
Mal se lo debe estar pasando el buenazo de
Tony Blair, primer ministro de Su Graciosa Majestad Británica, citado a declarar como testigo en una investigación de compraventa de títulos nobiliarios que está realizando Scotland Yard, que así es como se conoce a la Policía Metropolitana de Londres.
La verdad, amadísimos, globalizados, megaletileonorizados y nobileados niños y niñas que me leéis, que la cosa pinta fatal para el padre del New Labour, del Nuevo Laborismo, porque ha enseñado por debajo de la puerta la patita de la financiación irregular del partido. Vamos, algo así como el caso Naseiro de los peperos o el caso Filesa de los sociatas patrios. Claro que los británicos son británicos (British are British) y no se andan con cutreces de comisiones sobre el ladrillazo o sobre informes inexistentes. Ellos le ponen a touch of class, un toque de distinción incluso a algo tan prosaico como hacerse con unos dineros (cuantos más mejor) con destino a las arcas del partido, que las campañas electorales en todas partes cuestan un huevo e la cara y la pupila del otro.
Lord Levy (o sea,
Michael Abraham Levy), íntimo de
Tony Blair, es el encargado de realizar contactos con los pudientes (industriales, banqueros y hasta fabricantes de grasientas e insanas salchichas) para que, a cambio del título de lord vitalicio, soltasen un mínimo de 200.000 libras esterlinas como contribución a la Causa del Nuevo Laborismo. Todo, eso sí, con mucha distinción y muchos sobreentendidos. Incluso había decontractés partidos de tenis y elegantes cenas en la mansión de Levy, más conocido también como
“Lord Cajero Automático”. Algunos de los invitados salían con unos blasones en el bolsillo y con su cuenta corriente ciertamente aligerada del peso de las libras esterlinas.
Quienes aspiran, a golpe de talonario de cheques, a ascender un par de niveles en la escala social, quedaban encantados con el cambalache de los nuevos laboristas de Blair. De hecho, la cosa funcionaba divinamente hasta que, hace menos de un año, se cruzó por medio un diputado nacionalista escocés, Angus MacNeil, que denunció el caso a la Policía y se puso muy pesado hasta que no empezaron a investigar.
Dadas las circunstancias, el buenazo de Blair (un incomprendido incluso dentro de su propio partido) ha tenido que poner a mal tiempo buena cara y decir, en inglés, eso sí,
“a mí que me registren, que yo no sabía nada, eso son cosas de lord Levy y Ruth Turner, mi ayudanta”.
¿Os imagináis, pequeñines/as míos/as, qué ocurriría si, en España, los gobiernos de turno vendieran títulos nobiliarios al mejor postor? El trifostio por el calentamiento global sería sólo una leve queja, apenas insinuada.
Y, al menos, según la cínica visión de la jugada que tienen algunos malvados como el Vilariño, siempre es mejor vender un titulito de barón, vizconde, conde, marqués y duque, que andar recalificando terrenos. Total, en esta España multisecular y plural, el que no desciende de la pata del caballo del Cid Campeador, es que se considera ligado al linaje de
Guifré el Pelós (
Wifredo el Velloso para los catalanes independentistas) o emanación directa, por ambas ramas familiares, de
Aitor (el padre de los vascos).
Yo creo que si Pedro Solbes, el Cajero Mayor del Reino, le da vueltas al asunto, hasta podría recaudar al cabo del año, para Hacienda, una pastizara. Total, con establecer una tarifa progresiva, más de un papá y de una mamá pudientes, podrían regalar a sus hijos, en lugar de la Play Station 3, pues un baronía o un vizcondado. Incluso los de la revista “¡Hola!”, en lugar de al/la cantamañanas de turno, en lugar de aflojarle 60.000 euros por la exclusiva, le podrían pagar un titulillo nobiliario.
Claro que, amadísimos/as de mi corazón paternal, siempre hay el riesgo de que, por ejemplo, Paco el Pocero, que anda sobradísimo de liquidez, se compre el título de Marqués de Seseña. Pero tampoco es tan grave, ¿verdad?, especialmente cuando un ex bancario es Duque de Lugo.