¿Tiene usted jergas?

Cito de nuevo la máxima de Woody Allen: no sólo Dios no existe, consigan un plomero en fin  de semana. En casa lo conseguimos en los fantasmales primeros días del año. Un milagro, nos sentimos favorecidos por la fortuna. Mi relación con la plomería mexicana alcanza cúspides emocionales que sólo conoció Carl Gustav Jung cuando inventó el inconsciente colectivo. El plomero Rondón apareció en la casa con una caja metálica de herramientas y una gorra de pelotero, un hombre joven que ha colaborado a que México se encumbre como país de obesos. Rondón diagnosticó con rapidez experta la fuga del lavabo del baño y una sospechosa gotera en la llave de la regadera. Como un cirujano acostumbrado a intervenciones difíciles, Rondón le pidió a su asistente, siempre trae un ayudante, un marro. De inmediato empezó a soltar marrazos que se estrellaron contra la vieja llave de la regadera. Me escandalicé:

—Oiga, Rondón, va a romper la llave y se va a llevar el mosaico de corbata.

—Es que el maneral está muy pegado al chaquetón. A lo mejor hay que cambiar el árbol.
Entendí que el árbol era un confluencia de tubos que alimentan el agua que surte la regadera. Después de la lección de plomería soltó un marrazo de dar miedo. Esas piezas llevan más de sesenta años puestas en su lugar. Me pareció que quitar el maneral y el chaquetón (aprendo rápido estos lenguajes) sería ofender cierto orden del universo y le pedí que nos ocupáramos de la crisis del lavabo. Rondón me obedeció de mala gana y vaticinó un desastre:

—Como usted quiera, pero un día tendremos que romperlas. Es lo malo de las casas viejas.
 Después de pisotear la dignidad de nuestra casa, Rondón arrancó de cuajo el lavabo. Vi la oquedad en el piso no sin cierta melancolía. Me asomé al pozo negro y recordé el cuento de Cortázar sobre aquel pelo con un  nudo que el narrador del relato deja ir por el lavabo y luego va a buscarlo por las tuberías, una especie de plomería de la memoria, en fin, no nos desviemos. Mi mujer intervino. Decidimos que la dirección colectiva podría controlar los impulsos indomables de Rondón. El asistente entraba y salía de la casa.

—Vas por la pistola de califatec, te traes el silicón, compras mastique y una  manguera del tres.
 Cumplió la instrucción en cuatro capítulos. No soy médico, no voy a hablar de trastornos neurológicos. Rondón cambió el céspol, así le llaman al recodo por donde desagua el lavabo el agua sucia y nos dio la mala noticia. La tubería estaba tapada. La fuga era el síntoma de la enfermedad, una seria obstrucción.

—Voy a tratar de destapar con estos cables del cinco.

Algo me dijo que las cosas avanzaban por el lado oscuro. Me retiré a mi cuarto a leer poemas de Antonio Cisneros, el gran poeta peruano. Cuando leí estas líneas del “Poema escrito en el baño del bar Palermo”: Escribió tres o cuatro sonetos contra la virgen y uno a favor. Y todo fue arrastrado por la aguas, Rondón nos llamó. Nos presentamos. Se dirigió a mí:

—¿Tiene usted jergas?

Confieso que me sorprendió:

—Tanto como jergas, no sé.

—Es que al destapar acá, se inundó allá. 

Aguas grises amenazaban  con desbordar el desnivel del baño y pasar al pasillo y a los cuartos. Rondón controló la rebelión de aguas negras, pero nos reconvino:

—Esto sólo se arregla con la compresora. Cuesta dos mil quinientos pesos.

Fue una discusión acre, le dije, me dijo, nos enredamos. Me debe, no le pago.  Tenemos un lavabo tapado. No podré llevar con Rondón la amistad que sostengo con mi ex bolero. Un amigo me dijo que jamás se dejaría limpiar los zapatos por un hombre arrodillado frente a él. Yo estuve de acuerdo y le propuse a mi bolero que viniera a la casa. Le doy mis zapatos sin los pies dentro y así no ofendo al género humano. Un día le di al bolero mis zapatos de gamuza y él me devolvió un cuero seco color jengibre. Lo perdoné, pero a Rondón jamás. Todo esto ocurrió tal y como lo he contado, qué sentido tendría mentir en enero.

Opinión extraída del Periódico El Universal 10/01/2010