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¿Podrá haber algún sistema sin crisis?

¿Podrá haber algún sistema sin crisis?

viernes 29 de julio de 2011, 10:14h
A la vista de lo sucedido este fin de semana, varios observadores se preguntan si el movimiento 15-M no estará perdiendo fuelle. Y se lo preguntan tanto respecto de su capacidad de movilización como de su capacidad propositiva. Para comenzar por esta última, el lema de la reciente concentración en Madrid ha sido: “No es una crisis, es el sistema”. Dado que las otras propuestas reivindicativas no presentan grandes novedades, habría que tomar este lema como el gran tema de reflexión que nos propone el 15-M. Se supone que la intención es advertir a la ciudadanía que el verdadero problema está en el sistema que, por su naturaleza, está condenado a producir crisis. Sin embargo, su formulación presenta algunos problemas de sentido. En primer lugar, cabría la pregunta de si puede imaginarse algún sistema que no sufriera de crisis. La experiencia acumulada nos dice que eso nunca ha tenido lugar en la historia humana. Y lo que también nos dicta esa experiencia es que cuando se ha propuesto algún sistema ideal (que no tuviera crisis) y se ha tratado de llevar inmediatamente a la práctica, se ha desembocado en siniestros callejones sin salida. Así, la idea de la eliminación del Estado dio lugar al panestatismo estalinista, o el hombre nuevo cubano a una burocracia políticamente (y económicamente) corrupta. Es decir, la búsqueda de sistemas ideales no debe entenderse como una sustitución inmediata de la realidad sino como un proceso de cambio, en que los ideales son como las estrellas, no podemos bajarlas al suelo, pero guían nuestro camino. En suma, todo sistema que invente la especie humana será imperfecto de necesidad y estará expuesto a crisis, al menos hasta la mutación, tan ansiada por algunos, que finalmente nos convierta en ángeles. Estando claro lo anterior, el lema del 15-M sufre de una cierta ambigüedad. Desde luego, que negar que estamos en presencia de una crisis, sería negar la evidencia. Más bien parece lo suficientemente grave como para pensar que el sistema necesita de algún cambio que trate de evitar la reproducción de estas crisis en el futuro. Pero ahí es precisamente donde el mensaje del 15-M no está claro: ¿habría que reformar el sistema o habría que destruirlo por completo? En términos todavía más concretos: en el plano económico ¿hay que regular el capital financiero o hay que deshacerse de la economía de mercado en su totalidad? Y en el plano político ¿hay que reformar el sistema electoral o hay que sustituir la democracia representativa por otra cosa (una estructura asamblearia, quizás)? Hasta el momento, el 15-M ha volado con esas dos alas: la referida a los que quieren reformar el sistema y la compuesta por quienes quieren destruirlo. La conjunción de ambas corrientes ha sido vista al interior del 15-M como fuente de fortaleza, sobre todo en términos de movilización. Pero esa misma conjunción puede verse como ambigüedad propositiva y por tanto como fuente de debilidad en su interlocución con la sociedad. Mucha gente ha comenzado a distinguir en el 15-M entre su capacidad de canalización de la indignación y su  capacidad de proponer vías efectivas de salir de la crisis. Y ha comenzado a pensar que esto último hay que buscarlo en otra parte. Desde luego, para el 15-M salir de esa ambigüedad enunciativa significaría tener que elegir entre sus dos alas y eso le conduciría a su división fáctica. Algo que hasta ahora ha tratado de evitar por todos los medios. Más bien ha optado por afirmarse en una unidad de acción movilizadora. No obstante, esto también tiene sus riesgos. Tratar de mantener el movimiento mediante la movilización permanente supone un esfuerzo difícil de sostener en el tiempo. Y eso se habría puesto de manifiesto este fin de semana pasado. El desarrollo de las marchas ha sido mucho más simbólico que efectivo. Y, desde luego, no alcanzó los propósitos iníciales que buscaban ir acumulando gente en el camino para llegar a Madrid con mucho más que algunas decenas de personas, como finalmente ha sucedido en varios casos. Tampoco en Madrid han sido recibidos por una cantidad de gente que se aproxime, ni de lejos, a la que se acumuló en mayo. Sin necesidad de hablar de fracaso, sobre todo teniendo en cuenta que mucha gente está de vacaciones, en el 15-M hay quienes son conscientes de que la movilización continua presenta un evidente riego de desfallecimiento y que es preciso modular mucho más las fuerzas en el inmediato futuro. Como puede apreciarse, el 15-M sigue en un dilema. La unidad de acción le permite mayor presencia en las calles, pero también le obliga a una ambigüedad enunciativa y propositiva, que trata de resolver con lemas amplios e imaginativos, pero que dan lugar a lecturas muy distintas en la ciudadanía. Insisto en recordar que eso fue algo que funcionó como revulsivo en la sociedad francesa, que, tras mayo del 68, se volcó electoralmente hacia la candidatura de derechas. Mientras tanto, el aldabonazo del 15-M ha contribuido a catalizar la actividad de diversos sectores (políticos, académicos, etc.) para ir proponiendo vías que contribuyan al cambio sistémico que se necesita para subordinar los mercados a la democracia. Este domingo pasado, Adela Cortina ha venido a coincidir (El País, 24/07/11) con la propuesta que hicimos desde estas páginas acerca de las posibilidades que tiene la perspectiva de una democracia deliberativa (DC, 5/07/11), cuya base sigua siendo la democracia representativa, pero que sea complementada con mecanismos de participación directa que la vivifiquen. Ojalá que las fuerzas políticas sean permeables a estas reflexiones y propuestas que hacen las y los demócratas convencidos y las reflejen en sus programas electorales, de cara al momento crucial que supone el ejercicio del sufragio universal que tendrá lugar en poco tiempo más. 
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