www.diariocritico.com

La calle es mía

sábado 20 de junio de 2020, 18:32h

Se atribuye a Manuel Fraga Iribarne el apotegma del título, de cuando era Vicepresidente del Gobierno de Arias Navarro, aún compungido por el duelo de la muerte de Franco. Entonces el país de dividía en dos, como siempre, quienes pretendía una reforma y quienes anhelaban la ruptura. Después, afortunadamente, se produjo el matrimonio de la Plata – Junta que alumbró la Transición y arrancó los dos pactos de la Moncloa, el político liderado por Suárez y el económico, urdido por Fuentes Quintana. ¡Qué tiempos tan prometedores!

Entonces, tuvimos la dicha de contar con un político de talla inmensa, Torcuato Fernández Miranda que, con inusitado tacto, consiguió la Ley de la Reforma Política, con la que se inmolaron las Cortes franquistas. Aquella ley fue votada en referéndum, para desde ella arribar a la Ley de Leyes, también aprobada en un segundo referéndum, con la cual venimos apañándonos, mal que bien, durante estos 42 años. Su eslogan -de la Ley a la Ley- es todo un paradigma.

En superficie, estos 42 años han sido de luces, de prosperidad, de paz social y, menos mal, hasta entramos en la Unión Europea, con vitola de demócratas. La armonía política ha sido rota por ETA, GRAPO y GAL. Éste último, organizado por Mister X desde la cúspide del poder político, desembocó en la cárcel de Guadalajara. Esto último lo sabe todo el mundo, menos Podemos y el PSOE actual que lo quieren desempolvar como revancha, por haberlos comparado con el camarote de los Hermanos Mars. Las tres locuras terroristas han arrojado sangre, lágrimas, nueces para los oportunistas, y miseria para todos; pero, el saldo global de la Constitución del 78 es positivo.

Por los fondos subterráneos, la corrupción ha sido un gusano corrosivo que ha minado la ética y la estética, la confianza en la que se apoya el contrato social y el buen parecer de una sociedad madura, ya asentada en el seno de Europa, que no merece ser traicionada de forma tan rastrera y miserable. No obstante, la corrupción está tan enraizada que hasta Podemos la protege, denegando el suplicatorio de Laura Borrás, al tiempo que escupe contra la Corona, sin diferenciar entre padre e hijo.

España, que pudo presumir de liderazgo intelectual con su Escuela de Salamanca (s. XVI), que aún hoy es citada y respetada en Europa, ¡ay, dolor!, se ha apresurado a olvidarla. Y, del Rey anterior abajo, nadie recuerda al navarro Martín de Azpilicueta que sitúa al poder popular por encima del absolutista de la Monarquía, ya que él no conoció el absolutismo plutocrático que se estila ahora. Por otra parte, un poder popular que sólo se ejerce cada cuatro años no parece muy bien dotado, a menos que el pueblo se eche a la calle. Y ahora, ni siquiera puede hacer eso; lo prohíbe la nueva normalidad.

La salvaguarda del libre albedrío, incluso en tiempos de pandemia, hubiera estado garantizada, si los gobernantes hubieran echado un vistazo a la ciencia media de los escritos del conquense Luis de Molina, tan influyente en su tiempo que incluso León X era molinista. Claro que aquel Papa era un promontorio humano y condensaba muchas otras realidades. Pero, ese es un negociado distinto.

Quien aún puede ilustrar al presidente Sánchez es el burgalés Francisco de Vitoria, hablando de la potestad civil y de la necesidad de que el poder político dé unidad y coordine los diferentes lazos sociales. No es necesaria la humildad, sino la inteligencia de reconocer que otros, aunque no sean del partido propio, saben más que uno; incluso, tienen conocimientos alternativos a la ideología que, tal vez, sean más oportunos y efectivos.

El Vicepresidente Iglesias, de haber leído al granadino Francisco Suárez hubiera aprendido que la desobediencia civil está justificada sólo cuando las leyes no sean justas, o fueran proclamadas por un usurpador. No es nuestro caso; porque la Constitución del 78, que ha demostrado ser eficaz y justa, aunque sea imperfecta (sobre todo el Título VIII, que es el que más le gusta a Iglesias, por aquello de divide y vencerás), se la otorgó el pueblo español a sí mismo y el propio pueblo no es un usurpador.

Hasta el Sr. Illa, con tiempo y previsiones, podría haberse documentado leyendo los tratos y contratos que dejó escritos el sevillano Tomás de Mercado, quien señala cómo la escasez altera al alza el precio de las cosas.

En resumen, en lugar del Aranzadi que antes acompañaba a los Consejos de Ministros, recomiendo un resumen, en castellano, de los escritos de la Escuela de Salamanca que tienen actualidad y validez para el momento que atravesamos. Y, además, fue una escuela plural, de toda la nación de nacionalidades avant la lettre, y ajena a la endogamia universitaria, tan moderna como estéril.

La Trinca (últimamente, los catalanes lideran la cultura) creó una letra dirigida a Fraga, que superpuso a una música de pasodoble. Hoy, la letra también ha recuperado actualidad. En ella, destaca que cuando uno sirve, es que sirve para todo: atender servicios sociales, la Agenda 2030, el CNI, disfrutar del Gobierno y hacer oposición, jurar la defensa de la Ley y apalancar la revolución, estar en la casta y hacer saltar el candado del 78. Hay quien es como Pico de la Mirandolla: sabe de todo y está en todo.

Con ese eterno cabreo que no lo salta un gitano, dicta leyes de prensa y similares, continúa la Trinca, porque Iglesias, que es el Vicepresidente al que me estoy refiriendo, en su humor, mantiene tanto parecido con aquel otro Vicepresidente, que éste grita en Galapagar: ¡la calle es mía!.

Y Marlasca ha osado hacer lo que nunca se atrevieron a hacer, en sus respectivas dictaduras, Narváez, Primo de Rivera, Berenguer o Franco: clausurar la vía pública donde el ínclito Vicepresidente, el omnipotente Vicepresidente, el absorbente Vicepresidente, que preside, tiene su mansión proletaria, después que éste haya descubierto que no le gusta el jarabe democrático.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
1 comentarios