La pérdida irremediable del gregarismo es el resultado de políticas económicas y públicas, donde ha sido más importante la tenencia de bienes que la ascensión a las cimas del espíritu. La sociedad humana debe ahora defender objetos, en lugar de intercambiar caricias. Ya no nos quedan espacios ni tiempos comunes, entretenidos como andamos cuidando que no nos roben lo material acumulado.
La seguridad, ese concepto que solamente existe y es necesario cuando otro desea lo que tenemos, es hoy un tema que vuelve a poner en la perspectiva de nuestro desarrollo el sentido gregario. Solamente somos humanos cuando somos el reflejo del otro. Somos los demás de los demás. Por eso la seguridad que hoy nos falta para garantizar que lo nuestro siga siendo nuestro, debe ser un tema de todos, igual que la seguridad que nos hizo prevalecer como especie lo fue, ante los peligros del entorno.
La seguridad dejará de ser agenda y herramienta de poder de los gobiernos, cuando cada uno de nosotros produzca según su capacidad, y tenga según su necesidad. Es decir, cuando volvamos a valer por lo que somos, y no por lo que tenemos.
Pero hasta que ese nuevo estadio de la humanidad sea una realidad social, la seguridad es tema de todos y no privilegio ni derecho del gobierno de turno. El peligro de dejar el tema seguridad en manos de unos pocos –y no hacerlo como responsabilidad de todos- es que el producto obedecerá al autor, más allá de su vigencia como gobernante. Las leyes creadas por la especie humana no han garantizado más equidad que las leyes naturales. Las leyes hechas por el hombre son imperfectas, como lo es la estirpe que se desprende de su evolución ¿o involución? social.
Aunque la seguridad haya saltado nuestras fronteras hacia adentro y hacia afuera, ofreciéndole a esa permeabilidad regateados derechos que no tiene, los asuntos hemisféricos se tratan entre todos, no de uno a uno, no de país a país, y menos de poderoso a débil.
Y aunque la seguridad se deposite en las instituciones pertinentes, para que en nombre de los asociados ellas apliquen lo que prescriben las leyes, su diseño es responsabilidad de la sociedad civil, y no de sus representantes de turno. No es cierto que sean las autoridades las responsables de trazar el rumbo de nuestra seguridad; se trata de nuestros espacios y nuestros tiempos comunes, de nuestra vida en las calles, a la hora que nos dé la gana, para que la convivencia no la constriña el miedo, sino que la alienten la sonrisa y la paz del otro.