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Venezuela post referéndum

Venezuela post referéndum

lunes 17 de diciembre de 2007, 02:39h
Visto desde Chile, el post referéndum de Venezuela deja una cantidad de interrogantes y perspectivas,  caminos abiertos, consecuencias y reflexiones, más allá de las pasiones desatadas y la virulencia que enmascara sectarismos, intereses, objetivos.

En primer lugar  los resultados mostraron una división y polarización, cuyo grado de exacerbación amenaza seriamente la estabilidad y hasta la propia integridad nacional del país bolivariano.

Es obvio que ningún proyecto político se puede construir -ni la democracia ni el llamado “socialismo del siglo XXI”, ni ese proyecto nebuloso de los opositores- con un país dividido en facciones de igual magnitud, pero sordos a las razones del otro, enajenados en la destrucción del adversario, divididos entre buenos y malos.

En Chile, sabemos de eso. Y a los que nos condujo: la sedición, la conspiración extranjera, un Golpe de Estado, una dictadura sangrienta, miles de muertos, desaparecidos, torturados, prisioneros políticos, mujeres violadas, perseguidos, exiliados.

Por eso llama la atención el entusiasmo en declarar perdedores y ganadores en la contienda venezolana, la pasión en la descalificación, incluso desde los observadores extranjeros. Y el dar lecciones de cómo proseguir la lucha, hechas desde diestra y siniestra.

Lo cierto es que los resultados, tras nueve consultas electorales en las que Chávez obtuvo triunfos resonantes, que lo hacían  aparecer casi como “invulnerable”, constatan un cambio evidente en la correlación de fuerzas internas de Venezuela, en el estado de ánimo del pueblo.

La oposición, tras su frustrada aventura golpista de abril del 2002, y su decisión descabellada e irresponsable con su propia causa, de no participar en la elección del Congreso, ha comprobado que su decisión de “hacer política”, de entrar en la disputa por el poder pero con métodos democráticos, es mucho más rentable que la oposición recalcitrante y simplemente vociferante.

Estos son los datos y hechos relevantes, para los próximos pasos que deban dar tanto el gobierno, y su  fuerza política, como los opositores.

Quizás el dramatismo del cambio propuesto, una modificación revolucionaria, instaurar un sistema socialista, mediante un referéndum, que unos y otros pensaban que sería un mero trámite, pero que finalmente  significó más que una sorpresa para los analistas y pronosticadores, un acontecimiento de gran trascendencia.

Un 50.7 por ciento de los ciudadanos venezolanos -4 millones 500 mil personas- dijeron NO, a las reformas propuestas por el presidente Hugo Chávez y sus legisladores, a su reelección indefinida, al socialismo del siglo XXI y otros temas.

Otro 49.2 por ciento de los ciudadanos venezolanos -4 millones 400 mil- votaron SI a las propuestas de Hugo Chávez.

Pero el otro dato  crucial, que sin duda debe hacer reflexionar seriamente a unos y otros, es que un 43.95 por ciento, más de un tercio de los ciudadanos venezolanos, se abstuvo de participar en esta definición que fue presentada como de vida o muerte.

Chávez perdió parte de su votación, en los barrios populares, que serían los más favorecidos por su política social, la que era cifrada en unos 5 millones de personas, militantes o aspirantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), en tanto los opositores sólo lograron aumentar en 200 mil votos.

La simple lectura  de los datos será la base de los nuevos pasos que darán unos y otros en el escenario interno de Venezuela, sobre todo si se ha aprendido la lección de que la democracia es un proceso, que puede tener avances y retrocesos, obstáculos y  amenazas, pero que no puede sino basarse en la expresión de la voluntad de los ciudadanos.

Rectificar, moderar las ambiciones, respetar al adversario político, mejorar la estrategia y cuidar la táctica  (sobre todo la retórica) podrían ser una buena base para que la política recupere  su valor en el escenario venezolano.

Desde luego, queda en claro que es en los marcos de la institucionalidad democrática donde deben darse las nuevas acciones políticas de ambas partes, de que el “problema” debe ser resuelto por los venezolanos, sin presiones ni chantajes, de que “las formas” sí valen y que tan determinante como peligroso puede resultar el “mesianismo”

Partiendo del hecho de que son los venezolanos los protagonistas de su propio destino, sin embargo, no cabe dudas de que lo que pase en ese país es materia de inquietud en la región, tanto por las consecuencias políticas y sociales internas, como por lo que implica para toda el área.

