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Tortura e identidad

Tortura e identidad

miércoles 20 de mayo de 2009, 03:09h

Los castigos crueles y degradantes son torturas. En nuestro país, la condena y el enfrentamiento contra la tortura son elementos centrales y distintivos de las luchas populares, por convicción, por principio y consecuencia. Aquí, probablemente más que en la experiencia de muchas otras sociedades, la tortura está inseparablemente asociada al desprecio, a la conquista y a la colonización en sus peores y más descarnadas expresiones. La tortura, igual la persecución o la intimidación han sido herramientas de los opresores y explotadores, usadas bajo la excusa de que son formas prácticas para quebrantar al enemigo, atemorizarlo, arrancarle información y anularlo. Estas ideas y prácticas han sido históricamente rechazadas por los indígenas, obreros, campesinos, los trabajadores manuales e intelectuales, los movimientos de mujeres, de jóvenes, no sólo por ser sus principales víctimas, sino por clara y sólida convicción de que para construir una civilización más avanzada que la capitalista es indispensable enterrar cualquier forma de suplicio y persecución. Sin transigencia, sin excusas, sin excepciones.

No se trata de un problema de apariencia. Es cuestión de ser, de identidad; de sentido y necesidad. No hay manera de ganar en la gran estrategia de construcción de una sociedad más libre, equitativa y solidaria haciendo concesiones tácticas a las prácticas más miserables y regresivas. En esa línea, no hay hábito, tradición o creencia que pueda o deba salvarse de nuestra crítica y nuestra voluntad de extirparla, si empuja o desliza a martirizar, humillar o silenciar a quienes no comparten nuestras ideas o aun si las combaten.

Las formidables movilizaciones sociales que cuestionaron y arrollaron al neoconservadurismo económico y político no se alzaron para reemplazar una arrogancia por otra, aquellas arbitrariedades por unas nuevas. Esas movilizaciones son el espíritu y la fuerza material de un anhelo profundísimo de terminar con las imposiciones y el silenciamiento. Un estado democrático, participativo y donde el anhelo de control social empiece a ser una realidad se impondrá, como lo ha ido mostrando el avance del proceso constituyente, por el entusiasmo y el compromiso de los trabajadores, productores, mujeres y hombres, que por necesidad y convicción han luchado con más denuedo que nadie por una democracia sin abusos, sin matones, ni represiones.

Postular que son reivindicables, excusables, comprensibles, por su supuesto arraigo en alguna parte del pueblo, cualquier forma de tormento, revanchismo y opresión es desconocer la naturaleza del empuje popular que ha conducido y salvado las transformaciones, es ignorar y calumniar la esencia de un proceso y confundirlo con las debilidades e inconsecuencias de algunos de sus circunstanciales representantes; es olvidar que un verdugo jamás será un buen dirigente del cambio.

Si la destructividad y el rencor de quienes usufructuaron del poder y los bienes públicos y ahora rabiosamente se resisten a perderlo consigue provocar e irritar tanto que llegan a impregnarnos con su forma de ser y actuar, estaremos cayendo en la más letal de las trampas: la de imitarlos y reiterarlos. La transformación de nuestro Estado y sociedad será democrática, libertaria, justa, en su sentido más auténtico y profundo, o no será. Creo, sin vacilación, que abajo, en la base social del proceso, no hay dudas al respecto. No entenderlo conducirá a transigir con el pasado, a negar y traicionar esa transformación.

* Profesor universitario

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