no reflejan otros posibles efectos secundarios en la conducta de los afectados, pero mucho me temo que los científicos que trabajaron en él no han renunciado a continuar explorando sus posibilidades hasta encontrar a alguien que les compre la fórmula por un precio rentable.
De lo que se trata no es de lanzar la bomba gay de forma indiscriminada sobre una población, sino de inocular la hormona matriz en colectivos más o menos localizados. Yo diría incluso más: habría que reunir en un mismo sitio a gente de distintas tendencias políticas, gente que no se aguante, gente que incluso rechace visceralmente la ideología o el programa político del otro, gente incapaz de dialogar o de entenderse y hacer con ellos el experimento.
Se me ocurren varios ejemplos: un nacionalista de boina a rosca con uno que se considere español de toda la vida; o un oportunista vocacional con un político coherente; un sectario con uno que esté abierto a aceptar que el otro puede tener razón y algunos otros casos que todos tenemos en la mente.
Las consecuencias del experimento pueden ser varias:
1. Que acaben llegando a acuerdos.
2. Que regrese la etapa del consenso.
3. Que entre todos formen un nuevo partido con la bandera del arcoiris.
4. Que todo siga igual, después de una experiencia de amor mutuo, porque no hay bomba capaz de hacer inteligente a los estúpidos.