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Pereza para expresarnos correctamente

viernes 24 de noviembre de 2006, 09:02h

Decía el otro día el director de la Real Academia, Víctor García de la Concha, en el programa televisivo de Vicente Vallés que los periodistas no nos expresamos tan mal como creemos.

La suya fue una afirmación evidentemente piadosa, con motivo de presentarse el Diccionario Esencial de nuestra lengua. Se trata de un compendio que, por su liviandad y fácil manejo, debería hallarse hasta en los bares, según el académico Gregorio Salvador, optimista él.

Es verdad, por una parte, que muchos periodistas manifiestan gran interés por las cuestiones de estilo. Uno de los más preocupados por ese tema, Alex Grijelmo, preside hoy día la Agencia Efe, lo cual es toda una garantía. Por otra parte, en los últimos años son cada vez más los informadores que ejercen con brillantez su oficio a caballo de la literatura. Curiosamente, además, con fuerte predominio femenino: Nativel Preciado, Maruja Torres, Rosa Montero, Julia Navarro, Ángeles Caso

Si eso sucede, que está bien, también ocurre que los periódicos, aun los más prestigiosos, adolecen de una escritura ramplona, llena de incorrecciones y que algunas veces llega a decir lo contrario de lo que pretende su autor. Y es que, ¡ay!, las nuevas tecnologías han acabado con los correctores tipográficos, quienes evitaban los desmanes lingüísticos de los redactores.

Si los periodistas lo hacemos, pues, regular, no pueden presumir de ser mejores que nosotros los políticos. Recientemente hemos oído a una ministra decir que “el consumidor debe seguir con los hábitos habituales” y a un colega suyo masculino que hay que “poner punto final al cese de hostilidades” cuando, obviamente, se trataba de lo contrario. Y es que aquí, a diferencia de otros países, la escuela no hace hincapié en que el alumno aprenda a expresarse, verbalmente o por escrito. Por eso, el periodista Fermín Bocos envidiaba hace bien poco la habilidad retórica de cualquier alcalde pedáneo francés.

La vitalidad de una lengua y su adaptabilidad a los cambios sociales no debe confundirse con la degradación de su uso. A ello contribuyen los mensajes telefónicos, correos electrónicos, foros cibernéticos y demás instrumentos de comunicación digital que comprimen el lenguaje hasta hacerlo irreconocible. No somos, por consiguiente, periodistas, políticos y otros creadores de opinión, los únicos culpables del mal uso de la lengua, sino la desidia colectiva alentada por la revolución informática.

Aquel Elogio de la pereza que realizó en su día Pierre Lafargue, el yerno de Carlos Marx, no disponía para su apoteosis de los medios electrónicos de hoy día. Su creciente uso nos ha revelado algo tan viejo como el mundo: que las carencias expresivas están en relación directa con la desgana, la pereza o la abulia de quien las padece.

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