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La política como dogma de fe

viernes 29 de mayo de 2009, 15:25h
Ya está casi todo a punto para que millones de españoles participen en las elecciones europeas y decidan los nombres de las 50 personas que se sentarán en el Parlamento supranacional. Desde el inicio de la campaña electoral los cabeza de lista de los dos principales partido que concurren a estos comicios, PP y PSOE, Carlos Mayor Oreja y Juan Fernando López Aguilar respectivamente, han dejado claro que piensan arrancar votos asustando a los próximos a sus siglas para que depositen su papeleta, porque como ganen los contrarios la llegada del caos será cuestión de tiempo.

A pesar de que en Europa se deciden cuestiones que nos afectan, como estar a punto de perder conquistas sociales como la jornada laboral de 40 horas, y que no sabemos muy bien, porque nadie nos lo ha explicado en condiciones, qué hacer para avanzar en la unidad política que nos lleve algún día a los Estados Unidos de Europa, los candidatos cuyas palabras llegan más a la mayoría de la ciudadanía, Oreja y López Aguilar, insisten en abordar cuestiones domésticas con el único objetivo de poder usar  los resultados del 7 de junio como un barómetro que mida el rechazo y apego a estos dos partidos.

Cuando uno acude a una cita electoral nacional, regional o local, sabe que está decidiendo quién gobernará España, su comunidad autónoma o su ayuntamiento, pero cuando se trata de la UE, como todavía no podemos participar en la elección de su presidente, porque la construcción europea, desde sus inicios, quedó en manos de los estados, que consintieron que en algunas ocasiones los europeos sirviésemos de palmeros en sus actuaciones, hemos de dejar todo en manos de la clase política nacional mayoritaria.

Socialistas y populares, enfrascados en sus batallas domésticas sobre cuestiones de corrupción o moral pública referida al uso de aviones oficiales para ir a los mítines, quieren el voto de seguidores poco críticos y amigos de los dogmas (principios innegables) de fe (conjunto de creencias de una religión, ya sea socialista o popular).

No se puede creer lo que dice cualquiera para, por ejemplo, responder a las acusaciones de corrupción del contrario. Para unos, y para los otros, las denuncias sobre golferíos económicos o ilegalidades responden exclusivamente a campañas de desprestigio. Hay que creer lo que dicen Mariano Rajoy, Esperanza Aguirre u Oreja sobre las tramas montadas para aprovecharse de la política y forrar los bolsillos de los trajes con  billetes de quinientos euros, y lo que responden José Luis Rodríguez Zapatero, Tomás Gómez o López Aguilar, echando mano exclusivamente de  la fe en los dogmas y de algunas de sus tesis que no se las comen ni el acido sulfúrico.

Los que piden el voto de los que tienen fe ciega en unas siglas, deberían encontrarse con una participación masiva de la ciudadanía. Votar aunque sea en blanco, demostrando que ejercemos el derecho a la participación como necesidad democrática y que cuando vemos las ofertas, optamos por una de ellas o por ninguna porque no vemos nada que nos ponga cachondos, políticamente, por supuesto. Yo, como seguidor del Atlético de Madrid, me decanto por el voto rojiblanco, o rojo o en blanco.
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