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Una polémica actual

Una polémica actual

miércoles 14 de septiembre de 2011, 00:46h
La ética no es parte de la estadística. Jorge Luis Borges Uno no termina de entender si lo que los mueve es oportunismo, mala fe,  mala conciencia o  imbecilidad. No termina de saber si eso que defienden lo hacen desde lo racional, si tienen una borrachera ideológica, si de  verdad creen que una  revolución pasa por el autoritarismo y la obsecuencia. La izquierda  o la supuesta izquierda -aquí y en mundo -  se tiñó desde hace décadas de miserabilidad. ¿Hay ejércitos  revolucionarios y ejércitos opresores? ¿Hay funcionarios que combaten la burocracia? No se termina de entender qué es la burocracia aunque de esto se habló  y se escribió hasta el cansancio. Claude Lefort, caballeros, Claude Lefort. ¿Qué diferencia hay entre un obispo populista y un militar iraní o israelita o cubano o estadounidense? Para muchos lo ideológico es un sentimiento, para otros un sistema científico. Algunos creen en los bombos, otros en el comité. Tomaremos como eje de discusión la célebre polémica Sartre-Camus.     Jean-Paul Sartre, estando al corriente de los crímenes del estalinismo se negó, sistemáticamente, a difundirlos aduciendo que "no le podemos hacer el juego a la derecha". Pensamientos similares pero de otros signos fueron los del general falangista Millan Astray y las del teórico Josehp Goebbels. (Ya sé, ya sé, no se pueden comparar.) Pero empecemos a discutir todo, absolutamente todo.  "Este es el orden, Sancho...de aquí no se va nadie. Nadie. / Ni el místico ni el suicida/", nos enseñó nuestro amado León Felipe. Sabemos, por otra parte, que el general chino Sun Tzu (544 antes de nuestra era) decía que para conquistar un país debía primeramente llenárselo de baratijas y mercachifles, mandarle felones para arruinar su administración, y presentarles putas, músicos y bailarines licenciosos, para cambiar sus costumbres. "¿Qué es el hombre?...Es esa fuerza que termina siempre por balancear a los tiranos y a los dioses".  Un poco de historia. En el verano parisiense de 1952 las dos principales figuras del mundo intelectual francés eran Jean-Paul Sartre y Albert Camus.  Este último acababa de publicar El hombre rebelde. En el ensayo, Camus, sostenía que había en el ser humano una esencia, una naturaleza humana, y que esa esencia se relacionaba con una moral cuyos principios trascendían las vicisitudes de la Historia. Para Sartre, en cambio, el hombre no tenía esencia, era pura existencia, un puro hacerse. "...la rebelión es, en el hombre, el rechazo a ser tratado como cosa y reducido a la simple historia. Es la afirmación de una naturaleza común a todos los hombres que escapa al mundo del poder." Para resumir y aclarar. Francis Jeanson, discípulo de Sartre, hizo un comentario negativo del libro de Camus en la revista Les temps modernes, órgano del círculo existencialista. En esa reseña, Jeanson, que actuaba como portavoz de Sartre, detallaba las diferencias ideológicas que separaban a Camus del grupo liderado por el autor de El ser y la nada . Camus contestó entonces los reparos hechos por Jeanson; fue el comienzo de una polémica que dividió durante décadas a los intelectuales de todo el mundo. "¿Qué es el hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero sí rechaza, no renuncia: es también un hombre que dice sí, desde su primer movimiento." Si bien Sartre reconoció y condenó los crímenes del estalinismo y las masacres en los campos de concentración rusos, sostenía que la única esperanza de los desposeídos, el único camino para cambiar el orden social, se encontraba en el bando soviético. Estaba dispuesto a criticar la ortodoxia asesina del Partido Comunista, a denunciar la dictadura de silencio que la burocracia y los esbirros estalinistas imponían a los comunistas del llano y a los mandarines literarios, pero sus críticas se basaban en un compromiso previo de solidaridad con la causa marxista. "Mientras la verdad, aunque sea en un solo espíritu, sea aceptada por lo que es y tal como es, habrá lugar para la esperanza." Sartre coincidía con Camus en afirmar que los crímenes cometidos por el estalinismo eran atroces, pero también creía que no había manera de escapar de una elección inevitable: capitalismo o comunismo. Se estaba con un frente o con el otro. De acuerdo con Sartre aquellos intelectuales que, para cumplir con sus conciencias, se ubicaban por encima de los contendientes  -Estados Unidos y la URSS-, y emitían sus opiniones desde la cima de una pureza y de un saber absolutos, en el fondo, le hacían el juego a uno o a otro de los contrincantes. Actuaban como idiotas útiles. "Para un hombre sin anteojeras no hay espectáculo más hermoso que el de la inteligencia en lucha con una realidad que lo sobrepasa." Para Sartre, peor que el totalitarismo soviético era el capitalismo que condenaba a la mayoría de la humanidad a la pobreza, a la ignorancia, a la explotación. En ese contexto, no había neutralidad posible. Lo que correspondía era ejercer un realismo que obligaba al compromiso. Contra aquella posición "realista" de los sartreanos, se alzaba la voz casi solitaria de Camus, para quien el fin no justificaba los medios. El terror que había implantado Stalin para imponer las ideas comunistas de solidaridad y justicia social no era mejor que la barbarie nazi o  el sistema capitalista. El reino de la justicia, que se vería al final del camino, terminaría salpicado de sangre y de despotismo, contaminado para siempre.  