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La conciencia

sábado 15 de agosto de 2009, 19:07h
   El ministro de Justicia, como buen jurista, ejerce como tal cuando al hablar de Derecho plantea una cuestión y su contraria: establecer una afirmación tajante y a continuación señalar sus aristas y sus matices. Y es que esto es la ciencia jurídica: una serie de principios,  como es la presunción de inocencia, o en caso de duda fallar siempre a favor del reo, y un cúmulo de definiciones para tasar las conductas ilícitas. Además, claro está, existen miles de procedimientos tan importantes como los principios.

   En una de estas alocuciones, hablando de la objeción de conciencia, el ministro dijo que se podía equivocar este derecho con la desobediencia civil. Y en cierto modo puede tener razón, siempre y cuando se banalice el derecho a la objeción de conciencia. Se banaliza si alguien se le ocurriera alegar este derecho para no respetar las normas de tráfico, saltarse la cola ante una ventanilla o no pagar impuestos. Sería un despropósito alegarlo para no escolarizar a los niños o no pagar la pensión a la ex mujer. Pero no se trata de eso y mucho menos en el contexto en el que ahora se abre el debate.

   Se plantea ahora a la sombra de la anunciada ley del aborto y esto son palabras mayores. Practicar un aborto es algo más y bien distinto a realizar la cura de una herida o practicar una operación de apendicitis. El aborto es una de las cuestiones que con mayor claridad afecta a la conciencia de cada cual. Nada ni nadie podrá convencer a quienes creen que es algo irrelevante que se trata de una cuestión muy seria y, desde luego, nada ni nadie podrá convencer de lo contrario a quienes creen que cada vez que se practica un aborto se atenta directamente contra la vida de otro.

   La forma de situarse ante el aborto no se puede regular por ley. Desde el Gobierno se plantea como un derecho de la mujer, para así colocarnos al mismo nivel que otros países. Y cuando desde el Gobierno se habla del asunto se afirma que es una ley que a nadie obliga. El planteamiento, pues, es un planteamiento ideológico -ampliación derechos- y al mismo tiempo "muy pacifico", ya que a nadie obliga. Es una ley pensada, dicen, para ampliar los derechos de las mujeres, pero cuando de un aborto se trata también entran en juego derechos de otros.

   En el caso que nos ocupa, el de los médicos que con todo derecho y justicia quieren ver respetadas sus creencias y su forma de entender la práctica de su profesión. ¿Se puede obligar a un médico a practicar un aborto si él cree que lo que está haciendo es matar a un ser humano? Creo que bajo ningún concepto se puede obligar, ni a un médico ni a nadie, a actuar en contra de su conciencia, de la conciencia profunda y con mayúsculas que nada tiene que ver con la desobediencia civil.

   Si a nosotros los periodistas no hay editor o director que nos pueda obligar a mentir o a afirmar algo que no sabemos, ¿cómo no reconocer al médico su derecho a no realizar acto alguno que vaya en contra de su conciencia? ¿Alguien cree que la ley quedaría en nada porque los médicos alegaran objeción de conciencia?, ¿alguien cree que en España no hay médicos más que suficientes dispuestos a practicar abortos? Eso sí, en este asunto, como en tantos otros, lo que no cabe es la doble moral: resulta indigno objetar en la sanidad pública y no hacerlo en la consulta privada.

   El debate no ha hecho más que empezar. Cuando el proyecto de ley llegue al Congreso es seguro que este se va amplificar y va a generar tensiones. Por eso, y dando por hecho que el Gobierno contará con la mayoría suficiente para sacarlo adelante, sería deseable que, cuando menos, no se cayera en la contradicción profunda de intentar ampliar derechos y, al mismo tiempo, no reconocer un derecho que costó mucho conseguirlo, como el derecho a la objeción de conciencia.

   El Gobierno, con su Presidente a la cabeza y desde una perspectiva de izquierda no debería tener problema alguno, al contrario, en hacer valer ese derecho que acampa en lo más profundo de cada cual. Ese derecho hay que reconocerlo y regularlo, garantizando a quienes se acojan a él idéntico respeto, la misma libertad que ahora ya tienen quienes los practican.
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