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viernes 13 de junio de 2025, 23:43h
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Eterno Don Quijote ‘per omnia saecula saeculorum’

Mi padre, Don Emilio, un prestigioso maestro de escuela en Albacete durante casi cuatro décadas a partir de los años cuarenta, lo tenía muy claro. Tanto por sus propias experiencias vitales como por su profesión a la vez que vocación: “Todo está en el Quijote”. Una obra a la que no solo consideraba como la mejor de todos los tiempos, sino que sus enseñanzas eran e iban a durar ‘per omnia saecula saeculorum’, como añadía a sus alumnos, entre ellos, yo, claro, hasta que comencé el Bachiller ya en la Academia CEDES.

Una frase que también era su denominador común en reuniones con familiares y amigos siempre con el consejo de que leyeran completa la novela y repitieran, repitieran, repitieran... Muy similares estas palabras, por cierto, a las que recientemente ese intelectual y fabuloso escritor que es Antonio Muñoz Molina ha declarado en una entrevista: “Cuando leo el Quijote, estoy leyendo mi propia vida”. Pues eso.

Como es lógico, además de a mi madre, a quien más aconsejaba y recordaba la eternidad de las aventuras del Ingenioso Hidalgo era a mí. No existían entonces ediciones infantiles del Quijote -o no me la compraron-, por lo que ya en los cuentos con que me distraía mi padre hasta los cinco años siempre colocaba al caballero y a su escudero, aunque no tenían nada que ver, y a los que empecé a cogerles cariño. Tras cumplir ese primer lustro de mi vida, se inició el turno de mis lecturas de la novela.

Siempre con el primer capítulo y luego eligiendo mi padre los más divertidos, porque es verdad, con el fondo de ese pozo de sabiduría para la existencia mundana, las aventuras tienen una gran dosis de situaciones hilarantes sobre las cuales mi padre me exigía que le echara imaginación para disfrutarlas más con este otro consejo. El talento y la imaginación son armas fundamentales para vivir, para intentar ser oveja de ningún rebaño y para crear: “Sin ellas, Cervantes no nos hubiera regalado este libro eterno”.

De ahí que en mi caso se hizo realidad esa frase extendida de que el Quijote de niño se hojea, de joven se lee y de adulto se entiende, algo que Don Emilio también repetía. Y un hombre como él -, que marcó época en aquel Albacete-, que en su compleja personalidad aunaba una extraña mezcolanza de sabiduría y humildad, sólo tenía un punto de orgullo. Mas no individual ni particular, ¡quia!, sino que entendía que los manchegos, elegidos por Cervantes para el escenario de su novela, porque conocía nuestras bondades y calidad humana, teníamos la laica obligación de presumir de ella.

Como hacía él, cuando viajaba fuera de la región, con una frase que no sólo era su compulsivo pasaporte, sino que producía admiración y envidia sana -o insana- ajena en los que no habían tenido la suerte de nacer en La Mancha: “Yo soy de los pocos españoles que puede, y debe, presumir de ser paisano de Don Quijote”. Eterno Quijote. ‘Per omnia saecula saeculorum’. Amén.
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