El análisis frío de los votos, por encima de los
escaños y de los porcentajes, permiten obtener una radiografía complementaria,
más o menos real que los resultados electorales más evidentes, que provoca una
justificada preocupación. Los titulares son que el PP pierde más de 135.000
votos respecto a los comicios gallegos de 2009 pero consigue 3 escaños más que
amplían su mayoría absoluta hasta los 41 por la debacle del partido socialista
que pierde 270.000 votos, de los que 120.000 se van a las dos versiones del
Bloque Nacionalista Gallego que, juntos, consiguen más respaldo electoral que
el PsdeG. Para terminar con los datos concretos, que se utilizan demasiado poco
para los titulares que conforman opinión aunque reflejen la realidad menos
amable, tenemos en Galicia que la abstención sube menos de un punto pero se
sitúa en 830.790 votos que si se le añaden los más de 75.000 nulos y en blanco
nos encontramos con casi un 40% de votantes gallegos que no van a las urnas o
utilizan su voto para protestar. Es cierto que desmenuzar estas cifras cuando
lo más llamativo es el incremento de la mayoría absoluta del PP es incómodo y
aguafiestas pero es una llamada de atención necesaria para los dirigentes políticos
de los dos grandes partidos, sobre todo para los socialistas. Dicho esto,
también hay que destacar con grandes titulares que los gallegos han demostrado
que cuando un dirigente político actúa con rigor y seriedad consigue el apoyo
necesario para seguir gobernando, aunque las decisiones que ha debido tomar no
sean ni fáciles, ni populares y le hayan supuesto un cierto desgaste en número
de votos.
Alberto Núñez Feijóo ha conseguido ampliar su mayoría absoluta en
escaños aunque pierde un buen puñado de votos que se puede considerar normal
debido al enorme desgaste de gobernar en momentos de crisis tan complicados
como los que sufrimos actualmente. Este triunfo electoral en Galicia, de nuevo
su tierra rescata políticamente a
Mariano Rajoy cuando navegaba en aguas
procelosas, supone un gran alivio para el presidente del Gobierno central
porque, erróneamente, el partido socialista se había empeñado en presentar
estos comicios gallegos como un test a la política de reformas y recortes
emprendida por Rajoy desde el Palacio de la Moncloa. En este caso ha influido
mucho más la buena gestión de Núñez Feijóo, que le coloca en muy buena posición
de cara al futuro del PP, que el desgaste de las medidas impopulares de Rajoy.
Quien sí sufre el desgaste enorme de una gestión nefasta, tanto de
Zapatero
como de
Pérez Touriño de la mano del desaparecido
Anxo Quintana, es el partido
socialista que merece una atención aparte porque a la debacle gallega se une la
del País Vasco. Sin duda, Galicia va a beneficiarse de una mayoría absoluta del
PP que debe ser bien gestionada por Núñez Feijóo para poder tomar decisiones
complicadas pero imprescindibles que van a servir también para el resto de
España; pero sería muy irresponsable si los máximos responsables del PP y del
PSOE no se detuvieran un buen rato en los números fríos y contundentes que
citábamos al principio para darse cuenta de la necesidad de empeñarse en
solucionar los graves problemas de los ciudadanos, encabezados por el paro, con
un acuerdo de Estado que sirva para recuperar la confianza y encauzar la salida
de la crisis económica.
Cruda realidad vasca
Los detalles de los resultados electorales en el
País Vasco son más evidentes que en Galicia, pero crean desasosiego político y
una enorme incertidumbre para la estabilidad de toda España por el riesgo de
que se abra otra deriva independentista insensata como la catalana, pero con el
aditivo corrosivo de los miles de votos de Bildu-Batasuna. El número de votos
obtenido por Bildu es de 276.989, lo que suponen 21 diputados autonómicos.
