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Clarines de alarma para la inmigración

Clarines de alarma para la inmigración

lunes 18 de enero de 2010, 11:55h
   Con cuatro millones y medio de parados y más de cinco de inmigrantes, buena parte de ellos sin trabajo, la aparición de tensiones y conflictos era previsible y si de algo debemos sentirnos satisfechos -hasta el momento- es que la previsiones más agoreras no se hayan cumplido. Pero están latentes y han empezado a aflorar.

   Por delante de todo será necesario, más que nunca, dejar establecido un principio: legales o ilegales, con o sin papeles, son personas. Y como tales, respetando sus derechos y amparándoles en su notoria mayor debilidad han de ser tratados. Dicho lo cual hay que añadir también que con pegatinas y eslogan bondadosos de "no a la xenofobia y al racismo" no se resuelve nada.

   Ejemplos y recientes tenemos en Europa y alguno en casa. Y consecuencias insospechadas también como comprobar que son las clases populares, los votantes tradicionales de la izquierda -véase Francia-los que estallan, se sienten agredidos y desplazados y acaban por entregar votos y voluntades a partidos de extrema derecha. Suponer que esas gentes simplemente se han acostado "progresistas" y se han levantado "fachas" es no querer entender nada.

   Los "ricos" no son racistas. A ellos los inmigrantes les lavan la ropa, les cuidan el jardín y les sirven la comida. Es en los barrios humildes donde se produce el roce, donde la falta de trabajo lleva a la competencia, a la confrontación y al abuso, es en las aulas y en la sanidad publica donde surgen los roces y los naturales pueden sentirse acosados por los foráneos.

   No es ni el momento ni tiene utilidad ninguna venir ahora con buscar culpables en el pasado, aunque algunos efectos llamada y algunos "papeles para todos" había que haberlos medido más prudentemente. Lo cierto es que si vinieron los inmigrantes era porque había trabajo. Fue una enorme oleada y pasamos en un parpadeo de ser un país que emigraba a tener un 10 por 100 de emigrantes en nuestras calles. Han llegado, han trabajado y han contribuido a la creación de riqueza en España. Incluso demográfica.

   Pero ahora no hay trabajo, el paro galopa, la deuda también, los ayuntamientos están en bancarrota y los servicios que han de prestar no ven como hacerles frente. Y los inmigrantes no se han ido y aunque en menor cantidad incluso siguen llegando.

   Hay algo que no se puede hacer. No puede -y algunos lo vociferan-tratarlos como a cosas y objetos inservibles: "Ya no nos sirven, los tiramos", pero no podemos tampoco mirar para otro lado y no intentar afrontar el problema. Lo sucedido en Vic es un toque de clarín, un aviso. Lo que dice el alcalde de Torrejón otro. Que el empadronamiento es la llave de acceso a la inmigración ilegal no es un asunto baladí. Que empadronar a quien trae un visado de turista y o a quince que viven -es un decir- en un piso patera es, en si mismo, un fraude de ley. Pero ¿quién puede negar a un ser humano, tenga o no papeles, asistencia sanitaria? Bajo ningún concepto podemos hacerlo por muchas dificultades económicas que ahora pase España.

   No es asunto fácil. Lo único fácil aquí es la mixtificación buenista por un lado o el exabrupto xenófobo por otro. Y las dos cosas nos llevan al peor escenario. Lo deseable sería platear el tema como una verdadera cuestión de Estado y actuar en consecuencia. Lo que sucederá es que se convertirá en arma arrojadiza entre el PSOE y el PP y acabarán ambos a escobazos y la casa sin barrer.
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