No sé quién ha filtrado los WhatsApp de Pedro Sánchez a José Luis Ábalos cuando el exministro de Fomento era la mano derecha del Presidente. Ignoro también si ha habido un delito de prevaricación o de revelación de secretos o ataque a la intimidad y privacidad personales. Lo que sí resulta significativo es cómo el secretario general del PSOE pone a escurrir a los dirigentes díscolos y encarga a su mamporrero que los haga entrar en razón.
De la virulencia de esos ataques deja constancia el expresidente aragonés Javier Lambán al reconocer que también en conversaciones telefónicas con él Sánchez se dejaba llevar por la “ira y falta de control”. Por lo demás, están las descalificaciones a los barones del partido, como Guillermo Fernández Vara, a quien tacha de “petardo” e “impresentable”, o Emiliano García Page a quien encarga a Ábalos y Santos Cerdán que le peguen un toque “para que dejara de tocar los cojones”
El común denominador de estas agresiones verbales, era poner en línea con los dictados de la dirección a los barones territoriales díscolos, a los que llama “hipócritas”. Esta autocracia del líder máximo contrasta con la época en que Felipe González era secretario general del partido y la unidad sólo se conseguía tras largas y enconadas discusiones del Comité Ejecutivo, ejemplificando así la libertad y diferencia de puntos de vista dentro de la organización.
Estos son otros tiempos, en los que más que la democracia de un partido se exige una disciplina militar con una unidad de apisonadora con la que aplastar al contrario. No es de extrañar, entonces, que ante este tratamiento a los presuntos amigos la oposición se pongan las pilas y fije un Congreso para renovar los cuadros del partido y ofrecer una alternativa rearmada ideológicamente para hacer frente al autócrata de La Moncloa.