Debemos confiar en el ganador de estas elecciones vascas, el líder del PNV,
Iñigo Urkullu, que ha aguantado el tirón de los radicales y "sólo" pierde tres
escaños, unos 15.000 votos respecto a 2009. El que pierde más de 100.000 votos
es el candidato a la reelección, el socialista
Patxi López que pierde 9
escaños. Y a este resultado tan negativo hay que sumarle en las filas
constitucionalista la bajada de 3 escaños del PP, otros 15.000 votos menos que
en las anteriores. Todos los partidos vascos son responsables de no haber
sabido presentarse como los garantes de la paz en el País Vasco, al obligar a
los etarras a renunciar al uso del terrorismo tras ser derrotados por la acción
policial y por la cooperación internacional. Ese papel de representar a los que
han conseguido que callen las armas se lo ha arrogado Bildu-Batasuna que ha
seguido recibiendo el apoyo, como ocurrió en las municipales y en las
generales, de muchos vascos que han sido convencidos de que votar Bildu era
afianzar el final de la violencia terrorista. El cúmulo de errores que ha
propiciado un buen resultado electoral para Batasuna es que los socialistas de
Euzkadi llevan un año actuando con tintes nacionalistas más que socialistas y
han hecho el caldo gordo a Batasuna para evitar que se frustrara el final de la
violencia. La realidad es que ese final no está totalmente garantizado por que
la banda terrorista ETA sigue viva, sin disolverse ni desmantelarse y sus "simpatizantes
de toda la vida" han conseguido un buen pedazo de la tarta política vasca.
Demasiada generosidad política de la democracia, en concreto del Tribunal
Constitucional, para unos individuos que no se han vuelto demócratas de la
noche a la mañana. Al revés, sus actitudes autoritarias se demuestran cada día
y ese es el clavo ardiendo al que se quieren agarrar quienes confían que van a
sufrir un desgaste notable con la gestión diaria de la política, como está
ocurriendo en la diputación de Guipúzcoa y en el ayuntamiento de San Sebastián.
Pero ya veremos, el ganador nacionalista Urkullu ha manifestado su intención de
lograr amplios acuerdos para la gobernabilidad de una Euzkadi plural. Más allá
de las buenas palabras bienintencionadas de Urkullu, habrá que impedir que los
batasunos lleguen al gobierno vasco. Ya veremos si asumen esta responsabilidad
y si cometen en inmenso error de formar un bloque nacionalista con los
batasunos, con derivas soberanistas frente al gobierno del resto de España.
Urkullu ha incidido responsablemente en los graves problemas económicos y de empleo
que sufre el País Vasco, esperemos que esa sea la guía de su posible gobierno y
no ínfulas independentistas donde, a medio plazo, sería presa fácil de
Bildu-Batasuna.
Debacle socialista
La nueva debacle socialista en Galicia y en el
País Vasco, y ya veremos qué pasa el mes que viene en Cataluña donde se
presenta también un mal panorama para el PSC, debe remover las aguas en el seno
del PSOE donde su travesía del desierto sufre un duro empeoramiento. No es
ninguna sorpresa porque la gestión de Rodríguez Zapatero en sus años de
gobierno ha sido tan nefasta que en toda España se le apunta con el dedo como
el mayor responsable del paro y la grave crisis económica que padece España.
Con esa cruda realidad a sus espaldas,
Alfredo Pérez Rubalcaba no puede más que
intentar salvar las naves de un naufragio mayor pero con la evidencia de que su
sacrificio debe servir para preparar el camino a otras generaciones que no
estén contaminadas por el zapaterismo y que sean capaces de articular un
mensaje socialista claro y rotundo frente a los nacionalistas en Cataluña y el
País Vasco y construir una nueva alternativa creíble y renovada. Este paso no
tiene nada que ver con endurecer su política de oposición al gobierno de
Mariano Rajoy, al revés, debe propiciar un gran acuerdo que permita percibir a
los ciudadanos que sus dirigentes políticos están por la solución de los
problemas generales y no sólo por sus intereses partidistas y particulares. Y
en esa opción, la iniciativa la tiene que liderar el presidente del Gobierno.
No lo hizo Zapatero con Rajoy, ahora Rajoy sí debe hacerlo con Rubalcaba porque
la mayoría absoluta le permite gobernar pero hay reformas decisivas de gran
calado, como la de las estructuras del Estado, que deben realizarse con el
mayor consenso posible. Y en este envite entra también la firmeza frente a las
intenciones independentistas del presidente catalán, Artur Mas.
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