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Diario de verano

El arte de papar moscas

El arte de papar moscas

jueves 31 de julio de 2008, 14:31h
Papar moscas es una manera de decir, creo que en gallego, de forma muy coloquial, no hacer nada, mirar al infinito mientras pasa el tiempo y uno no hace nada productivo. Para papar moscas hay que ser, obviamente un experto. Por supuesto hay momentos propicios para papar moscas. El mejor es, desde luego, el verano. Aunque también tiene su punto hacerlo en la oficina durante el invierno.
Todos, sin excepción, nos hacemos propósitos de mejoría. Hay dos momentos en el año. Uno es cuando pasan las Navidades y vamos en tropel al gimnasio y caen las ventas de tabaco. El otro gran momento son las vacaciones de verano. Llega el mes en el que tenemos que leer todos los libros que durante el invierno o hemos comprado o nos ha regalado.
    
    Horror. Estrés sin parangón. Treinta días de vacaciones y doscientos libros. Imposible tarea. De todas las decisiones que he tomado en mi vida, creo que la más acertada ha sido la de ser realista y decidir que en vacaciones no pienso hacer nada. Si me apetece leer, leo, si me entra el sueño, me tumbo, aunque sean las doce y media de la mañana y haya terminado de desayunar. Nada de planificar excursiones en las que  tienes que madrugar para evitar colas que luego siempre sufres, con los rigores del calor y con gente que no aguantas. Otra decisión sabia es la de darle vacaciones a tu móvil. Dejarlo en el cajón de la mesilla es un acierto. Al principio cuesta, pero es cuestión de acostumbrarse. Hagan la prueba. Al final le coges el puntillo y es hasta gratificante bajar a la playa sólo con la toalla, el agua y un libro (el libro por si te apetece leer, sino bien está otra siesta). Ah y si a la vuelta tienes llamadas perdidas, no devolverlas no es sinónimo de descortesía. Estás de vacaciones.

    Cuando ya comienzas a tener la costumbre de no hacer nada y la mayor parte del tiempo lo pasas durmiendo o mirando a Cuenca, entonces te das cuenta de que estás más cansado que nunca y no entiendes por qué. Porque, seamos serios. ¿Cómo es posible que descansar a todas horas resulte tan agotador? En cuanto vuelva a la vida ordinaria se lo preguntaré a mi médico de cabecera.

    Otro gran clásico de los veranos es quedar con gente que hace tiempo que no ves. Incluso hay gente a la que ves sólo en verano. ¿No es a veces una pesadilla cuándo te preguntan qué tal todo y tienes que rememorar un año entero de tu vida? Lo mejor es decir, todo bien y a continuación preguntar: ¿Quieres otra caña? ¿Por qué estamos deseando todo el año que lleguen las vacaciones y cuando estamos inmersas en ellas nos sentimos un poco perdidos, a veces sin fuerzas e incluso malhumorados? Puede que sólo me pase a mí, pero no lo creo. Sinceramente, creo que las vacaciones fueron inventadas para los niños, que es cuando pueden hacer lo que realmente les da la gana, dormir hasta tarde, acostarse tarde, bañarse hasta que les salgan branquias…

    Por cierto, hablando de niños. ¿Cómo son las vacaciones con niños? Estando con ellos en verano secretamente te das cuenta de que el trabajo de una niñera no tiene precio. ¿De dónde sacan esa energía? ¿Cómo es posible que puedan estar tantas horas metiéndose y saliéndose del agua? ¿cómo es posible que después de todo eso todavía hagan una castillo de arena, te pidan porfi porfi que juegues con ellos a las palas o que les ayudes a recoger coquinas? Y ¿cómo es posible, además que después de todo esto y tras un bocadillo de nocilla (los condenados parece que renuevan la batería) quieran que los lleves a la feria de turno? No lo puedo entender. Y después de veinte veces en los cochecitos de marras, además quieren más dinero para un helado, para un no sé qué de azúcar, para argggggggghhhhh, que se vayan a dormir.

    Lo dicho, reivindico como obligación el arte de papar moscas. De no hacer nada, de  quedarse mirando cómo se mueven las nubes, si es que a uno lo dejan.
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