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Un presidente a la intemperie

Un presidente a la intemperie

lunes 18 de octubre de 2010, 09:23h

Crece la sensación popular –las encuestas son unánimes y diáfanas- y sigue el silencio intelectual –de los filósofos, de los universitarios, de los pensadores- acerca de que no hay Gobierno ni ideas para el cambio que exige un país desnortado, sin modelo y víctima de muchas crisis, todas ellas importantes -la económica, la educativa, la social, la de la innovación, pero, sobre todo, la de valores- y que parece incapaz de abordar su propia rebelión. Decía Ortega que “la sociedad para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el Estado; luego, el Estado se sobrepone y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado”. Se podría añadir algo más: la apropiación del Estado por la clase gobernante o por un gobernante, con el silencio culpable de los suyos, y la identificación de los intereses partidistas o hasta personales con los intereses del pueblo, de la masa.

El presidente Zapatero, su política –que no es la del partido, sino la suya personal- intentó entroncar la democracia actual con la República en un salto en el vacío, como si la historia, buena y mala, se pudiera borrar. Puso en marcha leyes que van a cambiar inexorablemente los valores éticos y morales durante generaciones. Ha mantenido y reforzado un sistema educativo que prima el fracaso escolar y que está entre los peores del mundo. Ha roto en buena medida la cohesión nacional con su defensa extemporánea de un Estatuto catalán con amplias zonas de inconstitucionalidad y con su proyecto de hacer legal mediante subterfugios, lo que el Tribunal Constitucional dictaminó. Acaba de regalar al PNV transferencias políticas, sin contar con quien gobierna en la comunidad autónoma, que es su partido. Ha despilfarrado una situación económica de crecimiento para entrar en una espiral de desempleo y caída económica que tardaremos cuando menos otra legislatura en recuperar. Perdió su lugar en el marco europeo, fijó como amigos “prioritarios” de la política exterior a los gobernantes de naciones como Venezuela, Cuba o Bolivia, despreció a Estados Unidos y luego trató de recuperar la amistad como fuera, y hemos sido amenazados y ninguneados por Marruecos o Gibraltar.

Vendió a Maragall, colocó a Montilla, traicionó a Montilla con Artur Más y a éste con la realidad y ahora ha dejado en ridículo a un íntegro Patxi López para darle todas las bazas al peneuvista Urkullu, que ya debe imaginar lo que le espera, pero que ha logrado lo que no consiguió Ibarretxe. Tiene una oposición silenciosa y agazapada, a la espera de su caída, que tampoco garantiza el valor para cambiar la situación, y un partido que sabe que tiene que cambiar de líder, pero que piensa más en evitar el descalabro que en los cambios y los pactos que necesita el país. “El Estado, decía Ortega mucho antes del mayo francés, comienza por ser una obra de imaginación absoluta. La imaginación es el poder liberador que el hombre tiene. Un pueblo es capaz de ser Estado en la medida que sepa imaginar”. Todos somos responsables. 

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