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¡Vaya con Anita!

¡Vaya con Anita!

martes 27 de mayo de 2008, 18:30h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes.

Aquí, en esta parte del mundo que vosotros/as llamáis España y que yo llamo Suiza (donde me encuentro), el que no corre vuela. Y no lo digo, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y obregoneados niños y niñas que me leéis, por la penúltima espantada pepero-rajoyniana, la de Gabriel Elorriaga, con publicidad mundana y mundial. No. Me refiero a Ana Obregón, famosa de profesión, aunque haya ejercido de actriz televisiva y de carne de plató televisivo.

Es hija de constructor venido a más. Alguien que, empezando desde abajo, a pie de obra (nunca mejor dicho), supo hacerse a sí mismo y sin caer en las horteradas náuticas de Francisco Hernando, más conocido como “El Pocero”. Aunque, me temo, que pasando por todos los carros y carretas recalificatorios que fuera menester, cuando lo del ladrillo era un excelente negocio y los ayuntamientos no hilaban tan fino a la hora de conceder licencias de edificación. De aquellas, incluso los costes de obra eran mucho más llevaderos que ahora. Digamos –por hacerlo de forma suave—que el constructor untaba a los untables pero con moderación. Unos y otros –no como el alcalde pepero de Totana (Murcia)—preferían la contención en las cantidades –siempre opacas, siempre en negro—que cambiaban de mano.

Bueno, a lo que íbamos… que mis servicios de prensa, con Horacio Carballeira a la cabeza, como director de comunicación, siempre le dan un vistazo a las publicaciones, sean estas diarias, semanales o mensuales. Luego, redactan un resumen. Resumen que Damián, mi valet de chambre, se lee de cabo a rabo, para, de viva voz, cada día, con el desayuno, hacerme llegar las novedades mundanas. Y hoy, mi fámulo, estaba realmente asombrado por lo que se ha visto obligado a contarme.

Resulta que este lunes, la revista Interviú publica una noticia de escándalo sobre el mundo del famoseo: "Ana Obregón ordena dar una paliza a Cantizano". La revista ha tenido acceso a una cinta que recoge la conversación que tuvieron la actriz y su guardaespaldas, Eloy Sánchez Barba, en abril de 2007. En la misma, Ana, enfadada con el "gilipollas" de Cantizano porque en su programa se emitieron unas imágenes de su hijo, pide que le den "una paliza". No quiere que sea cualquiera, sino "Los Miami", unos hombres muy peligrosos que manejan el negocio de las drogas en la noche madrileña. ¡Vaya con Anita!... Y que parezca un accidente, claro.

Antes, pongamos que hace veintitantos años, cuando Josep Lluís Núñez, otro prócer del ladrillo surgido de abajo, aspiraba a la presidencia del F.C. Barcelona, una cuadrilla de rudos peones de albañil, habituales en sus obras, se encargaba de parecidos menesteres, especialmente cuando la campaña electoral para la presidencia del club. Estos hooligans (matones, si lo preferís) a tiempo parcial, conocidos en Barcelona como “Los Morenos” (de andamio, por supuesto) se encargaron de explicar, por la vía directa, las ventajas del nuñismo emergente. Ni siquiera los reporteros de prensa más críticos, tanto redactores como fotógrafos, se salvaron de sus persuasivos métodos.

En cambio, cinco lustros después, con otra mentalidad empresarial, la Obregón prefiere externalizar los servicios punitivos. Es un tributo a los tiempos de especialización que vivimos. Un peón de albañil, por robusto y rudo (bestia, vamos) que sea, carece de los conocimientos necesarios como para realizar artesanalmente el trabajo de matón a sueldo. Demasiado tosco. En cambio, “Los Miami” que solicita Anita, son otra cosa. Duros, pero sutiles. Y sin conexiones aparentes con el mundo de la construcción. Ideales para el trabajo, vaya.

Como toda persona de clase media venida a más, Ana Obregón, con los posibles propios y los familiares, se pirra por las marcas y los servicios de calidad. Aunque, ciertamente, pequeñines/as míos/as, a los matones no se les encuentre en la milla de oro madrileña, reino del boutiquerío y del shopping de luxe.

Seguro que acudir a los tribunales sería lo propio del caso, pero para la Obregón, resultaría mucho menos truculento y, por descontado, poco divertido.

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