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En Colón, la España constitucional

martes 08 de mayo de 2007, 09:10h

El triunfo de Sarkozy extiende su efecto por toda Europa. No sólo se ha reanimado la Unión Europea, con la proclamada voluntad del presidente electo de liderar el regreso de Francia al corazón del proyecto europeo, tal como nació del gran sueño del Tratado de Roma, sino que se ha reavivado también el espíritu constitucional de las grandes naciones del continente, con todo lo que ello significa de confianza en los derechos civiles y en el bienestar de la economía social de mercado. El espíritu renovador de la derecha moderna recorre Europa y tiene su próxima cita con Cameron en el Reino Unido. En España habrá que esperar casi un año, salvo un adelanto electoral que es cada vez menos probable en estas circunstancias, de modo que las elecciones municipales y autonómicas a punto de celebrarse cobran valor de auténticas “primarias”.

Así que es un acierto haber escogido la madrileña plaza de Colón para el mitin con el que, el jueves, abrirá Mariano Rajoy la campaña del PP, descontado ya, pese a quien pese, que las urnas de este mayo se han convertido, por demanda de la opinión pública, y particularmente en Madrid, en un innegable “ensayo general con todo” para las elecciones generales del año próximo. De igual manera que los franceses han reencontrado, en torno a Sarkozy, el amor a Francia que el presidente electo no ha vacilado en proclamar, la plaza de Colón, al pie de la bandera que simboliza el Estado de una de las más antiguas naciones de Occidente, es el escenario adecuado para que los españoles se reencuentren con los valores democráticos de la transición, la reconciliación y el proyecto común y compartido.

Es también un acierto que Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz-Gallardón compartan ese día con Mariano Rajoy la tribuna de la plaza de Colón. Este mes, en Madrid, se dilucida mucho más que la presidencia de una Comunidad autónoma y las alcaldías de la capital y los pueblos. Es un “test” porque así la ha querido la oficina de efectos especiales de Ferraz, lanzando al ruedo nada menos que a uno de los más allegados colaboradores del presidente, el hasta ahora jefe de la extraña oficina económica de Intermoney en La Moncloa. Que está bien, por otra parte, porque así se constata que nada han hecho los alegres ejecutivos de Intermoney -en La Moncloa, en la CNMV o en cualquier otra parte- que no fuera por indicación o con beneplácito personal de Rodríguez Zapatero.

Es asimismo un acierto porque Rodríguez Zapatero cada vez se parece más a su patrocinada Ségolène Royal. Advirtió esta última a sus compatriotas que habría violencia por toda Francia si ganaba Sarkozy las elecciones, y no se le debe privar al “gran crispador” de enfadarse porque el odiado centroderecha se reúna bajo la bandera de España. ¿Cuánto le falta para decir que habrá violencia en España si el PP gana las elecciones? ¿Habrá violencia porque ETA se quedaría sin interlocutor y el terrorismo islamista sin “alianza de civilizaciones”? ¿Pero no estaba ETA contra las cuerdas, derrotada policial y políticamente, cuando le llegó “in extremis” el oxígeno de la llegada de Rodríguez Zapatero a La Moncloa?

Es verdad, triste verdad, que en la España de hoy, al contrario de lo que sucedía desde el albor constitucional de 1978, hay crispación y un debate político degradado y falseado. Es verdad también que el PP, sometido al acoso y a una difamación permanente desde un gobierno que ha renunciado a ser de todos y optado por actuar con sectarismo y beligerancia contra media España, no ha sabido trasmitir la verdadera imagen de un proyecto moderno, europeo y progresista de centroderecha. Pero también es verdad, y es la verdad principal, que la crispación, y el deterioro de la convivencia que entraña y la pérdida de imagen e influencia exterior que comporta, tiene un autor, que la ha promovido con deliberación y por cicatero cálculo político, que es Rodríguez Zapatero. Y lo más importante es que, poco a poco, la ciudadanía va dándose cuenta de lo que sucede. Es, pues, el momento de llamar a los electores a la recuperación de la convivencia y de los valores de la reconciliación nacional y la transición, que son los valores constitucionales de 1978 y el aliente europeísta y occidentalista de esta gran nación de ciudadanos libres, que merecen –merecemos– vivir en paz, vivir en armonía, vivir libres y vivir bien.

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