lunes 26 de noviembre de 2007, 11:34h
Son más de dos mil centros educativos y cerca de millón y medio de alumnos. Una labor callada, eficaz, seria, sin protagonismos. Los obispos españoles y el nuncio han expresado el reconocimiento de la Iglesia a la Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE), que ahora celebra su 50 aniversario, por la labor desarrollada por la escuela católica. Una escuela que tiene una larga historia, muchos más de esos 50 años, porque la educación de los que no tenían recursos para hacerlo fue uno la misión fundacional de muchas órdenes religiosas. Educar a los que nunca hubieran tenido educación. Y hacerlo sin contrapartidas.
Ahora, los obispos reconocen el valor de la escuela católica, su compromiso, su credibilidad, su libertad, su labor integradora, su calidad y su fidelidad al evangelio. Lejos de anécdotas dolorosas, como el debate por la implantación de la Educación para la Ciudadanía, ese reconocimiento era imprescindible. No siempre la jerarquía se ha preocupado y ha apoyado a la escuela católica como ésta se merecía. No siempre se ha interesado por saber qué pensaba la escuela católica, los profesores, los padres, acerca de si la significatividad de la escuela católica era la que tenía que ser, la evangélica. Eso ha sido malo, porque es una desatención; pero también bueno, porque, a pesar de todo, la escuela católica ha funcionado, ha crecido, ha respondido al reto que tenía: primero, escuela, lugar de encuentro, de calidad, de valores; luego católica, abierta, reflexiva, luz en el mundo.
También el poder político ha reconocido el grado de diálogo y entendimiento que la escuela católica ha mantenido siempre con los poderes públicos, especialmente cuando estos poderes no eran ideológicamente favorables. Los socialistas saben que sin la escuela católica no hubieran podido llevar adelante sus reformas. Intentaron ahogarla con los conciertos, pensando que renunciarían, y acabaron convencidos –Rubalcaba, Tiana y otros muchos- de que nadie jugó más limpio que ellos. Críticos, limitados en los medios, pero solidarios y de frente. Y ahorrando miles de millones de euros a las arcas del Estado. Sin la escuela católica no hubiera sido posible ni una educación gratuita para todos ni la libertad de educación. La escuela única que reclama una izquierda antigua y sectaria sería un empobrecimiento dramático de la libertad.
Los únicos que reconocen el papel de la escuela católica son los ciudadanos que cada año presentan muchas más peticiones de ingreso de las que las escuelas de la FERE pueden acoger. Queda mucho camino por hacer, pero el trabajo realizado es impagable. Sin el aporte de la escuela católica, la calidad de la educación española tendría hoy unos resultados pésimos. Los nombres de Santiago Martín, Angel Martínez Fuertes, Angel Astorgano o Manuel de Castro y de todos los religiosos y profesores de la escuela católica merecen ese homenaje.