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Colla

Colla

lunes 15 de junio de 2009, 04:36h

Morena, ojos negros achinados y vivaces, pómulos de pocahontas, algo gruesa, con dedos regordetes, cabellos negros que caen como una cascada ondulada sobre sus hombros un poquingo encorvados, 1.60 de estatura, 1.65 con tacos. Trabaja como recepcionista en un hotelito cerca de la Terminal Bimodal de Santa Cruz. “Buenos días, ¿tiene habitaciones?”, vamos directo a lo que necesitamos mi compañero Augusto y yo, que en unas horas más debemos pasar a Camiri. “Buenos días, sí, ¿de dónde vienen?”. “De La Paz”, respondemos. “Son collitas”, nos identifica y lanza una pregunta y un comentario de aclaración como esperando una refunfuñada respuesta y hasta un enojo justificado: ¿les molesta que les diga collas? Porque la gente del occidente se molesta cuando les llamamos así”. “No, a nosotros no nos molesta, más bien nos agrada”, le digo y le pregunto su nombre. “Fátima”. “Hola, a nosotros nos divierte que nos digas collas, si quieres puedes llamarnos cada media hora a nuestros teléfonos internos sólo para llamarnos collas, collas, collas, incluso, collas de mierda”. Fátima, no sabía si reírse o enojarse o extrañarse, pero lo que no disimuló fue su sorpresa. No esperaba la respuesta. Augusto y yo nos partíamos de la risa y después de unos minutos, Fátima sintonizó sentimientos y pensamientos y se plegó al coro.

Ya en mi habitación circunstancial me puse a pensar en esa palabra y el poder que tenía cuando estaba en el cuartel, justamente en Santa Cruz, donde mis paisanos del occidente se enfurecían, achicaban y sentían el desprecio que cargaba cada vez que la pronunciaban los camaradas cruceños. Vaya, curiosamente, a mí no me afectaba, será que era la primera vez que salía rumbo al Oriente y no sentía el peso de la palabra o tal vez mis camaradas y grandes amigos, casi todos cambas, me lo decían con aprecio.

Con el tiempo, descubrí que esta palabra fue acuñada como un objeto conceptual para servir a un grupo de poder, a una ideología que fortaleció otro concepto, Camba, para describir a un ser cultural, político, económico, social y hasta racialmente superior al colla. Este término es reproducido como gota constante en la mente de las nuevas generaciones, no sólo de Santa Cruz, sino de Pando, Beni y últimamente Tarija, Sucre, con el fin de abolir automáticamente la necesidad de aportar la prueba necesaria para demostrar que las personas nacidas en el occidente del país son seres inferiores. Este término ha causado el empleo de la represión y humillación más feroz contra cualquiera que no haya nacido en un espacio geográfico que no sea, particularmente, Santa Cruz.

El fin es evidente, el término colla es un objeto conceptual muy llamativo y cotidiano que apela a la adhesión inmediata del que la pronuncia y de las personas que desean pronunciarla precisamente con la sensación de sentirse superior y, de ese modo, quedarse atadas a las cadenas de la Caverna de Platón. Pero, también es evidente que gente como Fátima la pronuncia sin saber que esa palabra ha sido inoculada sistemáticamente por una casta apátrida para proteger sus intereses, disimulada y cínicamente, de las aspiraciones de dignidad de la propia Fátima.

Busca aislarla de sus semejantes, inducirla a la exclusión de otro ser humano igual a su naturaleza, y, sin embargo, diferente culturalmente, para mantenerla marginada de su condición de clase y echarla en una bolsa que no le corresponde humanamente.

Ningún grupo autoritario o fascista sobrevive sin la creación constante de estas apelaciones objetivadoras que justifican exclusión, racismo, represión, despotismo y discriminación. Un claro ejemplo es el término Judio, empleado por el nazismo para asesinar a millones de personas de ese origen en la Alemania de Hitler. Otro ejemplo es la palabra comunista, empleada por los dictadores latinoamericanos para justificar las desapariciones y crímenes de miles de seres humanos. Estas palabras tienen el poder de hacer y ser a una cosa o a una persona con sólo nombrarla.

Definitivamente es una palabra que a fuerza de usarla la han convertido en una religión, en un dogma, en una etiqueta ideológica que busca una acción irracional: anular la dignidad del boliviano nacido en el occidente del país obnubilando la capacidad de reflexionar de las millones de buenas personas nacidas en el oriente boliviano.

Sin embargo, el contenido de las palabras mutan, los significados ya no son los mismos. Es un término que curiosamente se alimenta con el enojo del apelado, del destinatario de la palabra, y engorda la religión racista de la casta apátrida, que necesita de este término para crear la división, primero en nuestra mente, luego en la familia y finalmente en la calle. Para derrotarla no hay que alimentarla, sino desnutrirla aceptándola como una bonita e indefensa etiqueta cultural que cada vez irá a producir una tercera cultura que resultará de la irreversible mezcla de collas, cambas, chapacos, etc. (las estadísticas acompañan la naturaleza humana).

Estoy seguro que Fátima, desde que le dijimos que no nos enoja ese término, reproducirá la palabra colla como un apelativo cultural y no racial porque intuirá que detrás de cada persona hay un ser histórico orgulloso de sus antepasados y de su pasado y respetuoso de las otras culturas. Siento y pienso que ya no alimentará a la casta que la somete sutilmente haciéndola creer que la palabra camba la iguala a sus adversarios de clase y borra la brecha económica que la diferencia de la “nobleza apátrida”.

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