El natural orgullo y la lógica satisfaccióncon que TVE celebra su quincuagésimo aniversario tiene dos efectos, uno bueno y otro, la verdad, algo lamentable. El bueno, que presidió la gran gala de cumpleaños emitida el pasado jueves y, en general,cuantas celebraciones han sarpullido la programación de este año, tiene mucho que ver con la nostalgia, con la ternura, con el reencuentro con aquellos profesionales de la casa que nos acompañaron en la vida y que han envejecido con nosotros, así como con las formas añejas e ingenuas de hacer televisión. El menos bueno, esto es, el efecto chungo, es que en el actual relato retrospectivo de la historia de TVE se lamina la propia historia de la que fue testigo y,alguna vez, protagonista.
No era cosa, ciertamente, de convertir la fiesta de aniversario en un acto político, aunque sí, acaso, en una celebración de la libertad, por mucho que la recuperación de ésta conllevara a la postre la pérdida de su monopolio televisivo. TVE nació con el franquismo (nació exactamente veinte años después del inicial proyecto republicano para ponerla en marcha), y vino a la vida, como no podía ser de otra manera en aquella España conventual, presidiaria y cuartelera,ñoña, feble, mentirosa, asténica y desconectada del mundo. Las bailarinas no tenían piernas y los inteligentes no tenían, en sus interminables inicios,voz ni presencia. Los periodistas no podían relatar la verdad, ni las series como 'Crónicas de un pueblo' hacer la verdadera crónica del verdadero pueblo, ni la naturalidad cabía en sus 625 líneas rigurosamente vigiladas. Faltó en la gala del jueves, creo yo, la memoria, tan ominosa como necesaria, de todo eso, y sobró, aunque tal vez sea inevitable en el género, autocomplacencia. Ahora bien; dicho esto, también hay que decir que la gala supo huir de las peores convenciones de las galas, horrorosas siempre, introduciendo un poco del talento que, con esto de las prejubilaciones forzosas en la casa, abundó siempre, aunque siempre bajo sospecha, en Televisión Española.
Si (
No(
