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Mueren dos grandes hombres carismáticos: Antoñete y Simoncelli

Mueren dos grandes hombres carismáticos: Antoñete y Simoncelli

domingo 23 de octubre de 2011, 13:55h
Los juguetones y trágicos hados del destino nos han traído dos muertes distintas y distantes, sí, pero con el denominador común de que se han llevado a dos personajes clásicos en lo suyo e icoonoclastas, ajenos a la mediocridad por su tremebundo carisma. Antoñete y Simoncelli nos han dejado en cuestión de horas. Como es lógico, en España nos puede afectar más la del genial coletudo que la del no menos genial piloto, aunque, es más digerible la primera: en un hombre de casi 80 años, fumador empedernido -causa última de su final-, que cultivó en su vida muchos excesos típicos de los toreros llamados machos -hasta que hace tres lustros se casó con su actual esposa, Karina, y sentó la cabeza.

Aprovechadno a su vez la revolución que significó en los ruedos por su vuelta al clasicismo más ortodoxo, y valiente, delante de los bicornes, armas que hoy se enseñan como 'antoñetistas' en las escuelas de tauromaquia. Antoñete, genio y figura, un ortodoxo en la plaza -como calificativo positivo- fue un heterodoxo una oveja de ningún rebaño, frase favorita de su amiga Gloria Fuertes, fuera de ella. Un hombre carismático para siempre, que marcó época incluso en su útima faceta de comentaristas de los festejos de Canal Plus, con su voz ronca en la forma, sí, pero con el fondo de sus afilados y analíticos comentarios-
 
Al margen de nacionalidades y especialidades en las que cada uno destacó, es más dura la muerte de otro carismático personaje: el irrepetible Marco Simoncelli. Tanto por la desesperación de grito de acantilado que nos trae la misma, con sólo 25 años, como por la horrorosa forma en que 'la Parca' se ha presentado: al tener el accidente mortal y ser atropellado por otros compañeros del pilotaje del siempre peligrosísimo motociclismo de élite, entre ellos su íntimo amigo -trágica ironía del destino- e ídolo Valentino Rossi.

El fallecido, también un clásico por su valor, como Antoñete, en el desempeño de su profesión, igualmente marcó época por su pilotaje agresivo que causó otros accidentes -nunca mortales, más irónica paradoja- y se ganó enemigos en los circuitos. Pero, como el coletudo madrileño, fuera de ellos fue un iconoclasta, un 'rara avis', otra oveja sin rebaño. Ambos dieron grandes titulares en sus respectivas profesiones y al margen de ellas. Ambos se han igualado prácticamente en la fecha de su muerte. Y cosos taurinos y circuitos se han quedado más vacíos y más vulgares sin ellos, sin sus respectivos carismas. Descansen en paz.    
 
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