jueves 11 de septiembre de 2008, 10:07h
Según el color del cristal con que se mira, la economía va mal (Rodríguez Zapatero), muy mal (Pedro Solbes, siempre a salvo de lo que diga el jefe) o desastrosamente mal (Mariano Rajoy), y si se quita la hojarasca del nada de nada explicado y mucho menos propuesto por el presidente en el Congreso, estamos sencillamente, o bravamente, como se prefiera, esperando a que escampe. A pesar de ello, no comparto la generalizada dureza de los analistas económicos para con la intervención de Rodríguez Zapatero en su muy matinal comparecencia en el Congreso “para informar de las medidas ante la situación económica y en relación con la creación de empleo”, que así se definía la sesión en un vistoso ejercicio de comunicación política, esto es, propaganda.
Es cierto que por el hemiciclo se vio cruzar, disciplina de partido al margen, un fantasma de perplejidad de los afines, indignación de los contrarios y sarcasmo de los mediopensionistas, pero si bien se reflexiona ¿qué otras cosas podía decir el presidente del Gobierno, una vez reconocido el empeoramiento de la economía española, eso sí, en el contexto de la economía internacional?
Pues eso, lo que dice, esto es, que tiene “plena seguridad y plena confianza” en lo que figura como conclusión en el texto repartido a los medios informativos: a) que los próximos trimestres van a ser duros y complicados, verdad cuyo reconocimiento se agradece, aunque haya sido, parece, el último en enterarse, b) que no se va a resignar a los preocupantes datos del desempleo, lo que sin duda agradecerán los dos millones y medio de parados, que pronto serán bastantes más y es probable que más del doble cuando finalice el próximo año, y c) que va a utilizar el margen presupuestario para mantener y reforzar las políticas de protección social. No es mucho decir, pero cuida el voto. Pobres, mucho más pobres, pero protegidos.
¿Para qué meterse en jardines de políticas económicas concretas para afrontar la crisis que se agrava, si tenemos en el corto plazo “ventajas comparativas”, algunas tan entrañables como ser “la población activa mejor formada de la historia de nuestro país”, población además “más joven que la media europea a lo largo de las tres próximas décadas”, o el éxito con que el proceso de internacionalización de las empresas españolas “les permite diversificar riesgos”?
El presidente fue desgranando las “fortalezas” que le liberan del melancólico esfuerzo de diseñar, explicar y sacar adelante un programa concreto de política económica frente a la crisis: tenemos “un sistema financiero que supera los estándares internacionales de solvencia, provisionamiento y rentabilidad”, y además “existe margen para realizar una potente política fiscal contracíclica” (esto suena bonito, aunque signifique poco), sin olvidar que “tanto el sector público como el sector privado están comprometidos con la capitalización física, humana y tecnológica de nuestra economía” (esto ya no significa nada, pero también suena bonito) y que, por si fuera poco “demanda externa y productividad del trabajo han revertido su tendencia histórica”.
En tiempos de tribulación, no se puede dar puntada sin hilo, y así llega enseguida la advertencia de que, aunque “hacemos lo que debemos”, el Gobierno es consciente de que “los efectos de estas medidas no son instantáneos, se verán con el tiempo y en ningún caso servirían para contrarrestar globalmente una situación internacional adversa”. En resumen del resumen, que la crisis viene de fuera –ya se sabe, lo de siempre, el petróleo y las famosas “subprime”– y que el Gobierno, bravamente replegado, impulsa cuatro vectores de acción contra ¿el estancamiento? ¿la crisis? de la economía española: competitividad, políticas sociales, austeridad y diálogo social para el empleo.
Dejó escrito Lao Tse que “primero fue el conocimiento, cuando éste faltó quedaron los buenos sentimientos, y cuando estos faltan quedan las ceremonias, y una sociedad petrificada puede vivir durante siglos a base de ceremonias”. No hubo ayer, en la intervención del presidente del Gobierno, mucho conocimiento, pero sí buenos sentimientos y ceremonias. Rodríguez Zapatero, enfrentado a una crisis económica que no entiende ni mucho menos controla, se parece cada vez más al asombroso “Hombre” de Jean Rostand, aplicado a olvidar “la inmensidad bruta que le aplasta y le ignora (…) bravamente replegado sobre sí mismo” y consagrado “a mezquinos designios, en los que fingirá poner la misma seriedad que si apuntasen a fines eternos”.
De todas formas, Rodríguez Zapatero, con toda evidencia huérfano de conceptos, ideas y propuestas creíbles frente a la crisis que ya nos asoma al abismo de la recesión, no tiene sus mejores apoyos en el disciplinado eco aquiescente de los escaños de la mayoría, de entusiasmo perfectamente descriptible, sino en la llamativa ausencia de alternativas precisas desde los escaños de la oposición. ¿Para cuándo un debate económico que discurra en términos económicos y no políticos?