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La reputación de Ramoncín

La reputación de Ramoncín

lunes 18 de enero de 2010, 14:58h
  Si el honor es, cual segura el Diccionario de la Lengua Española, la cualidad moral que nos lleva al cumplimiento de nuestros deberes respecto del prójimo y de nosotros mismos y, más aún que eso, la gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas del que se la granjea, ¿cómo puede temer Ramoncín que los ociosos de Internet se la arrebaten? Se comprende, aunque no demasiado, que se le lleven los demonios al leer los comentarios atroces que en la Red se vierten, al parecer, sobre él, pero si se trata de un sitio donde bajo el cobarde amparo del anonimato se puede injuriar y calumniar de balde al prójimo, ¿por qué acude a ese sitio y los lee? ¿qué necesidad tiene Ramoncín de llevarse esos disgustos que, por lo demás, deben ser de órdago a juzgar por las acciones legales que el muchacho pugna todo el rato por emprender?

   La reputación de las personas, que no siempre se compagina con la verdad y con el honor, no depende de la mala baba que fluye, viscosa, por la Red, que más que un ámbito de expresión e intercambio de ideas parece un aliviadero del resentimiento y la frustración. Por no depender, la reputación no depende ni de la opinión del prójimo, que suele ser alegre por no decir triste, ni de los "dossieres" con que a menudo los bellacos pretender buscar la ruina de algunas personas.

¿Ha cumplido Ramoncín sus deberes respecto al prójimo y a sí mismo?

¿Es o ha sido lo suficientemente virtuoso y ha allegado los méritos necesarios para reputarse como hombre de honor? Si es así, no debe temer que las insidias y los rebuznos de los internautas faltones se lo roben ni se lo menoscaben. Buscar en el Red lo que dicen de uno es siempre un ejercicio de masoquismo, pero para alguien susceptible equivale al suicidio. Olvídese, pues, Ramoncín de Internet, de la palabra Ramoncín más concretamente, y eso que ganará en salud y no perderá en pleitos imposibles. El honor, al ser una cualidad moral y no un bien fungible, no se lo pueden robar, si uno lo tiene, a uno.
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