Una no llega siempre a tiempo a todo. Descubrí a Mario Benedetti tarde, concretamente con 24 años. Hasta ese momento me había dedicado a poner mis intereses en cosas menos prosaicas y, desde luego la poesía no entraba entre mis aficiones favoritas. Pero me tuve que poner las pilas como todo el mundo, así que mi primer verano de prácticas me enviaron a los cursos de verano del Escorial. Y allí me di cuenta de que para esto del periodismo había que currárselo un poco si no querías hacer mucho el ridículo (y ni por esas, vaya). Tenía que entrevistar a Benedetti. Me concedían media hora y sólo disponía de un día por delante para leer algo (ya no digo todo) de este hombre. Así que me fui corriendo a una librería, me compré un par de libros suyos de poemas y me puse a ello.
Para no hacerles el cuento largo, sólo les diré que me quedé pasmada y entonces comencé a entender que la poesía no es algo cursi ni complicado. Sino todo lo contrario. Con 24 años, además, crees firmemente en las historias de amor romántico y Mario las dibujaba con una maestría asombrosa. Todas sus mujeres son inteligentes, le pregunté, ¿por qué? Supongo que porque proyectaba en todas ellas a su Luz, su esposa, con la que vivió toda su vida. Me recordó la figura de mi abuelo (entonces recientemente fallecido) con cara de bueno, con sonrisa pícara y con ese bigote que tanto caracterizaba a ambos.
He seguido leyendo siempre su obra, especialmente su poesía. De su mano me pasé a otros como Ángel González (también se nos ha ido, se van todos) y cuando empecé a leer otra obra suya más comprometida, la de la triste realidad social de los gobiernos de América Latina empecé a leer a todos sus coetáneos. Benedetti me abrió las puertas de Cortázar, de Rulfo, de Bioy Casares, incluso de Sepúlveda. A García Márquez ya lo tenía fichado pero me faltaban muchos más y él fue el que me los descubrió. Con su poesía también desarrollé un espíritu rebelde y reaccionario que, aunque se ha asentado con los años, sigue latente en algunas cosas. Las dictaduras iberoamericanas despertaron mi curiosidad: los estragos que causaron pero también el arte que promovieron en, por ejemplo, la música. De todo aquél interés nació el conocimiento de la música de Silvio o Pablo Milanés.
Benedetti fue siempre fiel a su compromiso. De él sólo reprocho su adhesión a Fidel Castro, pero nadie es perfecto. Porque todo lo demás que me aportó fue un continuo fluir de conocer personajes muy similares a él que, ¿por qué no decirlo? me hicieron muy feliz muchas veces muchas horas.
Gracias, Mario por haber existido.