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Marcos Ana por segunda vez en Buenos AIres

Marcos Ana por segunda vez en Buenos AIres

jueves 01 de mayo de 2008, 02:39h
Su nombre me fue pronunciado por primera por Luis Alberto Quesada a fines de los noventa, cuando le realicé una entrevista para el diario de la Federación de Sociedades Gallegas donde yo colaboraba en ese entonces: “Marcos Ana”. La unión de un nombre de hombre y un nombre de mujer. Me había llamado la atención ese detalle además de su sonoridad, sin saber aún que detrás de ese seudónimo, había un poeta... un poeta de las cárceles, como el propio Quesada.

Una década después de ese encuentro, Marcos Ana arriba a la Argentina, presentando su libro de memorias “Decidme como es un árbol”, en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y tengo la oportunidad de conocerlo, de saludarlo, de intercambiar unas palabras, a pesar del temblor en mi voz mientras me dedicaba un ejemplar de su libro. Sus ojos tímidos parecían resistirse a cada halago que la gente le formulaba. Èl mismo reconoce que no le gustan los homenajes, que fue muy afortunado al tener la vida que tuvo desde que salió de prisión y que hay miles de compañeros anónimos que sufrieron como él y no tuvieron al salir semejante reconocimiento.

Pero las palabras y pensamientos de Fernando Macarro Castillo, tal es el nombre con el que nació en una aldea de Salamanca, traspasaron los muros infranqueables del penal de Burgos, donde comenzó a escribir sus poemas a mediados de los años 50. Allí decidió comenzar a firmar como Marcos Ana, en recuerdo de sus padres. Ya llevaba sobre sus espaldas 15 años de prisión y varias cárceles y penales. Sus palabras dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en las voces de los detenidos políticos españoles, de los sepultados en vida entre las piedras, la oscuridad y el ruido de los cerrojos de las cárceles franquistas.

No es la primera vez que Marcos Ana viene a Buenos Aires. La vez anterior fue en 1963, casi dos años después de ser liberado luego de 23 años a la sombra de las prisiones: finalmente el reclamo de miles y miles de personas, ilustres o anónimas, había sido escuchado y con 41 años salía de su encierro, dispuesto a seguir dando batalla. En ocasión de su visita aquí se realizaron diversos homenajes, entre ellos un acto universitario en el aula magna de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y un acto multitudinario en el Luna Park.

Esta vez en el encuentro no hubieron miles de almas, pero todos los que estábamos en la sala Raúl González Tuñón vibramos ante cada palabra, cada gesto del eterno poeta. Había gente de todas las edades, aunque predominaban las personas de edad. Antiguos camaradas de luchas y de anhelos. Sin embargo, Marcos Ana envió su mensaje a la juventud, confesó su confianza en ella, en lograr una simbiosis entre la experiencia de los viejos y la rebeldía de los jóvenes. Y es a ellos a quien se dirige principalmente en sus memorias, para que conozcan, no su propia historia, sino la historia de toda una generación. Y es por ellos que se decidió a escribir su vida, luego de que su amigo y escritor Francisco Fernández Montalbán falleciera antes de lograr transferirla al papel.

Su compañero de lucha y cárcel, el también escritor y poeta Luis Alberto Quesada estuvo ausente. Los años son implacables, aún para los que parecen resistir todo contratiempo y su hijo ocupó su lugar, recordando el período en que visitaba a su padre una vez al año, pues era lo permitido en el penal, y conocía a Marcos Ana junto al resto de los compañeros en prisión.
    Cuando el poeta comenzó a hablar, no se detuvo hasta que finalizó su alocución, leyendo a pedido del público algunos de sus poemas más conocidos. Sus palabras brotaban a borbotones, sin descanso, sin prisa pero sin pausa. En primer lugar hizo referencia a la ausencia de su gran amigo Quesada y a la presencia de Fany Edelman, voluntaria argentina de las Brigadas Internacionales en la guerra civil, quien con sus noventa y cuatro años ocupaba un lugar privilegiado al frente de la sala.

