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Islam y democracia

Islam y democracia

lunes 28 de febrero de 2011, 19:53h
Somos espectadores de una inesperada y contagiosa conmoción en el mundo islámico de origen aparentemente socioeconómico antes que ideológico. Que la revuelta se extienda por los países más ricos en recurso se explicaría por la injusta distribución de esta riqueza más que miseria extrema. Las sombras que oscurecen el desenlace de estas rebeliones populares es la falta de confianza de que terminen en soluciones democráticas estables. Está la sombra de un radicalismo islámico incompatible con un concepto de democracia tolerante  en temas tan sensibles como la libertad religiosa o la igualdad de la mujer, fanáticamente enemistado con la civilización occidental, pese a las imaginarias alianzas de Zapatero con los 'califatos'.

No reside en los grupos juveniles que se manifiestan, sino en la falta de estructuras y personalidades políticas capaces de sustituir con solvencia a los despotismos, sean estos tradicionales o revolucionarios. El único punto de referencia entre lo que los rebeldes llaman "anarquía positiva" y la tiranía es el ejercito ilustrado, allí donde tal institución exista. El viejo sueño modernizador  de Kemal Ataturk  y los jóvenes turcos. Siempre con el riesgo de que el poder militar degenere en nuevas dictaduras o combinaciones ejército-clericales.

     El problema de toda ilusión democrática  es la limitación de ofertas a elegir entre lo que está en cartel. Aquí a los españoles nos gustaría elegir algo así como una Merkel, pero hasta ahora, solo nos ofrecen a Zapatero o Rajoy, porque, aunque existan otras opciones, éstas no están aún en cartel. Pero a los revoltosos árabes no se les ofrece ni eso. Frente a los autócratas cuestionados, salvo los militares ilustrados, la única opción con base popular es la comunidad fundamentalista de creyentes que confunden religión y política y cuyos frutos se pueden observar en Irán o en las cavernas de Bin Landen. Si creyésemos que esta reislamización fundamentalista pudiera también ser vencida por una nueva mentalidad árabe, la perspectiva sería más optimista. Pero, por ahora, no hay síntomas en este  sentido ni en el Derecho ni en las costumbres. Mientras, la progresía bobalicona de occidente sigue tragándose las dictaduras de Cuba o Irán y alegrándose con los alborotos más próximos a nuestra geografía cuyo futuro desconoce hoy como desconoció ayer las amenazas de crisis socioeconómica.
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