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Cómo revisar la democracia de la transición

Cómo revisar la democracia de la transición

miércoles 06 de julio de 2011, 08:34h
La transición a la democracia en España y otros países del sur de Europa, sucedida en los años setenta del pasado siglo, fue el comienzo de la extensión de ese sistema político en buena parte de planeta, que siguió con América Latina y más tarde con el bloque de países del Este. Por cierto, los estudios comparados sobre los procesos de la transición a la democracia hicieron su agosto en el campo de la ciencia política. La democracia representativa se afincaba como sistema político sin alternativas sostenibles en prácticamente todo el globo, al mismo tiempo que se evidenciaban sus dificultades para mantener sus promesas y la plena satisfacción de una ciudadanía cada vez más exigente y culturalmente compleja. Treinta años después de inaugurar la Constitución de 1978, que hacía de España un “Estado social y democrático de Derecho”, las críticas a la democracia de la transición son múltiples y de distinto alcance. Es cierto que no todas se orientan en la misma dirección, pero pueden agruparse en varios bloques sustantivos: a) las críticas referidas a la estructura institucional y constitutiva; b) las que guardan relación con sus instrumentos operacionales (principalmente sistema electoral y de partidos); c) las que se centran en los operadores del sistema (eso que se ha dado en llamar “la clase política”, y d) las que tienen que ver con la subordinación de cualquier democracia representativa a la dinámica global de los mercados. Como puede apreciarse, este último tipo de críticas puede entenderse como la adición de todas las anteriores o bien como algo que nada tiene que ver con ellas: una democracia pluralista, sin los defectos que podría tener la existente en España, todavía puede padecer la subordinación a los mercados globales. La solución a este problema sólo puede plantearse en los espacios supranacionales o en la perspectiva del avance hacia una gobernanza global. Mejorar nuestra democracia únicamente nos permitirá defendernos mejor o resistir más a las dinámicas globales, pero el control real de éstas sólo puede hacerse desde una gobernanza global. Las críticas referidas a los operadores del sistema pueden parecer sólidas a primera vista, pero luego no lo son tanto. Es evidente que se necesita una regeneración moral del ejercicio de la política y la función pública, o, por decirlo de otra forma, que es necesario cambiar el clima subjetivo existente. Pero, como insiste Fernando Savater, en una democracia abierta la queja contra los políticos es tendencialmente inmoral porque significa que la ciudadanía no está dispuesta a sustituirlos. Y ya sabemos que, sin cambiar la normativa electoral, se puede modificar el sentido del voto, como ha sido evidente en Cataluña y Euzkadi con ocasión de los últimos comicios. En cuanto a las críticas respecto de los planos constitutivo y procedimental de nuestra democracia, hay dos aspectos importantes. El primero refiere a su naturaleza. La superación de los deterioros de la democracia actual no reside únicamente en acudir a mecanismos de participación directa, como parece sugerir el manifiesto “Una ilusión compartida” para la reconstrucción de la izquierda. Como descubrieron los promotores de participación ciudadana en el gobierno de Barcelona, para mejorar el funcionamiento de la democracia es necesario hacer las dos cosas: reparar los mecanismos dañados de la representación e incluir mecanismos nuevos de participación. Y, muy importante, eso no se puede hacer de cualquier manera: es necesario cuidar que unos y otros no se entorpezcan mutuamente. Por poner ejemplos, la reforma del sistema electoral hacia uno más proporcional refiere al campo de la representación, mientras que reducir el número de firmas para impulsar un referéndum corresponde al plano de la participación directa. Pero es necesario ponderar cual debe ser el límite que impida que el recurso al referéndum se constituya en un obstáculo para la gobernabilidad democrática y la visión de largo plazo. El otro aspecto crucial se refiere al grado de la reformulación de la democracia de la transición. Se están planteando al respecto dos polos extremos: quienes consideran que no es necesario hacer reformas significativas (o incluso de ningún tipo) y quienes están planteando de sopetón una Constituyente. Por empezar por el final, me parece que un proceso constituyente necesita de algún tipo de acuerdo de las actuales fuerzas políticas mayoritarias y no creo que haya clima para ello. Pero tampoco me parece que sea bueno evitar o minimizar la revisión del sistema político. Creo que lo más razonable es acometer una revisión rigurosa y discutir una reforma sustantiva. Para dar el primer paso (la revisión rigurosa) me parece posible impulsar procesos deliberativos en distintos sectores (las Universidades y la academia, las fuerzas políticas, los movimientos sociales, etc.) que produjeran insumos que se sistematizaran y se enviaran al parlamento, para su discusión y aprobación, o si procede en determinados casos, para impulsar una consulta popular.   En la sociedad española existen suficientes recursos técnicos y humanos para encarar una tarea deliberativa como la propuesta, tanto en el Estado como en la sociedad civil. Y las circunstancias lo ameritan. Hay etapas en que las cosas funcionan medianamente bien, hay desarrollo y bienestar, las políticas públicas funcionan y la tarea deliberante y legislativa responde, y entonces la ciudadanía puede relajarse y aceptar el piloto automático de la aeronave. Pero hay otras en que la democracia depende que haya suficientes demócratas convencidos/as, capaces de responder a la idea kennedyana de que hay que dejar de preguntarse qué puede hacer por ti la democracia para preguntarse qué puedes hacer tu por la democracia. Parece indudable que estamos en uno de esos momentos. El reto de revisar hoy la democracia de la transición pertenece a las y los demócratas convencidos, sin distinción de posición social o preferencia política, pertenezcan a determinada organización social o sean ciudadanos individuales.  Alguien podría considera que esta es una idea sumamente ilusa, sobre todo pensando en los sectores conservadores del país. ¿Cuándo la derecha se ha jugado por la democracia en España? Tengo que confesar que esa duda también me asaltaba cuando, con ocasión de la manifestación de rechazo al golpe de Tejero, caminaba inmediatamente delante de mí ni más ni menos que Manuel Fraga Iribarne (hay testimonio gráfico de la cabecera de esa manifestación). Pero a partir de ese día aprendí que confundir a los demócratas conservadores con los golpistas es un grave error que no favorece a nadie. Por eso fui de los que no estuvieron de acuerdo con la estrategia de Felipe González de acudir al voto del miedo en su última contienda electoral. Las alusiones sobre el retorno del franquismo no fueron precisamente eficaces. De igual forma, confundir hoy a Rajoy con la extrema derecha televisiva no resulta buen negocio para España. Y rechazar la propuesta de revisar el sistema electoral porque procede de Esperanza Aguirre es seguir confundiendo los adversarios con los enemigos. Pero este problema refiere a la dialéctica cultural de las Españas y sobre eso hemos quedado que trataríamos más adelante. Valga ahora la simple insistencia de que en la tarea de revisar y mejorar la democracia de la transición caben todos los demócratas convencidos, vengan de donde vengan.
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