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Bush está pagando por lo que no sembró en América Latina

Bush está pagando por lo que no sembró en América Latina

lunes 15 de septiembre de 2008, 01:43h
Para George W. Bush ya es demasiado tarde para quejarse. Sus vecinos del llamado “patio trasero”, que hoy son políticamente más fuertes que anteriormente y hablan con una sola voz,  lo están castigando por su indiferencia  hacia América Latina  expresada en  los ocho años de su gobierno que terminan en enero próximo.

Si se hace un balance de la decadencia o fracaso en estas relaciones, la lista de resultados nulos es larga: un plan ALCA (Asociación de Libre Comercio para las Américas), que había sido presentado como gran alianza económica, está desbaratado; políticas antiterroristas que han encontrado el rechazo regional, especialmente las guerras contra Irak y Afganistán; planes militares y de instalación de nuevas bases en la región que también han sido rechazados; como Presidente, Bush ha sido humillado por políticos latinoamericanos (insultos o descalificaciones de  Hugo Chávez) sin poder defenderse como le correspondería a un presidente de la mayor potencia mundial; incapacitado de impedir el estrecho acercamiento militar con Rusia y los acuerdo de cooperación con Irán de parte de Venezuela y ahora también de Ecuador; y como “guinda de la torta”, supuestas políticas intervencionistas estadounidenses han significado el quiebre de las relaciones diplomáticas con Bolivia y Venezuela tras el retiro de los respectivos embajadores.

No cabe ninguna duda que junto a este desinterés regional de Bush, las relaciones entre Estados Unidos y América Latina se han debilitado también por un aspecto político importante, como es la independencia e interés por el cambio que los votantes  han expresado en los últimos años en las urnas, al elegir a  gobiernos más progresistas y menos neoliberales con la firme ilusión o confianza de que éstos puedan llegar a resolver, o al menos mitigar, los graves problemas sociales que afectan a los países.

Así, los viejos partidos políticos, que por años mantuvieron en alto sólidos vínculos con Estados Unidos, perdieron el poder, como ocurrió en Paraguay con el histórico y tradicional Partido Colorado, que gobernó el país interrumpidamente por 61 años.

Con la única excepción de Colombia, esta tendencia hacia la izquierda se ha dado  en América del Sur en todos los países. En el año 2003 fue la elección de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente en Brasil. El mismo año llegó al poder Nestor Kirchner en Argentina luego de la crisis político-económica que estremeció a este país en el 2001 (sucedido en el 2007 por su esposa Cristina Fernández de Kirchner). Dos años después, en el 2005, el uruguayo Tabaré Vásquez asumió el poder apoyado por una coalición de izquierda (Frente Amplio, Encuentro Progresista y Nueva Mayoría). El 2006 asumió Michelle Bachelet en Chile, Evo Morales en Bolivia y Alan García (aprista moderado que no desprecia la oportunidad de coquetear con Washington);  y al año siguiente, Rafael Correa en Ecuador al frente del Movimiento País.

La figura de Hugo Chávez en Venezuela fue pionera en  este desarrollo político al triunfar en las urnas con su Movimiento Bolivariano en 1999. El cuadro se completó este año con la  llegada al poder del centrista Fernando Lugo, quien definió su línea política entre la revolución de Chávez y el izquierdismo moderado o socialdemócrata de Lula da Silva.

Estos cambios deben verse vinculados también a la nueva estrategia impulsada por Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington. El enemigo número uno del capitalismo dejó de ser el comunismo y surgen en reemplazo el terrorismo, señalado como la parte más oscura de la globalización, y el narcotráfico. El aliado principal de Estados Unidos en el cono sur de América es el presidente colombiano Álvaro Uribe.

El nuevo objetivo político-estratégico estadounidense tras el atentado del 2001 originó desconfianza en los electorados latinoamericanos que con el voto expresaron su fuerte crítica política y social, apuntando directamente al modelo neoliberal y al mercado como vías inefectivas para eliminar la pobreza e  igualmente otros problemas sociales.

Sin embargo, esta nueva “izquierda democrática”, que llega al poder apoyada por grupos y movimientos favorables al cambio, es una rara mezcla de nuevas y viejas tendencias ideológicas que tienen como denominador común el de practicar una política más autónoma frente a EE UU, objetivo que ha sido difícil de cumplir, también por parte del más revolucionario (y también el más verborreico) de todos los gobernantes, el venezolano  Chávez.

A su vez, el término “gobierno de izquierda” es bastante relativo, porque la mayoría son socialdemócratas como Brasil, Paraguay, Perú y Chile;  seguidos por Uruguay y Argentina; y destacando como los más extremos,  Venezuela, Bolivia y Ecuador, con una línea populista-revolucionaria caracterizada por la revisión del orden constitucional, el control estatal de los recursos energéticos y una política internacional mucho más crítica e independiente de Estados Unidos.

En todo caso, esta autonomía ha permitido la creación de la  Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR)  que está jugando un papel crucial en la actual crisis diplomática entre Estados Unidos, Bolivia y Venezuela. Cualquier intento de golpe de estado será irremediablemente anulado con una declaración unánime de apoyo al país en riesgo o peligro, porque el nuevo organismo está integrado por todos los países sudamericanos, incluyendo a Colombia, Surinam y Guyana. Esta manifestación, expresada con una sola voz, se ha dado muy pocas veces en América Latina, lo que debe ser tema de reflexión en el imperio.
 
Con este panorama,  Estados Unidos encontrará en el futuro serias dificultades para retomar el curso de la cooperación, lo que ya no será precisamente una tarea de Bush, sino de su sucesor, el republicano John McCain o el demócrata Barack Obama, que tampoco han expresado mucho interés por América Latina.

Ninguno de los dos candidatos presidenciales  son buenos conocedores de la realidad latinoamericana. Sólo les interesa Cuba, por razones obvias; México como país fronterizo y aliado económico; Colombia por la guerrilla y el narcotráfico; y Brasil por la posibilidad de inversiones y de hacer negocios.

Ambos presidencialistas han prometido llevar a cabo un diálogo con países conflictivos como Venezuela, pero el cuadro ha cambiado después que Hugo Chávez puso en jaque las relaciones diplomáticas con EE UU para solidarizar con el presidente boliviano Evo Morales, quien horas antes había expulsado también al embajador estadounidense en La Paz tras denunciar que Washington estaba detrás de un plan para derrocarlo y asesinarlo. Chavez, por su parte, denunció también un supuesto complot en su contra apoyado por Estados Unidos.

El Consejo de las Relaciones Internacionales de Estados Unidos, en un informe de 76 páginas presentado este año, propuso precisamente dos políticas que aparecen  lejanas, tanto para Bush como para los candidatos presidenciales, especialmente para Mc Cain, que son, en primer lugar, terminar con el bloqueo económico contra Cuba, y, segundo,  no “aislar a Chávez, porque eso sólo lo fortalecería”. Bush ha ignorado estas recomendaciones y no parece tampoco que los candidatos deseen aplicarlas.

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Walter Krohne
Periodista
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