www.diariocritico.com

Crónica de una Historia quizá condenada a repetirse

miércoles 27 de abril de 2016, 11:24h

La Historia, cuando se remanse todo este torbellino, será, es de temer, bastante inclemente. La crónica de dos jornadas trepidantes es cansina, más allá de otros calificativos más bien peyorativos. Porque, dirán quienes historien este desastre, aquel miércoles, 27 de abril de 2016, la palabra más repetida en los titulares -grandes titulares- de los periódicos era: “Fracaso”. Una sensación de desaliento se había extendido por todo el país. La jornada anterior, en la que el Rey había repetido las consultas con los representantes políticos, había sido casi de aurora boreal, antes de que el día concluyese con el efímero presidente del Congreso, Patxi López, informando desde el Congreso de los Diputados de que no había acuerdo alguno que permitiese una investidura. La Zarzuela, donde se había podido ver a un Felipe VI profundamente abatido por lo ocurrido en los últimos cuatro meses y cinco días, certificaba lo mismo: había que repetir elecciones el 26 de junio.

El día 26 de abril, cuando el Rey tenía previsto recibir a los más importantes dirigentes políticos, apenas para constatar que no habían podido llegar a un acuerdo para una investidura, había amanecido con los augurios de lo inevitable. Aunque, como siempre ocurre en este país nuestro, había quien aún seguía aferrándose a la posibilidad de una sorpresa, un ‘tamayazo’. Un salto a lo Puigdemont, algo imprevisto. La ‘sorpresa’, la pirueta o la ‘charlotada’ (así lo calificaron algunos) saltó a las nueve de la mañana: Joan Baldoví, el representante de Compromís en el Congreso, compareció con los otros tres diputados de la formación para anunciar que presentarían al Rey un proyecto de ‘programa’ de treinta puntos, un intento de formar, el último día posible, un acuerdo con el PSOE, Podemos, el PNV, las Mareas, el partido de Ada Colau y la abstención de Ciudadanos (que quedaba excluido de este proyecto de Gobierno ‘a la valenciana’), para llevar a Pedro Sánchez a La Moncloa en un ‘Gobierno de progreso’ .

El ‘programa’, redactado apresuradamente la noche anterior, tenía apenas tres folios y había sido bautizado como el ‘pacto de El Pardo’. La denominación era lo más original que aportaba aquella chapuza, que es la calificación que sugirió Albert Rivera cuando, tras haberse entrevistado con el jefe del Estado, los periodistas le preguntaron por lo aportado hacía un par de horas por Compromís: esos tres folios, para formar un Gobierno de seis partidos para cuatro años, era algo que no merecía ni comentario, dijo un desdeñoso líder de Ciudadanos. Desde ese momento, el intento ‘in extremis’ estaba, claro, condenado al fracaso.

Tardó en comprenderlo, por lo visto, Pedro Sánchez, que envió esa mañana a su portavoz parlamentario, Antonio Hernando, a hacer el ridículo una vez más. Porque el PSOE se aferraba al ‘papel Compromís’ (un conjunto de vaguedades que no merece mayor comentario), del que dijo compartir veintisiete de los treinta puntos, para creer que su ascenso a La Moncloa aún era posible. Pronto los demás partidos colocaron a Sánchez ante la realidad. Una realidad que, algo ojeroso aunque manteniendo la presencia de ánimo, Sánchez hubo de constatar cuando se enfrentó a la prensa tras el encuentro con Felipe VI. Habría elecciones, y los culpables, dijo, como era previsible, no eran otros que Pablo Iglesias, que nunca quiso pactar de veras (¡se enteraba entonces el secretario general del PSOE!) y Mariano Rajoy.

Para Sánchez, que creyó haber rozado los cielos de la presidencia del Gobierno de España, empezaba un futuro incierto, como habían constatado no pocos viajeros al socialismo andaluz. Se había equivocado en muchas cosas, como tantas veces han comentado no pocos, pero sobre todo cerrándose en banda desde el comienzo a una posible gran coalición con un PP al que él hubiese podido presionar hacia una profunda renovación y hacia una limpieza de pasadas corrupciones.

Mariano Rajoy apareció en el atril de La Moncloa ya avanzada la tarde; fue el último en comparecer en aquel 26 de abril loco, sin poder evitar un ligero aire de triunfo, que procuraba obviamente reprimir con su distancia galaica. Quién se lo iba a decir: sin apenas moverse del centímetro cuadrado que, durante cuatro años y cuatro meses, había sido su trayectoria, se podía considerar el vencedor ya antes de las elecciones repetidas. Se lo decían las encuestas ante ese 26 de junio: que, en teoría, a él le venían mejor dadas que a ningún otro líder partidario. Si lo que Sánchez, Iglesias y hasta Albert Rivera habían pretendido con su incesante ir y venir era enviar a Rajoy a la oposición, malamente lo habían conseguido. Por el contrario, todo parecía indicar, ese miércoles de mediados de abril en el que, aún no oficialmente –la campaña oficial comenzaba el 10 de junio--, se iniciaba una nueva carrera hacia las urnas, que los españoles tendrían más de lo mismo: un Rajoy, más bien reticente a cambios y ‘ocurrencias varias’, en el mismo despacho que había ocupado desde diciembre de 2011, allá en la presidencia del Gobierno.

De manera que las elecciones que iban a celebrarse seis meses después de las que, el 20 de diciembre, llevaron a España, gracias a la impericia de sus políticos –por decir lo menos--, a la situación de insoportable bloqueo político en la que se encontraba, tendrían lugar en una situación curiosa: los candidatos eran los mismos que el 20-D, los programas con los que ellos pretendían concurrir eran idénticos a los de antes, iguales las candidaturas, las tácticas, las estrategias y los vetos que unos se dirigían a otros. La misma era la legislación deficiente que había conducido al ‘impasse’: allí seguía el famoso artículo 99 de la Constitución, con sus plazos indefinidos y sus imprecisiones sobre lo que podía o no hacer el Rey, así como la injusta normativa electoral, los mismos reglamentos del Congreso y del Senado…

Por tanto, era grande el riesgo de que los resultados de las nuevas elecciones, salvo que los españoles se irritasen hasta el extremo de cambiar sustancialmente su voto –algo que no indicaban los sondeos de forma contundente--, fuesen similares a los del 20-D. Peligro de nuevas parálisis. ¿Para este viaje tantas alforjas?

Así se lo preguntaba quien suscribe aquella noche del 26 de abril en una tertulia radiofónica. Un clima de cierto cansancio, tras todo lo vivido en los últimos meses, planeaba sobre los desalentados tertulianos, que se enzarzaron en un debate acerca de si, tras las elecciones, los partidos, quizá sin Sánchez y puede que con Rajoy en la cuerda floja, se verían forzados a pasar por las horcas caudinas de una gran coalición o si, por el contrario, esto, en España, era imposible, vaya usted a saber en virtud de qué maldición.

El caso es que, hasta entonces, habían sido muchos los avatares y ninguno el resultado. Aquella noche empezaba la carrera electoral más extraña del mundo, comenzaba el ‘desapego’ de Ciudadanos respecto de un PSOE con el que el pacto había durado dos meses; dos meses con demasiados tiras y aflojas. Y concluía quizá el efímero protagonismo de algunos. No eran solamente los medios nacionales los que hablaban de fracaso: los medios del mundo entero tenían sus ojos y sus titulares –no precisamente elogiosos—puestos en lo que ese día, y en los meses precedentes, había ocurrido en España. Una Historia inédita por muchas razones, pero quizá condenada, ay, a repetirse.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
2 comentarios