Según Camus, los asesinatos acabarían con las ideas de libertad e igualdad. No había una dictadura buena y otra mala. El terror, de izquierda o de derecha, el terror con las mejores intenciones, no podía engendrar sino monstruosidades. "Instalo mi lucidez en medio de lo que la niega. Exalto al hombre ante lo que lo aplasta y mi libertad, mi rebelión y mi pasión se reúnen entonces en esa tensión, esa clarividencia y esa repetición desmesurada." Está claro que el contexto en que se desenvolvió la polémica Sartre-Camus ha desaparecido. Pero había en esa controversia algo que iba más allá de las circunstancias, algo más profundo que todavía está en discusión y que nos persigue en la vida cotidiana. ¿Es posible actuar en política, y hasta en los hechos diarios más banales, en nuestros propios trabajos, sin ensuciarse las manos, sin entrar en compromisos? En aras de resultados concretos, ¿se debe guardar silencio sobre los errores cometidos, sobre los hechos de corrupción que parecen ser una secuela inevitable del capitalismo salvaje? "...lo que busca el conquistador de derecha o de izquierda no es la unidad, que es ante todo la armonía de los contrastes, sino la totalidad, que es la supresión de las diferencias. El artista distingue allí donde el conquistador nivela."  Todo hombre que vale, ha dicho Paul Valéry, es un sistema de contrastes felizmente reunido. Camus aducía que era su denuncia de esta situación lo que le valía el anatema de Jeanson, incluso al precio de deformar su obra y su biografía. "Todo se desarrolla como si ustedes defendieran el marxismo, en tanto que dogma implícito, sin poder afirmarlo en tanto que política abierta". Camus añadía que la revista se había empeñado en silenciar "todo cuanto en mi libro se refiere a las desgracias y a las implicaciones del socialismo autoritario". Una postura poco ética. Sartre, en su respuesta, tomó el toro por las astas: "La existencia de estos campos puede indignarnos, causarnos horror; pueden obsesionarnos, pero ¿por qué habrían de embarazarnos?... Creo inadmisibles esos campos; pero tan inadmisibles como el uso que, día tras día, hace de ellos la 'Prensa llamada burguesa! Yo no digo el malgache antes que el turcomano; digo que no hay que explotar los sufrimientos infligidos a los turcomanos para justificar los que hacemos soportar a los malgaches". Y por último: "Usted condena al proletariado europeo, porque no ha reprobado públicamente a los soviets, pero también condena a los gobiernos de Europa porque admitirán a España en la UNESCO ; en este caso, sólo veo una solución para usted: las Galápagos. En cambio a mí, al contrario, me parece que la única manera de acudir en ayuda de los esclavos de allá es tomando el partido de los de aquí".   A discutir, entonces. Para Camus este `realismo´ abre las puertas al cinismo político y legitima la horrible creencia de que la verdad, en el dominio de la Historia , está determinada por el éxito. Para él, el hecho de que el socialismo, que representó, en un momento, la esperanza de un mundo mejor, haya recurrido al crimen y al terror, valiéndose de campos de concentración para silenciar a sus opositores -o, mejor dicho, a los opositores de Stalin- lo descalifica y lo confunde con quienes, en la trinchera opuesta, reprimen, explotan y mantienen estructuras económicas canallescas. No hay terror de signo positivo y de signo negativo. La práctica del terror aparta al socialismo de los que fueron sus objetivos, lo vuelve 'cesarista y autoritario´ y lo priva de su arma más importante: el crédito moral. Negarse a elegir entre dos clases de injusticia o de barbarie no es jugar al avestruz ni al arcángel sino reivindicar para el hombre un destino superior al que las ideologías y los gobiernos contemporáneos en pugna quieren reducirlo. Las razones de la Historia son siempre la eficacia, la acción y la razón. Las utopías revolucionarias han causado sufrimiento porque olvidaron y, por eso, hay que combatir contra ellas cuando, como ha ocurrido con el socialismo, los medios de que se valen empiezan a corromper los fines por los cuales nacieron. El combate contra la injusticia es moral antes que político. "El anarquista conoce al menos lo que combate."  Camus ponía la moral por encima de lo político. En contra de los comunistas, en contra de la izquierda, en contra de sus amigos, denunció el cinismo de las prácticas llamadas revolucionarias. Harto, llegó a escribir: "Si, finalmente, la verdad estuviera a la derecha, ahí estaría yo." La izquierda entera lo excomulgó, no soportó que un anarquista existencial -que luchó en la Resistencia- llegara a tanto. La derecha, por supuesto, tampoco lo comprendió. Y aquí estamos; discutiendo en nuestro país y en el mundo - con sus matices claro está - lo moral y lo dogmático, el socialismo humanista o el cinismo partidario.  "Toda la historia del mundo es la historia de la libertad",  escribió hace mucho este argelino sin banderas.   Carlos Penelas Buenos Aires, septiembre de 2011
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