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El impuesto a los electrónicos

El impuesto a los electrónicos

sábado 08 de agosto de 2009, 06:23h

Los tiempos que vienen marcarán el cambio desde una economía cerrada, estancada y utópicamente autárquica, hacia un país abierto y pujante, inserto en las corrientes mundiales de producción, inversiones, tecnología y comercio.

La “protección” votada en la Cámara de Diputados no logrará otra cosa que dificultar el paso de los argentinos al nuevo paradigma, a cambio de nada, ya que justamente las industrias tecnológicas no funcionan en base a los viejos criterios de la industria del siglo pasado, que iban donde estaban las prebendas. No buscan mejor trato fiscal, sino seguridad jurídica y un entorno de infraestructura moderna, trabajadores altamente calificados y servicios de excelencia.

Los argentinos con actividades vinculadas a las redes –que hoy por hoy, lo son casi todas- verán encarecer sus costos y dificultar su competitividad internacional. Para favorecer a armadoras que virtualmente no agregan valor a la producción, se afectará a industrias ya instaladas, que necesitan importar partes electrónicas porque forman parte de cadenas de valor de diseño global. En lugar de fortalecer los eslabones argentinos de las cadenas globales de valor, se apunta a una industria dirigida exclusivamente al mercado interno, al que se condenará a alejarse de los productos de punta para conformarse con otros que acarrean dos o más generaciones tecnológicas de retraso.

Los argentinos del campo y la ciudad, a partir de la gesta del 2008, están crecientemente decididos a orientar su rumbo en la misma dirección que Brasil, Chile y Uruguay: incorporar tecnología, apostar a invertir en modernización y cambio tecnológico, incorporarse a las cadenas globales, reconstruir y reforzar su capacidad de competencia en el mundo. Si algo señalaron con su pronunciamiento electoral del 28 de junio es su hartazgo del “modelo” cerrado y asfixiante, convertido en una fábrica de miseria que nos ha llevado a tener el 40 % de argentinos bajo la línea de pobreza, al deterioro educativo, al desastre sanitario, a la destrucción de la infraestructura y a la quiebra del sistema productivo.

El bicentenario debe ser el hito de cambio. Hacia una sociedad integrada y segura. Hacia una producción vinculada al nuevo paradigma. Hacia la creciente libertad de los ciudadanos, que se logrará con planes universales de inclusión que erradiquen de cuajo el humillante clientelismo, hacia el respeto a las leyes. Y hacia la libre transferencia tecnológica, que en lugar de ser frenada debiera ser potenciada.

Por encima de los chisporroteos de la coyuntura, el futuro será de las fuerzas políticas que entiendan la esencia de la nueva etapa y tengan la inteligencia necesaria para pautar el cambio en forma inteligente, tanto en cuanto al rumbo como en el ritmo.

Esta sanción, inspirada en un mundo que no existe, se dirige hacia el rumbo equivocado, con un ritmo de colisión. O sea, exactamente a la inversa de lo que aconseja una sana política.

En cuanto al radicalismo, siempre es mejor abstenerse que votar mal. Pero mejor hubiera sido comprometerse votando bien.

Debiera tomar nota de que está siendo objeto de una mirada más atenta por parte de los ciudadanos, al haberse convertido en una real opción de relevo a la gestión kirchnerista. No bastará con omitir decisiones o en aislarse de los temas en debate. Cada vez deberá profundizar más sus análisis, identificar sus objetivos y jugarse por el futuro. El riesgo de no hacerlo es que la historia pase nuevamente por el costado, y que otras opciones políticas, sin la historia republicana ni la vocación democrática de la UCR, asuman con claridad el liderazgo del cambio.

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