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Después de ayer

lunes 03 de diciembre de 2007, 16:31h

Es embarazoso escribir alguna nota vinculada con las cuestiones cotidianas del país cuando apenas ha transcurrido un día del referéndum propuesto; sobre todo cuando ello implica un brutal quebranto de la naturaleza misma de la democracia. En estos momentos sería desaborido entrar en los detalles de la llamada reforma, no porque no sea importante, sino porque ya han sido desmenuzados por los especialistas con suficiente profundidad. El rancho constitucional enunciado no puede articularse con el hábitat liberal del venezolano. Cualquier "invento" que vulnere los signos de una cultura que ha sido tallada durante décadas, como se hace con un duro bronce, está destinado al caos. El comunismo pretendido jamás podrá labrarse en el sentimiento colectivo. En el mejor de los casos, se grabará en la mente de los corruptos y fanáticos con la precariedad que lo hace una puntilla de acero en la greda húmeda.

Con o sin constitución socialista no se podrá subyugar la mente de nuestros niños para que comulguen con una tesis que invalida su esencia para obligarlos a formar parte de un régimen fascista. Tampoco eliminar la propiedad privada para someterla a la potestad de una persona. Mucho menos agachar la cabeza ante un gobierno que pretende que la gente consuma menos proteínas mientras regala con prodigalidad nuestro dinero a otros.

El imperio que se nos intenta imponer se fundamenta en el tráfico de imágenes. Más que obras, los aparatos predominantes del gobierno, propiciados con el abundante petrodinero, carecen de sustancia. Propagandas locales y nacionales, control de la televisión, materiales impresos, y hasta parque de diversiones han sido convertidos en conglomerados de iconografías proselitistas. En resumen, todo el sistema de comunicación que el Estado puede comprar. Estos métodos son lucrativos políticamente hablando en sus inicios y duran hasta que la cruda realidad atosigue al pueblo. Más que una votación, serán la escasez, la inseguridad y la confrontación permanente, los factores que desbaratarán tan disparatado proyecto.

El mundo fantástico de Chávez, por lo general deliberadamente aislado de la realidad, se complica con "el mundo de los hechos". Si uno estudia sus frecuentes arengas, descubre que están impregnadas de racismo, imperialismo, arrogancia y codicia. Sus colaboradores más cercanos compiten ante sus narices por el dinero y la fama. No necesitan producir para vivir; "son consumidores modelo". Así, pues, mientras los oficialistas vagan por el autotitulado "lugar más feliz del mundo", comiendo y descansando con suficiencia, el pueblo navega en la pobreza, la indolencia y la desesperanza.

Miguel Bahachille
Abogado - Analista político
miguelbm@telcel.net.ve

 

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