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El cuarto superpoder

miércoles 13 de junio de 2007, 09:51h
Los periodistas, en este país, se dividen entre los que han dejado de ser periodistas y los que tienen que soportar que, en las ruedas de prensa, no les dejen ni preguntar, reducidos a micrófonos ambulantes. Los que han dejado de ser periodistas se convierten en consejeros, asesores, insultadores o aplaudidores de una opción política o empresarial: protagonizan mítines y escriben libros para que los políticos conviertan las presentaciones en actos de partido. El cuarto poder se convierte, para ellos, en un superpoder que puede hacerlo todo, decirlo todo, difamarlo todo, amenazar a todos, comportándose con una actitud matonista que raya lo nauseabundo. Nada que ver con las sagradas tareas de un informador, que consisten en contar lo que pasa y analizar la realidad, no inventarla y forzarla cada día para que pase por donde nos dé la gana.

No queremos decir que la fiscal del 11-M, Olga Sánchez, haya actuado acertadamente aprovechando el tribunal donde actúa para lanzar un alegato contra cierta prensa; esas críticas, a las que tiene perfecto derecho y en las que no carece de razón, debería haberlas hecho en sede y foro distintos, y estuvo acertado, a nuestro entender, Gómez Bermúdez al cortarlas. Pero ello no quita para que la descalificación constante, la burla de la que esta fiscal es objeto por parte de un locutor que cada mañana, impune, reparte premios y castigos a su arbitrio, resulte ya algo intolerable.

Y ante este justiciero de las ondas bendecidas se rindió un Mariano Rajoy digno, entendemos, de muchísimo más respeto que el que le deparó su anfitrión, que le hizo algo más parecido a un interrogatorio policial, o a una reprimenda de maestrillo con librillo, que a una entrevista periodística. Es más: le grabaron durante una pausa publicitaria, cuando el presidente del PP se explayaba creyéndose a salvo de indiscreciones. Ay, don Mariano, con la experiencia que usted tiene y la de veces que le habrán advertido que no debe franquearse ante un micrófono presuntamente cerrado, por muy santo que ese artilugio parezca…

Probablemente, tampoco Tony Blair, que ya está prácticamente fuera de la ‘melée’, haya debido expresarse con la crudeza con la que lo ha hecho refiriéndose a ‘cierta’ prensa que lo ha atacado. Las viejas damas grises anglosajonas parece que también se contagian del amarillismo de los tabloides británicos. Pero usted, señor Blair, no tuvo que sufrir a ciertos radiopredicadores, columnistas y tertulianos que tenemos por acá y cuyos métodos nada tienen que ver con lo que se estila en la información allá en las islas. Y las críticas que nos hacen los políticos a los profesionales de la comunicación son muchas veces bienvenidas. ¿Recuerda usted cuando Bush, su admirado colega norteamericano, llamó “estúpidos escépticos” a los periodistas que criticaban la guerra de Irak? Como si nuestra obligación no fuese ser escépticos, entre otras cosas porque hemos visto tantas actuaciones de estúpidos presuntamente dedicados a gestionar la vida pública y hasta nuestra vida privada.

Así que son dos cosas distintas, que a nuestro entender no deben meterse en el mismo saco. Olga Sánchez, la fiscal, tiene derecho a defenderse ante las infamias de que es víctima, pero no en el tribunal, sino, acaso, en los tribunales; parece que contradecir la versión prefabricada que algunos medios se hacen de un acontecimiento, el 11-M en este caso, puede acarrear muchos sinsabores procedentes de quienes se comportan ante los micrófonos con toda impunidad. Tony Blair, el político, acaso debería haber abierto antes la caja de los truenos, o dejarla cerrada para siempre: en su sueldo se incluyen las críticas que ha recibido, algunas de ellas bien merecidas, por cierto.
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