No se puede dejar de considerar el dato, también objetivo, de lo que significan los triunfos electorales o gobiernos, en tanto legítima expresión de una voluntad de los ciudadanos, de Evo Morales, en Bolivia; Lula da Silva, en Brasil; Tabaré Vásquez, en Uruguay; Rafael Correa, en Ecuador; Cristina Kirchner, en Argentina; Martín Torrijos, en Panamá; Daniel Ortega, en Nicaragua; Leonel Fernández , en República Dominicana, o de Michelle Bachelet, en Chile,  y hasta de Alan García, en Perú.

En su diversidad, desde la expresión moderada a la radical, el cuadro muestra a ciudadanos y a líderes políticos de América Latina, identificados en la búsqueda de nuevas perspectivas políticas y sociales, a partir de una posición crítica del neoliberalismo, de independencia del poder hegemónico de Estados Unidos.

En América Latina se ha instalado una posición mayoritaria que prioriza la independencia y la soberanía de los países de la región, para elegir sus caminos de desarrollo, sus modelos económicos, sus perspectivas políticas.

Al mismo tiempo, los latinoamericanos tenemos una sensibilidad muy alta respecto de la intromisión de intereses políticos y económicos externos en nuestra vida política y social, surgida de una experiencia muy concreta. Y en muchos casos traumática.

La región  entiende que los 194 millones de pobres (y 71 millones de indigentes entre ellos) son una clara evidencia del desastre que ha significado el modelo económico social imperante, e implantado ‘manu militari’ por las dictaduras inspiradas en la Doctrina de la Seguridad Nacional de los años 70 y 80.

La región y sus ciudadanos también entienden que no es ningún mérito ser la región del mundo con mayor inequidad desde el punto de vista de la distribución del ingreso. Ello se expresa en calidad de vida, acceso a la salud, la educación, la vivienda, y en la falta de futuro y de acceso a los beneficios de la modernidad o la globalización.

Por ello es fácil entender que en la región hay más solidaridad que recelo, y por cierto expectativas, respecto de las experiencias de Venezuela y Bolivia, o Ecuador, al margen de determinadas características de sus líderes o episodios anecdóticos.

Sobre todo desde Chile, que ve en los sectores opositores a Chávez, por ejemplo, los mismos rostros del odio y de la irracionalidad, y se repiten modelos de conducta de los sectores sociales y económicos que, por ejemplo, en los años 70 en Chile, Argentina o Uruguay, se opusieron, conspiraron  y pasaron a la insurgencia frente a los proyectos democráticos de la época.

Lo importante es que la repetición de las viejas prácticas reaccionarias en la región debe hacer prevalecer los principios democráticos  en los sectores progresistas, que saben muy bien -algunos lo han entendido con mucho dolor- que es la democracia, tomada no como concepto relativo o manipulable, sino en su objetivo proceso de desarrollo, profundización y ampliación de sus virtudes, lo que permitirá avanzar política, social y económicamente en América Latina.

Claramente no hay atajos, y la única fórmula aceptable es más democracia, pero con más respeto a la voluntad de las mayorías; más democracia y más dignidad, más democracia y también más libertad, incluida la de prensa, la verdadera, la de los periodistas, que deriva del derecho de la ciudadanía a estar informada verazmente.

Aquí, en todo caso, y  debe quedar claro, no hay cheques en blanco para la aventura.

América Latina ha vivido la época de los caudillos, de la demagogia y del populismo, que son la perversión de los líderes, y de la democracia. Y sabe que confiar en ellos no tiene sentido y es un riesgo para las esperanzas de un cambio real.

América Latina tiene una amplia agenda de reivindicaciones y demandas en el plano político, de la integración regional, energética y de infraestructura, de una política internacional independiente y pacífica, la demanda de relaciones económicas internacionales justas, de respeto a las poblaciones indígenas y afrodescendientes, de superación de la pobreza y la inequidad. De defensa de nuestro medio ambiente y la biodiversidad,

Por lo menos deben respetarnos el derecho a buscar nuestra identidad, a encontrar soluciones propias a nuestros problemas y objetivos, y a ensayar nuestros caminos, aunque a veces nos equivoquemos.

Ningún prejuicio, caricatura o pretensión hegemónica  virtual o material, con uso de la fuerza, o mesiánica, aporta a nuestro quehacer, a nuestra búsqueda, a la búsqueda de nuestro propio destino.
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