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La desaparición de los libros

La desaparición de los libros

lunes 28 de mayo de 2007, 03:59h
En la actualidad existen en el país 99 librerías con 150 puntos de venta. El 42 por ciento de ellas están en la Región Metropolitana. En la mayoría de las ciudades pequeñas o medianas es imposible encontrar una tienda que venda libros. Resultarían ser negocios tan exóticos como la oferta de serpientes africanas.

En la extendida capital de Chile, con casi seis millones de habitantes, las librerías tradicionales han sido reemplazadas por farmacias o sucursales bancarias. Asimismo, han desaparecido editoriales históricas –Nascimento, Zigzag, Del Pacífico, Cultura, Ercilla, etc.- y los editores nacionales, con honrosas excepciones, han sucumbido ante la competencia de los consorcios internacionales que sólo editan a escritores chilenos cuando están seguros de su éxito de venta.

El escritor Jorge Guzmán (“Ay Mama Inés”, “La ley del gallinero”) dice en su obra “Carta por el libro”: “El número de chilenos que leen disminuye sin cesar y quienes todavía leen gustan de obras menos buenas, menos difíciles, menos hermosas, más pobres de ideas”. Una encuesta al respecto arrojó evidencias aterradoras: el 70 por ciento de nuestros compatriotas jamás ha leído un libro, el 20 por ciento lee sólo tres al año y apenas un diez por ciento poseen pequeñas bibliotecas y conocen los títulos clásicos. En ese grupo existen clientes de librerías establecidas que son, en general, profesionales de buenas rentas o profesores que no pueden ignorar a los autores que son parte de la cultura universal.

Los jóvenes están cada vez más lejos de los libros. Han sido conquistados por la televisión, por internet, por las páginas web. Allí buscan la información que necesitan para cualquier propósito. Sólo por sus requerimientos educacionales leen fragmentos de las obras que están en los programas escolares o universitarios. Así su comprensión de lectura deja mucho que desear de acuerdo a las pruebas que evalúan sus conocimientos o su nivel intelectual.

Se asegura que el prestigio de lo moderno y lo técnico está convirtiendo a los libros en objetos tan anacrónicos como los gramófonos o los faroles a gas y que la letra impresa no es funcional ni tiene futuro. A eso Guzmán responde: “Sin lectura alfabética y sin lectura matemática no existe la vida simbólica tal como la conocemos hoy ni tampoco puede existir nuestra vida en sociedad”.

Es evidente que nada puede reemplazar la eficacia de los libros en la divulgación de los conocimientos ni en el desarrollo de la imaginación ni en todo lo que tiene que ver con la cultura de un país, con el enriquecimiento del lenguaje, con la expresión de las ideas y las múltiples percepciones de la vida. Hay una relación manifiesta entre libros y desarrollo porque las sociedades que lo han conseguido son lectores desde hace siglos.

El concepto “apagón cultural”, que se generó durante el régimen de Pinochet, tuvo mucho que ver con la censura a los libros que se impuso entonces. Las hogueras de libros arrojados desde las ventanas de sus poseedores a la calle, la prohibición de determinados autores, la obligación de someter los manuscritos a una oficina de control oficial, fue parecido a lo que ocurrió durante el hitlerismo. Sin los libros y la libertad de lectura, una sociedad regresa a las cavernas. La palabra escrita es irremplazable y a ella le debemos los avances de la civilización humana.

En “Carta por el libro” Guzmán expresa: “Si el Estado no toma seriamente la bandera del libro, el problema no tiene solución”. Aunque a veces es un tema para bellos discursos, hay que reconocer que los gobiernos de la Concertación se han preocupado de alguna manera del asunto. Existe un positivo Consejo del Libro y Fomento a la Lectura, que estimula ediciones y a los autores nacionales. Pero hasta aquí ha resultado imposible despojar del IVA de un 19 por ciento a los volúmenes. Es una barrera económica difícil de saltar para quienes viven de un salario. El precio de los libros es en Chile varias veces mayor que en Argentina y en la mayoría de los países de América Latina. Si el Estado considerara a la lectura como un servicio público, tendría que derogar el IVA en tal rubro. Así favorecería, además, los derechos de los autores robados por el incremento constante de la piratería.

Es indispensable crear lectores a partir de los años escolares. Al comienzo puede ser “una lata” para los muchachos, pero sin duda después se puede convertir en un placer de grandes ganancias para el alma y los cerebros de la nación.

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Luis Alberto Mansilla
Periodista
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