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Semblanzas

Semblanzas

miércoles 23 de junio de 2010, 22:42h

   No sé sí resistiré la tentación de incluir cierta ironía en estas líneas imprecisas, pero mi intención es no hacerlo. En cualquier caso, quiero pedir disculpas por tan mostrencas simplificaciones y por estos retratos de tosca, subjetiva y parcial caligrafía. Eso sí, desprovistas de malicia y escritas con afecto y humor, aunque seguramente no pasarán de ser un mediocre marujeo social. 

   José Miguel Nuin viene cargado de futuro, pero tiende a entablar con su clientela -supuestamente colectiva y apócrifa- una especie de conversación testimonial y algo utópica, que parece más una arenga, un forzado discurso hilado con claros y veraces ardides dialécticos, útiles otrora, pero ineficaces hoy día. Se trata de una sincera y entusiasta narración discursiva dirigida a un electorado constituido en algo parecido a un deuteragonista textual de sí mismo. Es reedición del pretérito pensamiento utópico del 82, que veintiocho años más tarde, sin apenas novedades, trata de recolocarlo en el pesimista escenario actual. Pero los amagos del 82 se enfriaron por entropía natural y porque los ideales incumplidos dejan una flojedad difícil de superar. La utopía empezó con fuego y verbo, presocrática, hegeliana, pero ha sufrido luego una glaciación gradual e irreversible. Nuin es, en cualquier caso, una persona con capacidad sobrada para sanear su discurso y adaptarlo a la posmodernidad, que exige la superación del dogmatismo romántico.

   Uxue Barkos, en cambio, sabe llegar mejor al gentío, no en vano domina bien el mundo de la imagen. Su voz es nítida y templada, lo cual ya supone un guiño eficaz a sus votantes. Es una política de vanguardia, pero con un mensaje algo liberal, lo que supone una grieta en un discurso que pretende ser progresista. Procura ser siempre muy razonable, demasiado, pero no llega a disimular su inclinación secesionista. Vamos, ni siquiera lo intenta. Y en nuestro medieval reino, eso tiene poco recorrido. Aunque bien mirada, la secesión hecha desde Navarra es simple anécdota, mera cotidianidad de fin de semana. Y es que Uxue hace soberanismo sin provocar desorden, mientras medita como conciliar la retranca nacionalista con el progresismo pugnaz que pretende abanderar. Lástima que no rompa con sus tópicos ancestrales, que no hacen sino servir a los tópicos folclóricos, los cuales, a su vez, son mera escenificación de un tiempo pasado y perdido que ni Marcel Proust reencontraría. Flexibilizar su gesto sería un acierto -no por oportunismo, sino por realismo- e iniciar una aventura regeneracionista donde pese menos el pueblo y más el ciudadano, único heredero legítimo del Siglo de las Luces. Al fin y al cabo, en el mundo todos somos vascos en peligro de expansión.

   Con los años y los desengaños, Santiago Cervera se fue al PP. Es, sin duda, un político dotado de una dialéctica algo levantisca, pero siempre brillante, no por exceso de erudición, que sin duda la tiene, sino por su sentido imaginativo. Cuando agota una alocución, prefiere inventarse un discurso paralelo, y de esta improvisación nace su eficacia. Es todo un caballero, pero últimamente se ha adherido a las asonadas de su partido, que son malas porque están al final del idioma, es decir, son el escombro que se utiliza cuando uno se ha quedado sin palabras. Es una pena, pues a él le sobra verbo. Y es que agotadas las ideas de la derecha, sobreviene el discurso de la descalificación, que es lo que está siempre detrás de una política conservadora.

   En fin, el paisaje general determinado por la crisis económica muestra una derecha terminal, sin alternativas y sin porvenir, que sólo subsiste del acoso a Zapatero. El catastrofismo que viene predicando la derecha parece peligroso en su última lectura: o nosotros o el caos. Aunque esto no es más que un tic, no diré que franquista, pero sí común a la derecha que pretende secularizarse en el poder. Lo cierto es que Cervera es una persona audaz que considera que la modestia es una ruda vulgaridad, puesto que casi todo el mundo se cree obligado a someterse a ella. Él no se esconde, sino todo lo contrario, exhibe sin rubor su neoliberalismo confeso.

   Su belicosa aliada, Yolanda Barcina, es buena oradora, pero trasmite poca emoción. Tiene fibra, pero la destina a uniformar la diferencia y cancelar la discrepancia. Pamplona, su hábitat natural, no es Navarra, lo que debería hacerle recapacitar, pues está desinstalada en un sistema de valores tan nacionalcatólicos que pueden hacerle perder muchos votos. En ocasiones parece que le divierte suscitar antipatías, romper acuerdos y escenificar desencuentros. Y eso en política no es bueno. Esconde una hiperbólica egolatría publicitaria que da la impresión de que no ha disfrutado en toda su vida de un placer más gozoso que el de la popularidad capitalina. Sus palabras son pías, magnas de retranca, pero eficaces. Se ha quedado fijada al  Cantar del Mio Cid, pero Rodrigo Díaz de Vivar ya no se lleva. Ahora está García Márquez, Borges, Casares, Saramago y todos esos. Pero lo que mejor define su irreconciliable miscelánea ideológica es su natural apego al Conde Rodezno.

   José Andrés Burguete arde también en banderas forales, aunque su indubitable navarrismo es algo más inadvertido y moderado. Es un eficaz comunicador, capaz de ver la luna rojiza en el amarillo regio de nuestra tierra. Y eso tiene mérito, pero muy poco voto. Sueña con el centro, pero se olvida de que en ese espacio hay overbooking.

    Roberto Jiménez es un navarro enterizo construido ladrillo a ladrillo. Los vientos silvestres y humedales de Pitillas se entrecruzan en su discurso y agitan sus palabras, que a veces suenan fuertes y rudas, aunque él habla siempre en el tempero y la modestia. En su prosa brillan chispas del pueblo sencillo y convincentes metáforas de cambio. Es un político cada vez más maduro, más trabado, cercano, pero lejano al glamour y al halago. Es un barón de la negociación y del consenso, un artífice de la estabilidad social de la que se beneficia el gentío. Y cuando negocia, no se aleja ni un ápice de los currantes, los desempleados y del tajo. No mira la política, la practica. Hace socialismo para ganar todo lo posible, no para prometer lo imposible.

    En fin, he dejado correr la pluma, dispersa, inofensiva, tratando de cercar los personajes, pero seguramente de forma tan trivial que finalmente se me han ido desvaneciendo por mi propia torpeza. Confío en que el lector perspicaz habrá discernido entre la ironía afilada y sospechosa de intemperancia, y descubierto la veta humorística de esta suerte de dislates. Eso sí, aunque pueda parecer una profanación estética y descaradamente partidaria, uno apuesta por Roberto Jiménez. Y es que en política el sentido del recato cuenta poco. Zorte on guztioi.

    Fabricio de Potestad Menéndez
    Secretario de Estudios y Programas de la Ejecutiva del PSN-PSOE.

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