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Clase media

Clase media

jueves 17 de enero de 2008, 21:52h
La mayoría de las personas, en esta época, aspiramos a la seguridad. Eso sí, a una, siempre, relativa seguridad. No queremos ser muy ricos ni muy pobres sino consolidar una mediocridad. La mediocridad que nos permite trabajar, maleducar a nuestros hijos, comer el cocido nuestro de cada día y contemplar la televisión sabiendo que tenemos el médico y las vacaciones pagadas. Cada vez que acudimos a las urnas acudimos con este propósito: que los dirigentes electos sean capaces de consolidar nuestra mediocridad.

El problema es que ahora estamos en un periodo de deterioro económico y nuestra mediocridad puede volatizarse en el aire lo mismo que el humo de un cigarrillo. En cierto modo era previsible. No solo porque hemos dedicado todos nuestros esfuerzos a una desorbitada y disparatada construcción sino porque para sobrevivir en el mundo actual hay que fabricar cosas mejores y más baratas que los chinos: estos han aplicado la ascética del Tao al capitalismo y la miseria de su mano de obra es para ellos la maquinaria más productiva
                       
Nosotros no somos productivos. No es que lo diga yo sino que todos los días nos lo recuerdan los gestores económicos de la envejecida Europa. Este país ha sido siempre poco productivo. Siempre. Tal vez porque nuestra cultura laboral es la cultura del enchufe sujeto con espadradapos, el sobrino de la asistenta que repara televisores durante los fines de semana, el ejecutivo que llega tarde a una cita, la corrupción, los parches, los privilegios… También es propio de nuestra cultura la doble contabilidad, el despilfarro, la holgazanería, el equipamiento anticuado, los funcionarios que toman el aperitivo en sus horas de trabajo, la mala gestión y esa fantástica forma de ganar dinero que consiste en especular a dentelladas.
                       
El deterioro económico en el que ya estamos chapoteando va a marcar la campaña electoral con la que nuestros políticos nos van a entretener durante las próximas semanas – en el supuesto, claro está, de que ningún terrorista chiflado cometa una descomunal barbarie, que todo puede ser… Un servidor, descreido por naturaleza, esceptico por biografia, en toda campaña electoral, antes de escuchar el discurso de los contendientes, para procurar no llamarse a engaño con tanta promesa de bienestar económico, siempre se atañe a la recomendación que el médico y poeta estadounidense Williams Carlos Williams dio a unos jovencisimos Jack Kerouac y Allen Ginsberg cuando fueron a visitarlo a su casa de Paterson en busca de consejo.

El viejo poeta, antes de despedirlos, dio la espalda a los dos jóvenes representantes de la “generación beat”, descorrió las cortinas de una de las ventanas de su salón, señaló la calle y en un tono de voz neutro, pausado, casi, casi distraído, dijo: “Tened cuidado. Ahí fuera hay mucho hijo de puta”. La sabiduría estriba en distinguirlos.
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