La corrupción es una cuestión de método, pero también de conciencia y del modo en que entendemos nuestra sociedad. La corrupción no solo es violar la ley, sino una forma de percepción. Que seamos capaces de percibirla, denunciarla y castigarla es un síntoma de avance social. Significa que como sociedad no estamos dispuestos a tolerar ciertos abusos, que tenemos los mecanismos para condenarlos y que vamos a utilizarlos. Por eso aquello de que un juez no reconociera quién es M.Rajoy es sentido como un hurto por todos menos por quienes se beneficiaron de ello, que debería ser castigado.
Tras la segunda guerra mundial Europa construyó el estado del bienestar que se ha demostrado, con datos sobre la mesa, el periodo más próspero de nuestra historia. Especialmente próspero para la mayoría que ha tenido acceso a educación, medicina, etc, gracias a los poderes públicos y ligeramente lesivo para una minoría que se ha visto sometida a unas normas que limitan su capacidad de actuación pese a la influencia que esa minoría ha ejercido siempre para que las normas se adecuaran a sus intereses.
La progresión hacia sistemas menos caciquiles siempre va a provocar el malestar de los caciques. Por eso es tan importante, cuando cambia una norma, fijarnos en quienes protestan.
La corrupción es método, conciencia y modo en que entendemos la sociedad, aunque casi siempre se desarrolla en orden contrario. Un conjunto de personas entiende el Estado como un sistema de enriquecimiento personal, carentes de conciencia no tienen reparo en coger para sí un dinero que faltará para otros servicios públicos y desarrollan métodos contrarios a las leyes para conseguirlo. Se castiga lo último, pero el problema reside en lo primero.
Hay todo un entramado de caciques actualmente molestos, asentados en puestos vitales para el funcionamiento de el Estado, trabajando para un cambio de gobierno que permita a la organización de Montoro, Rato, etc, recuperar el poder y eliminar las resistencias a un “status quo” histórico que ha utilizado al conjunto de la población como un recurso a su servicio para el enriquecimiento personal. Aunque la corrupción puede darse (y se da) en el resto de partidos siempre encuentra la tierra más fértil para su crecimiento en quienes más ansían estar en la parte dominante de ese “status quo” y, evidentemente, de forma nada casual, en las organizaciones políticas dedicadas al restablecimiento o fortalecimiento del mismo.
Willy Meyer dimitió por un fondo de pensiones contrario a los principios que defendía su organización. Hemos visto abrazos recientes entre Mazón y Feijóo. Es evidente que una organización política que fuerza la dimisión de uno de sus eurodiputados por un fondo de pensiones alojado en una SICAV responde a una forma de entender la sociedad diametralmente opuesta a quienes proclaman como presidente a un señor que, mientras la droga mataba a miles de jóvenes en su tierra, disfrutaba del enriquecimiento que la misma daba a uno de sus amigos. El abrazo con Mazón es rúbrica de una forma de concepción social en la que unos pocos son personas y el resto un recurso del que extraer riqueza en beneficio suyo, a veces, hasta la muerte. Las vigas más fuertes que sostienen el clasismo son casi siempre las del abuso vertical de quienes lo pueden casi todo sobre quienes no pueden casi nada. Solo hay que girar la vista estos días a Torre Pacheco, que como Montoro y Catalá, merecen un artículo aparte.
Con pequeñas excepciones la corrupción no es origen, sino síntoma de una forma de entender la sociedad.