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El derecho a saber

El derecho a saber

jueves 14 de diciembre de 2006, 18:58h

El Congreso de los Diputados, con la mayoría suficiente en estos casos, ha aprobado la Ley de la Memoria Histórica. Aquí, tanto en comentarios editoriales como personales, se la tilda de polémica, cuando es una ley que, diga lo que diga por estribor el PP y por babor IU, no va contra nada ni contra nadie. Por descontado que el texto de su articulado podría ser más preciso en el fondo, en la forma y en la intención. Porque –quizá sea su mérito—la ley no se sale de ese inmenso cajón de sastre que es el pensamiento políticamente correcto.

¿Era necesario a estas alturas de nuestra reciente peripecia española volver la vista atrás, darle el rebobinado a la moviola de 70 años? El columnista opina que sí. Incluso que se debería haber hecho antes. España, de una vez por todas, debe enfrentarse a sus fantasmas y éste, como lo hubiese sido pongamos que hace diez o veinte años, es el momento. Los supervivientes de la Guerra Civil cada vez son menos. Y por ahí, camino de la disminución vegetativa, andamos los nacidos entre 1940-1950. Y existe, claro está, el derecho a saber. Que no es exclusivo de los vencidos, y al que también tienen derecho los vencedores o lo que quede de ellos. Si es que, por ominosa que fuese –que lo fue—la losa de piedra de cuarenta años del franquismo, tras tres años de matanzas se puede hablar de vencedores y de vencidos. Porque ese trienio trágico tuvo la única consecuencia que cuenta ahora: que la guerra la perdió un país entero, el nuestro, España.

Que no nos quiten la memoria, por tanto. Que sepamos, de verdad, qué es lo que ocurrió a un lado y al otro de las trincheras enfrentadas. Y así como los de una zona, la sublevada contra el Gobierno legítimo de la no menos legítima República, salvo las excepciones conocidas, tuvieron durante cuarenta años la oportunidad de saber; aunque sólo sea por equilibrar los platillos de la balanza, por cuestión de equidad, los otros, los perdedores puedan al menos saber qué fue de los suyos.

¿Pero no hubo una transición?, preguntarán algunos. Húbola, y sirvió para alisar las aristas más hirientes del franquismo una vez muerto el dictador. Y nos evitó muchos quebraderos de cabeza, por supuesto. Pero la Transición con mayúscula, sirvió para lo que sirvió: para alumbrar una Constitución y para marcarnos las reglas del juego democrático. Nada más. Nada menos que para eso. Pero no tocó el derecho a saber. Y a eso va la Ley de la Memoria Histórica. Porque sólo conociendo lo que fue aquel horror y el posterior tendrán validez las palabras de don Manuel Azaña. “paz, piedad, perdón”.

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