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Potaje, torrija, torrijas y nuevos pecados

domingo 16 de marzo de 2008, 17:02h

La Semana Santa ya no tiene olor propio y particular.

En esta España en la que la Iglesia y el Estado ya no van de la mano, por fortuna, ha pasado a ser un periodo vacacional más en el que el pensamiento predominante tiene forma de playa, montaña o simplemente días sin rutina laboral. En otros tiempos pasados la Cuarema, desde el miércoles de ceniza hasta la Pascua de Resurrección, marcaba nuestras vidas con obligaciones religiosas, que incluían ritos, costumbres y procesiones, y hábitos alimenticios llenos de prohibiciones. Había que cumplir con la vigilia de los viernes. Había que abstenerse de comer carne hasta el Domingo de Resurrección. La Semana Santa olía entonces a potaje, bacalao, rebozado, huevos de vigilia y numerosos postres, entre ellos las torrijas, el postre por excelencia de la época.

También olía a pureza, a santidad, a expiación del pecado mediante sacrificios impuestos por las autoridades político-religiosas. Nos obligaban a no comer carne los viernes y a ver todas las procesiones que daba la única televisión, la del régimen. Lo primero, más que un mandato imperativo era una práctica habitual en muchos hogares españoles, en los que el milagro de la carne no llegaba casi nunca, tampoco en Semana Santa. Lo segundo, nos permitía ver en el sofá lo que no entraba en nuestros planes presentes ni futuros por insuficiencia dineraria crónica.

El potaje, además de tradición, era el alimento base en esos días en los que sentados en la mesa familiar se daba alegría a la larga sobremesa con torrijas de vino que al final nos llevaba a un fantástico mundo en el que los mayores se servían también copitas de tinto dulzón que les hacía coger su buena torrija. Ahora el Estado, afortunadamente, se encarga de acciones más sugerentes como eliminar los atascos de las carreteras que nos llevan a santificar con el descanso las vacaciones conseguidas, y la Iglesia, con menos poder real para imponernos sus obligaciones, se ocupa de sus cosas y de inventar nuevos pecados.

Después de los esfuerzos de Moisés en el Monte Sinai en el que se hizo con las tablas de los Díez Mandamientos y de conocer por Dante el listado de Pecados Capitales elaborados hace más de 1.500 años por el papa Gregorio El Magno, el Vaticano abre el abanico pecaminoso con nuevas restricciones.

Hacerse rico, dañar el medio ambiente y drogarse forman parte de ese listado, pero la Jerarquía de la Iglesia no aclara si los pecados serán mortales o veniales dependiendo de la legalidad de esas sustancias, que en otros tiempos hacían que muchos cogiesen su torrija particular de Semana Santa.

Tampoco aporta nada que nos permita distinguir entre ricos buenos y malos, santos o pecadores. En aquellos momentos se decía que los ricos expiaban sus pecados acudiendo a misa y dejando en el cepillo parte del zurrón que habían llenado explotando a los pobres, aquellos que ni fuera de Semana Santa podían comer carne. Yo, muchos años después de aquellas semanas santas, aspiro a recuperar el olor de la Cuaresma del siglo XXI cumpliendo con la tradición de comer potaje y, por supuesto, tocar con los dedos la torrija. Me comprometo, en cuanto a los nuevos pecados, a reciclar toda la basura posible y no hacerme rico en siete días.

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