Los irlandeses han rechazado el Tratado de Lisboa, el sucedáneo de la Constitución europea que había aprobado España, junto a otros países, pero que los franceses y holandeses se llevaron por delante. Si para algún Gobierno comunitario resulta especialmente incómodo este resultado es para el de Rodríguez Zapatero, que había sido pionero en la ratificación por referéndum de la que pudo haber sido la primera carta magna de los europeos. Otra cosa es que ZP no se dé ahora por aludido y opte por esconderse, en vez de asumir un liderazgo como el que tuvo Felipe González, hubiese o no hubiese crisis.
Eso no quiere decir que hoy por hoy sea más que prematuro aventurar qué va a pasar en Europa, si bien cabe pensar que de un fracaso siempre cabe extraer una oportunidad. En este caso se repite el refrán del hombre que tropieza dos veces en la misma piedra y no hay 'plan b' para el 'plan b', pero aún así queda el consuelo de saber que la Europa del Tratado de Roma, a trancas y barrancas, acaba por avanzar. Le pasa un poco como a las acciones de las grandes compañías, que a largo plazo siempre suben, por mucho que a veces las veamos desplomarse.
Algunos optan ante esta situación por el catastrofismo y el reproche fácil, escandalizados ante la posibilidad de que tres millones de irlandeses tomen una decisión que afecta a casi 500 millones de europeos, en un momento en que el aumento del euroescepticismo es proporcional a la intensidad de la crisis que sacude el viejo continente. Pero el problema quizá no sea ése, sino que en Bruselas ni se definen bien las estrategias ni se saben encauzar, de modo que los ciudadanos hagan suyas las bondades que, sin duda, atesora la Unión Europea. Por ello, si algo está claro es que tampoco tienen la culpa tres millones de irlandeses. El problema de Europa, por desgracia, es más complejo y hunde sus raíces en muchos otros frentes políticos, económicos y sociales. Una solución común parece difícil de encajar a corto plazo, por lo que cada vez hay menos razones para eludir una UE a distintas velocidades en la que la España de ZP sí debe tener claro qué papel quiere y le conviene jugar.