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Turistas maltratados

viernes 17 de agosto de 2007, 20:20h

Se puede comer mal hasta en el País Vasco, lo que tiene delito. Pero lo de Madrid bate records.

Nos estamos quedando sin uno de los atractivos turísticos de nuestro país, el de una gastronomía elaborada y suculenta. Hoy, a diferencia de unos años atrás, proliferan en la costa mediterránea, desde Rosas a Tarifa, inmundos chiringuitos que esquilman a los guiris a cambio de unos guisos incomestibles.

No sé cuándo ni porqué empezó la caída en picado de la calidad de nuestros restaurantes. Ignoro si tiene que ver con la entrada del euro, la sensación de impunidad de los intrusos en el sector de la hostelería o la contratación de inmigrantes que desconocen la diferencia entre una paella y un cocido. Pero el mal ya está hecho.

Tampoco es que uno hile muy fino. No critico pifias sutiles, como girar la botella al descorchar un vino de marca o no poner una servilleta junto a la cubitera para que no nos gotee encima al servir la bebida. Eso sería para nota. Me basta simplemente con que los camareros no metan el dedo en los platos y que las fritangas no sean apestosas, la carne resulte comestible y no nos sepan absolutamente igual las natillas, las mousses y los helados.

Ya ven que uno no pide mucho. Simplemente, volver adonde estábamos. Hace veinte años, las naciones emergentes en turismo, desde Túnez a Yugoslavia, dejaron de enviar sus gentes a aprender hostelería y restauración en Suiza o Francia, países cimeros del sector, porque pensaron que España era un alumno aventajado al que imitar. Pues ya no.

La relación calidad-precio, antes tan favorable, se ha invertido. Sobre todo, en Madrid. Hasta en ese triste ranking nuestra capital va en cabeza. Comer ya no bien, sino regular, es misión casi imposible en los alrededores de la Plaza Mayor, Puerta del Sol o Plaza Santa Ana, lugares del laico peregrinaje turístico.

Uno entiende, entonces, que muchos de nuestros visitantes prefieran el bocata de mortadela comprado en el supermercado, a sentarse en una terraza en la que les van a dar un palo sin dejarlos satisfechos. Situación, ésta, de la que se quejan ya muchos restauradores, como si ellos, pobrecitos, no tuvieran la culpa.

De todo esto es de lo que menos se habla cuando se alude a un posible estancamiento del sector, a la retracción del turismo exterior, a la competencia de nuevos destinos o a la falta de efectivo de los viajeros por la subida de las hipotecas.

Todo eso está muy bien, pero si diéramos mejor de comer no tendríamos de qué preocuparnos.
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