www.diariocritico.com

La peligrosa normalización del bibloquismo

jueves 17 de agosto de 2023, 08:23h

Varios comentaristas apuntaron en el final de la pasada campaña electoral que el nivel de confrontación dialéctica entre los dos bloques en que se dividía políticamente el país, les recordaba mucho la acritud que adquirió el debate en los comicios de 1936. Afortunadamente, excluyendo la presencia de las pistolas. Pero la confrontación entre dos bloques antagónicos reflejaba bien la división profunda en que se encuentra el país. El profesor Fernando Vallespín se preguntaba la víspera del 23-J si era aceptable que media España tuviera tanto miedo de que los representantes de la otra media pudieran llegar a gobernar la nación.

Pues bien, al comprobar que los resultados electorales confirmaban esa división, pareciera que los medios políticos y periodísticos están dispuestos a aceptar esa confrontación entre bloques como la forma regular de hacer política en España. Sirva como ejemplo el editorial del diario El País del pasado 12 de agosto, donde se afirma: “Hoy, cuando el bipartidismo pertenece al pasado y lo que existen son dos bloques —una suerte de bibloquismo imperfecto—, urge aún más si cabe recordar la posición central del Parlamento en el sistema.” Yo esperaba que en algún momento el editorial mencionara si ese bibloquismo es algo bueno o malo para la sociedad española, pero esa reflexión estaba completamente ausente. Por eso el editorial me pareció superficial.

No hay que confundir el hecho de que en todas las sociedades europeas exista una división de visiones de mundo que pueden calificarse de progresistas y conservadoras, con la aceptación de que eso se decanta políticamente en un enfrentamiento frentista. En unos casos porque existen fuerzas importantes liberales y de centro, y en otros porque la división de sensibilidades políticas no impide grandes acuerdos de Estado e incluso de gobierno entre las grandes formaciones presentes.

En España, consistentes con una vieja cultura política de banderías, parece que se acepta un frentismo de bloques con cierta naturalidad. Cierto, las encuestas muestran que hay mucha gente, la mitad del país, que está harta de este enfrentamiento de bloques, pero sucede que la otra mitad percibe que ese bibloquismo se ajusta más a sus preferencias de como tiene que desarrollarse la vida política. Y esa mitad supone mucha gente. Demasiada.

En realidad, la normalización del bibloquismo significa no captar su verdadera naturaleza y la causa de que sea el principal problema que tiene hoy nuestro sistema político. No solo significa que se acepta la acritud y la descalificación como procedimiento regular de las relaciones políticas y parlamentarias, sino que también no se interroga sobre la naturaleza de los bloques enfrentados.

Los dos bloques actuales representan la alianza entre partidos de Estado y fuerzas extremas (y secesionistas). Incluso se afirma que ello ha sido positivo porque ha proporcionado la experiencia nueva de formar un gobierno de coalición. Pareciera que la alianza entre un partido de Estado y otro radical fuera inocua para el sistema político. El partido extremo solo agudiza las medidas del gobierno y el partido de Estado funciona como moderador de las intenciones extremas del radical. Pero esa visión es puro buenismo. Cuando Pérez Rubalcaba calificó ese tipo de gobierno como Frankenstein aludía a los desencuentros, la grave dificultad de funcionar como un gobierno coherente y, especialmente, a la polarización que puede provocar en el conjunto del sistema político. Hoy resulta una evidencia que el incremento de la división y el bloqueo del sistema es la resultante que ha proporcionado la experiencia de ese gobierno Frankenstein. Tal experiencia es la que nos ha conducido a la crisis actual.

Con frecuencia se emplea un argumento pragmático para justificar la supuesta necesidad de acudir a un gobierno Frankenstein de coalición, así como de realizar alianzas impropias. Las fuerzas políticas extremas, se dice, están en el parlamento porque son votadas por segmentos de la ciudadanía. Cierto, pero el hecho de ser votadas es solo un elemento de legitimación. Para que sea funcional al sistema político democrático se necesita otro fundamental: su compromiso riguroso de respetar las reglas de juego democrático. Por ejemplo, Trump es votado masivamente, pero su compromiso con las reglas del juego es mínimo, algo que puede poner en crisis el propio sistema.

Aceptar la alianza entre un partido de Estado y una fuerza política extrema, al margen del constitucionalismo, supone legitimar o blanquear la intención de este último de romper las reglas del juego (por la vía populista o de la secesión); lo que de una forma u otra producirá un resentimiento social y una polarización política inevitables. Además, supone aceptar el juego tóxico de desear que el otro acuerde con un partido extremo, para luego criticarlo por ello. Eso se ha manifestado últimamente con los acuerdos territoriales entre PP y Vox. Alguna izquierda los critica enfáticamente, cuando en realidad los desea fervientemente para poder golpear al PP.

Pero entonces, cabe la pregunta: ¿existe alguna fórmula para evitar la normalización del bibloquismo en las condiciones actuales?

La pregunta, por sí misma, da cuenta de la pobreza de nuestra cultura política. Desde luego, que existe una obvia, que se practica, por ejemplo, en Alemania: evitar las crisis nacionales mediante una coalición entre los grandes partidos. Pero no es la única fórmula. Perdonen la insistencia: después de la oportunidad histórica perdida de formar un gobierno socialdemócrata-liberal, como es frecuente en otros países europeos, existe la posibilidad de permitir el gobierno en solitario de uno de los dos grandes partidos (PP o PSOE), sobre la base de acuerdos mínimos de Estado entre ambos, que permitan la gobernabilidad del país sin necesidad de basarse en el apoyo de grupos extremos o secesionistas.

Pero, claro, para optar por cualquiera de estas fórmulas, que evitarían el bibloquismo y su dinámica perniciosa para el sistema político, sería necesario un cambio en la cultura política ciudadana. Algo que puede ser un proceso muy lento, entre otras razones porque tampoco es impulsado desde las élites políticas.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (1)    No(0)

+
0 comentarios