El nombre de su libro proviene de un poema que escribió cuando llevaba 22 años encerrado, cuando ya sus imágenes del exterior se evaporaban y los recuerdos lo iban abandonando: “Decidme como es un árbol, decidme el canto de un río cuando se cubre de pájaros. Habladme del mar, del olor ancho del campo. De las estrellas. Del aire. Recitadme un horizonte sin cerraduras y sin llaves...” comenzó a recitar, ante la mirada expectante y emocionada de las personas asistentes a la presentación.

El libro comienza contando su niñez en Ventosa del Río Almar, su adolescencia en Alcalá de Henares y su precoz participación a los 15 años en la guerra civil, llegando a ocupar el puesto de Comisario Político del Ejército de la República. Luego vienen sus 23 años ininterrumpidos de encierro, su liberación a fines de 1961, sus continuos viajes por todo el mundo para llevar el reclamo y la voz de los presos políticos, los cuales le pidieron el día que dejó el penal de Burgos: “no nos olvides”.

Sus memorias finalizan con la legalización del Partido Comunista, el 9 de abril de 1977, un sábado santo, circunstancia que supo capitalizar el Presidente Suárez aprovechando la distracción que significaban las vacaciones, comenta riendo. Pero se apura a explicar, como justificándose, que fue todo lo que se pudo hacer en ese momento, que la gente quería estar tranquila después de tantos años de terror. Pero que tenía fe en que algún día las cosas cambiaran. Que su única venganza sería que las ideas por las que lucharon él y sus compañeros finalmente triunfaran.

    Tampoco la actualidad quedó afuera de su apreciación y se refirió a la reciente Ley de la Memoria Histórica, a la cual brindó su apoyo pero admitió que no quedó conforme en su totalidad, puesto que aún falta que se anulen todos los procesos judiciales levantados por el franquismo. Seguidamente trajo a colación el recuerdo de un folleto que Fraga Iribarne, en ese entonces Ministro de Información y Turismo del régimen, había distribuido al momento de su liberación en el que se refería a él como “asesino”.

    También contó a los presentes que el director español, Pedro Almodóvar, realizaría una película sobre su vida, pues había quedado particularmente impactado con la historia sobre “su primer amor”, anécdota que alguien del público le hizo contar allí mismo. Fue tal la gracia y la ternura del relato que a su término los suspiros se hicieron escuchar en más de una asistente femenina en la sala.

    Marcos Ana se define así mismo como un hombre sencillo, que pasea por su barrio cercano al Parque del Retiro en Madrid, que se detiene a hablar con sus vecinos y que ellos cándidamente le dicen “si todos fueran como usted!” refiriéndose a su condición de comunista. Y vaya si es sencillo: sus poemas así lo demuestran. Su mensaje es directo, unívoco, palabras simples que llegan al corazón, a las fibras más íntimas. Confirma que el libro lo escribió de la misma manera, que cuando encontraba una palabra que le parecía que no era muy conocida, apelaba al diccionario de sinónimos y ponía el vocablo más conocido y más usado, para que todos pudieran entender.

    “No sabéis lo que es un hombre sangrando y roto en un cepo. Si lo supieses vendríais en las olas y en el viento, desde todos los confines, con el corazón deshecho, enarbolando los puños, para salvar lo que es vuestro...” recitaba al final del encuentro ante un auditorio inmóvil y silencioso, ávido de seguir escuchando su voz. Así es Marcos Ana, un hombre solidario, digno, inquebrantable. A sus 87 años no está dispuesto a claudicar ni a abandonarse. Hasta el fin de sus días seguirá luchando por las causas justas, por sus ideas de libertad y en contra del terror y las torturas. Nunca se pensó ni se piensa así mismo como un individuo solo, aislado, sino que siempre formó y formará parte de un “nosotros”.
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