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El dilema nuclear

martes 15 de marzo de 2011, 12:23h
   La terrible catástrofe de Japón ha avivado, como es lógico, el debate sobre la energía nuclear, tras los efectos devastadores del terremoto y posterior tsunami. Dicen los expertos que un maremoto de magnitud 9 en la escala Richer, que provocó el tsunami se puede producir una vez cada mil años, pero eso ni nos sirve de consuelo, ni despeja las dudas sobre las consecuencias que acarreara esta  catástrofe también nuclear. Es verdad que si un país tan avanzado y potente económicamente como Japón no ha resistido la fuerza implacable de la naturaleza, no podríamos siquiera imaginar que hubiera pasado en una zona de las muchas pobres del planeta. Seguramente estaríamos contando los muertos por cientos de miles y dentro de unos días, cuando bajara la tensión informativa, como ocurrió en Haití, la solidaridad internacional se diluiría y ¡a otra cosa mariposa!.    En términos de seguridad cabe recordar que Japón tiene 54 reactores y han sido sólo tres, los de la central de Fukushima, los que han tenido problemas, pero, en este asunto, el riesgo ha de ser nulo. Siendo realistas y si fuéramos capaces de sacar el tema del debate ideológico -es decir si no partiéramos de prejuicios preconcebidos según los cuales la izquierda dice "Nucleares no" mientras la derecha la apoya- reconoceríamos que la energía atómica es necesaria y no podemos desprendernos de ella de un plumazo. Ese tipo de energía genera el 14 por ciento de la electricidad que se consume en el mundo y si de muestra vale un botón en países como Francia supone un 75 por ciento del total, un 20 en Estados Unidos y un 30 en Japón por lo que no es fácil buscar alternativas. Es verdad que las energías renovables con mas limpias y seguras, pero también mucho mas caras y tampoco está solucionado el tema del almacenamiento.    El recurso fácil y popular en estos momentos es apostar por dar cerrojazo a la energía atómica, pero lo realista, y tal vez lo más sensato, es revisar los sistemas de prevención de riesgos y seguir investigando en materia de seguridad. Es posible, como advierten algunos, que con lo de Fukushima se produzca un nuevo parón de décadas en este tipo de energía, como ya ocurrió tras los accidentes de Three Mile island en 1979 y Chernobil en 1986, incluso que algunos planteen el abandono de la misma y tal vez el futuro vaya por ahí, pero de momento y sumergidos como estamos en una crisis económica mundial si queremos seguir disfrutando de todas las ventajas del siglo XXI, la energía nuclear no es prescindible y ahí están los datos que lo constatan.    Lo que supondría un gran avance es que los políticos hicieran, de verdad, un debate en profundidad sobre cómo afrontar la cuestión energética sin que las distintas opciones ideológicas les impidieran ver mas allá de su pequeño ombligo partidista y sin que este asunto tan peliagudo se usara solamente como bandera y reclamo electoral. El dilema que ahora se plantea es el mismo de siempre, y la respuesta no es sencilla. Los ciudadanos queremos disfrutar de las comodidades propias de la época en la que nos ha tocado vivir, pero sobre todo queremos preservar nuestra salud y la de nuestros hijos. ¿Cómo hacerlo para que, además, lo podamos asumir económicamente?
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