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De traidor a hombre de confianza del Che Guevara

De traidor a hombre de confianza del Che Guevara

martes 21 de agosto de 2007, 05:01h
Cuando se van a cumplir 40 años del asesinato en Bolivia del Che Guevara, la persona que cargó durante todo este tiempo con el estigma de haber causado su captura, el artista plástico mendocino Ciro Roberto Bustos, ha roto su largo silencio y hace sus descargos en sus memorias publicadas hace pocos días. Se titula El Che Quiere Verte (Ediciones B, Buenos Aires, 2007), frase con que la guerrillera Tania lo llevó por la selva boliviana a conversar con el mítico  guerrillero. El libro se encuentra en librerías de Buenos Aires y de Santiago.

Nos merecíamos esta primicia, ya que, una vez liberado, Bustos viajó directamente de la prisión de Camiri a nuestra capital como exiliado político, y se incorporó a la Editora Nacional Quimantú, donde fuimos compañeros de trabajo y amigos durante dos años. Era un hombre afable, básicamente desconfiado, interesado en el proceso chileno al socialismo de esos años, pero mudo en lo que se refería a su epopeya en Bolivia. Aquí, como en todas partes, sufrió el aislamiento de los grupos de izquierda, que también desconfiaban de él por haber dibujado para el ejército boliviano los rostros del Che y compañeros de guerrilla durante su encarcelamiento. Lo estimaban un traidor y un delator. Por su don de gente, su carácter franco, su fidelidad a la causa revolucionaria que había abrazado, sus interesantes comentarios de la realidad política internacional y su responsable relación con su compañera Ana María e hijitas, nunca me pareció que mereciera esos calificativos.

En sus memorias de más de 500 páginas, cuenta su evolución hacia la izquierda política desde que estudiaba Bellas Artes en Mendoza, su preparación como guerrillero en Cuba, Praga, Argelia y su admiración incondicional por el Che. Lo más novedoso en el libro es tal vez su afirmación de que fue escogido por Guevara para un importante papel en la preparación de la revolución en su país. Y, por cierto, su explicación de por qué no fue un delator, como se le ha acusado, sino el hombre del Che para la Argentina.

En verdad, Bustos ya había explicado antes por qué tuvo que hacer esos malditos dibujos que le han penado toda su vida. Ocurrió hace diez años, cuando, al cumplirse 30 años de la muerte de Ernesto Guevara, aparecieron en el mundo importantes biografías con su historia. Jon Lee Anderson, prestigiado periodista norteamericano, lo entrevistó para una de ellas en Suecia, donde reside, develando su verdad en el libro Che, una vida revolucionaria (Emecé Editores, Buenos Aires, 1997). Es de los pocos que lo escucharon y le creyeron. Por la misma época, salieron algunos artículos de prensa (revista Punto Final, enero 1998) y un documental realizado por cineastas suecos, Sacrificio, con la misma revelación: Bustos era uno de los seleccionados del Che para la revolución en la Argentina, la que terminó abortada en Salta a comienzos de los 60, con algunos guerrilleros presos y otros desaparecidos y muertos de inanición, entre los cuales, el jefe, el periodista argentino Jorge Ricardo Massetti, fundador de la agencia cubana Prensa Latina.

Bustos escribe en forma amena, mucho contexto histórico y enriquecedores detalles, de cómo se convirtió en admirador del Che desde el triunfo de la Revolución Cubana y los contactos que tuvo con él entre 1962 y 1967 y, como en una tragedia griega, sus memorias terminan con la debacle final, aunque tiene una visión optimista cuando declara en el diario santiaguino La Tercera del 19 de agosto del 2007 que lo que fracasó fue esa lucha, pero que su idea de despertar las conciencias acerca de la necesidad de la “liberación de los pueblos de cadenas, miserias y dominaciones” se generalizó por el continente.
   
Respecto del episodio ingrato que lo afectó,  cuenta que luego de hablar con el Che y recibir sus instrucciones, estaba dejando la guerrilla, junto con el intelectual francés Régis Debray (de quien guarda recuerdos no gratos), cuando ambos caen presos en Muyupampa, en abril de 1967. Como experto que era en inteligencia y contra-inteligencia, para justificar su presencia en las inmediaciones de la guerrilla, se había inventado una personalidad distinta, la de un artista plástico al servicio de una institución argentina preocupada de los derechos humanos de los guerrilleros caídos. De modo que cuando le exigieron que dibujara a quienes había visto, como ya se había publicado en la prensa boliviana  (y el  Che lo refrenda en su famoso Diario) que el ejército sabía de la presencia de Guevara, pues había encontrado fotografías y restos de un campamento guerrillero en Ñancahuazú, decidió dar verosimilitud a sus declaraciones dibujando, como le ordenaban bajo fusil, los rostros de los ya aparecidos en las fotos, y de otros personajes que él había inventado para desinformar a sus enemigos y resguardar a sus compañeros del Ejército Guerrillero del Pueblo. En sus memorias afirma como su mayor prueba absolutoria de que siempre fue fiel a la causa, que ninguno de esos guerrilleros sufrió allanamientos, cayó detenido o debió exiliarse. Esta misma razón arguye para explicar su largo silencio, en desmedro de su honra.

El libro causará más de una sorpresa en el medio político argentino y latinoamericano, pues entrega una arista desconocida de la epopeya de los movimientos revolucionarios de nuestro continente.

Lidia Baltra
Periodista
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