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La oposición anda floja de papeles

La oposición anda floja de papeles

lunes 08 de junio de 2009, 03:52h
Es un lugar común decir que la ciudadanía, enfrentada al episodio electoral, ya no vota programas escritos sino imágenes, figuras, percepciones individuales que le sugieren los candidatos.

Ese universo imaginario valdría más que mil palabras, al punto que se calcula la intención de voto que lograría capturarse con cada segundo de propaganda televisiva. Lo que equivale a reconocer que quien más dinero dispone para pagar los precios siderales de esos espacios  tendría las mayores probabilidades de triunfar.

Esta tendencia se habría acentuado con la crisis de representatividad de los partidos, ahora que las siglas políticas tradicionales y los escudos que las identificaban ya no concitan la adhesión de núcleos duros de votantes cautivos.

De ahí que en el cuarto oscuro proliferen nuevas denominaciones y logotipos diversos en un intento por recomponer una oferta atando las hilachas de fuerzas políticas otrora relativamente homogéneas.

Sin embargo, cabe preguntarse si a la sociedad le son indiferentes los programas y propuestas y, más aún, hasta qué punto una imagen construida por obra del marketing político ampliamente difundida en los medios es capaz de remplazar el sentido de compromiso que tiene el mensaje político.

Porque, si bien son pocos los votantes que leen las plataformas de los partidos (después de que fueron reiteradamente ignoradas por la generalidad de los postulantes que llegaron al gobierno), hay, sin duda, una valoración social de los dirigentes vinculada a las concepciones políticas que sustentan, por más que en muchas ocasiones los propios candidatos las oculten.

Eso sucede cuando en cada gesto de la oposición asoma la obturación de las iniciativas oficialistas de incuestionable sentido progresista, desde la recuperación del sistema previsional y la movilidad de las jubilaciones hasta el naciente proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

Sin hablar de esas propuestas opositoras de modificación de las retenciones a las exportaciones agropecuarias -que llevarían al desfinanciamiento del  Estado- o de la intención de bloquear el ingreso de Venezuela al Mercosur, un disparate  en términos económicos, políticos y diplomáticos convertido en consigna de campaña de muchos que apoyaron su ingreso en el 2007.

Con lo cual tanto la oposición panradical como la pro-duhaldista refuerzan la certeza, ya evidente desde el conflicto sojero, de que les da lo mismo cualquier propuesta, aunque traicione los idearios fundacionales de los viejos partidos populares, con tal de fustigar al gobierno.

Este oportunismo, que llevó hacia un imparable desplazamiento a la derecha de muchos dirigentes, ha terminado por vaciar de contenido un discurso opositor que calla o no se atreve a asumir el verdadero dilema: un Estado como instrumento de los grandes grupos de poder y la política como medio para dotar de consenso a las prácticas de concentración de la riqueza y el capital -con flexibilización laboral, desempleo estructural y exclusión-, o, por el contrario,  una propuesta plural y un modelo como el que está en marcha, que disputa la hegemonía política para recuperar la centralidad del trabajo, la producción y la movilidad social.  

Para todo lo cual es preciso asegurar, ante todo,  el rol protagónico del Estado

Oscar González
Dirigente socialista. Ex secretario general del PS.
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