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Zapatos y zapatazos

Zapatos y zapatazos

martes 03 de noviembre de 2009, 16:25h

Cuando vemos a una mujer, los hombres clavamos nuestra mirada en sus zonas erógenas. Las mujeres, en cambio, son sutiles. Cuando nos observan, se fijan en el cuello y en los puños de la camisa… y en los zapatos. Mientras la mirada de los machos es sexológica, la de las hembras es sociológica. Ninguna fémina toma en serio a un seductor con camisa arrugada de cuello raído y puños mugrientos, y mucho menos si sus zapatos remendados son de artesanía nacional. En ello les va la vida.

Si las mujeres van elegantemente vestidas, no lo hacen para impresionarnos; lo hacen para impresionar a las demás mujeres. En plena campaña proselitista, los políticos británicos Gordon Brown (laborista / izquierda) y David Cameron (conservador / derecha) lucieron a sus respectivas esposas. El electorado femenino no tomó en cuenta las propuestas para salir de la crisis y combatir el desempleo. Los ojos de las damas se posaron sobre los zapatos que llevaban las señoras de los candidatos. La conservadora Samantha Cameron llevaba unos zapatos baratitos de treinta y tantos euros, mientras la laborista Sarah Brown calzaba unos zapatos de lujo de más de 400 euros. Aclaro que la dama de los zapatos caros es la que pide el voto de los pobres.

Nuestros demagogos semiletrados pierden el tiempo al citar como loros a Petit, Derrida, Deleuze, Bordieu, Lacan y Foucault, ignorando quiénes son Jimmy Choo y Manolo Blahnik, zapateros de lujo que visten los pies de los famosos del Primer Mundo. Por los zapatos los conoceremos. Desde que el líder soviético Nikita Jruschov hablara en la Asamblea General de las Naciones Unidas, los zapatos alcanzaron rango diplomático. Nadie se acuerda de aquel discurso de 1962, pero todos recordamos el zapato de Jruschov sobre el escaño.

Mientras unos políticos se quitan los zapatos, otros los pierden, como Juan Lechín Oquendo. En uno de esos miserables golpes de Estado, el líder minero perdió uno de sus mocasines al bajar a la carrera, en plena baleadura, la cuesta de la calle del antiguo correo paceño. Uno de los tertulianos de la confitería La Paz, tan inclinado a la mitomanía, decía poseer aquel zapato de gamuza hecho en Italia.

Hoy, los zapatos vuelven a estar de moda. Desde que el periodista iraquí Muntazer Al Zaidi lanzara sus zapatos —los dos, uno tras otro— contra el presidente Bush, en Bagdad, ha proliferado el empleo del calzado como arma política. El pasado mes de febrero, un periodista tibetano le arrojó su zapato al primer ministro chino, Wen Jiabao, de visita en la Universidad de Cambridge, en señal de protesta por la ocupación china de aquel remoto país. Lo curioso fue que el periodista descalzo reclamó, durante su arresto, la devolución de su zapato, cosa que no hizo el periodista turco Selçuk Özbek, después de lanzarle su zapato al director general del Fondo Monetario Internacional, el francés Dominique Strauss–Kahn, al grito de “¡Fuera de la Universidad, ladrones del FMI!”, durante la reunión anual del Fondo, celebrada en Estambul, hace unos días.

Mis sufridos lectores habrán tomado nota de un pequeño detalle. En el extranjero, son los periodistas quienes arrojan sus zapatos a los poderosos. En Bolivia hacemos las cosas al revés. Son los periodistas —esos “pollos de granja” como los calificó el granjero presidente del Estado plurinacional— los que encuentran la horma de sus zapatos. ¡Cuidado, pollitos, con los zapatazos bolivarianos del presidente Evo!

* Escritor

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